El sábado 4 de noviembre celebramos el tercer club de lectura del programa 4 Lecturas 4 Continentes con el libro de humor Gordo de feria, de Esther Garcia Llovet. Más de cuarenta personas nos reunimos esa tarde para comentar con la autora este título y otros suyos, tan interesantes como impredecibles, como ella, que llenaba la pantalla con su energía y naturalidad.
La autora confesaba que muchos de sus novelas habían sido guiones inacabados, y que para ella escribir es la libertad absoluta porque cuando empieza no tiene ni idea hacia adonde va, y eso le parece muy liberador. Tan liberador como hacer y/o ver a quien te da la gana cuando te da la gana, algo que comparte con Castor, el protagonista de Gordo de feria, a quien no le gusta estar rodeado de mucha gente, con dos o tres le sobran, y ahí empieza la trama… Quizás por eso, nos contaba Esther, prefiere la radio a las entrevistas televisivas, ese diálogo a dos, donde consigue abrirse y ser ella misma.
Especializada en Psicología Clínica y con estudios también en Dirección de Cine, dice no tener formación específica en literatura, aunque lo ha hecho todo en el mundo de la escritura: guiones, novelas, teatro… Esta escritora polifacética se siente crecer cada vez que se adentra en una nueva e inexplorada disciplina, que además consigue retroalimentar con otros trabajos previos y futuros. Su pasión por el arte, la fotografía, el cine y la literatura, la llevan continuamente a aventurarse en diferentes proyectos que la enamoran y fascinan, y que consigue así transmitir a los lectores. Confiesa que lo que más le hubiera gustado es ser una buena fotógrafa, pero que con esta disciplina sucede algo que no la pasa con la literatura: los libros sí la salen como quiere, las fotografías no. También se enamora de los espacios, algo muy cinematográfico, y por eso vemos plasmados en sus textos cielos y texturas continuamente. Su ideal es que sus libros se lean como se ve una película de cine, del tirón, en hora y media y sin interrupciones. Muchos lectores confesaron que así lo habían hecho. Porque sus novelas son así, cortas, rápidas, y con mucho tirón.
Algunos críticos literarios han destacado la narrativa de Llovet como novela negra, y es que consigue la intriga en todas sus novelas porque sus personajes siempre están buscando algo, como los de Bolaño, gran referente en su novela. Y además buscan y encuentran, tanto lo que vemos a simple vista en la trama del texto como lo que no se ve tan claramente. Lo cierto es que sus novelas tienen algo de todo eso, de negro por la cruda realidad que retrata, de realismo y mucho surrealismo, porque los personajes de sus novelas son surrealistas, como sus amigos, confesaba la autora. En América Latina también han catalogado sus novelas de realismo mágico, a ella le parece todo bien.
Y es que Bolaño ha sido un gran referente para la escritora, que ha estado presente en todas sus novelas hasta Sánchez, segundo de la Trilogía instantánea de Madrid. Después del primer título de la trilogía, Cómo dejar de escribir, rompe con Bolaño, de hecho el protagonista encubierto de la novela es él, el fallecido escritor Roberto Bolaño, a quien entierra ella misma también en esta novela. Deja a partir de aquí de ser una «boloñita», en sus propias palabras, y encuentra su voz propia, que vemos ya en Sánchez, Gordo de feria, Spanish beauty y dos nuevos títulos que saldrán el próximo año. Sánchez es una novela que dedica a la magia y a los que creen en ella. En ella, como en toda la Trilogía instantánea de Madrid, la ciudad y sus contrastes son un protagonista más, y es que a la escritora le encanta Madrid, no tiene muy claro el por qué, pero la vida en la calle, los infinitos paseos por los barrios o su gente, la acogen y la conmueven.
Los lectores destacaron el desparpajo y naturalidad de la escritora, tanto en sus novelas como en directo, el humor y su interesante forma de mirar la realidad. Esther, apasionada, contestaba a todas las preguntas encantada, nos habló del personaje principal, Castor, asocial, apolítico, tan desagradable, y que sin embargo empieza a estar contento y a cambiar completamente al enamorarse, de la importancia en la vida de la flexibilidad, del amor y del humor, los temas que nos han acompañado este año en el club 4 Lecturas 4 Continentes.
Fue un placer compartir la tarde del sábado con Esther García Llovet, con la que nos reímos y tenemos pendiente ver alguna obra cinematográfica suya, cortometraje, serie de televisión o exposición fotográfica, cualquier manifestación artística puede salir de esta gran mujer y seguro, sorprendernos. Muchas gracias Esther y hasta muy pronto.
Seguro que ya está todo el mundo inquieto y preparando multitud de preguntas para el encuentro de mañana con Esther García Llovet. Seguro que muchos lectores os habéis aventurado también a la lectura de los dos libros precedentes que componen la “Trilogía instantánea de Madrid”, Cómo dejar de escribir y Sánchez. Para aquellos que no habéis tenido oportunidad os dejamos una breve sinopsis de la red social de libros Quelibroleo.com por si pueden ayudaros.
Renfo, el hijo apócrifo del gran Ronaldo, el mítico escritor latinoamericano, deambula por Madrid en busca del manuscrito perdido de su padre. Acompañado de Curto, un amigo ex convicto, y Vips, un parado de larga duración, recorre la ciudad durante un verano tórrido animado por niñas pijas, coches robados, fiestas lacias y humoristas psicópatas, camareros cutres y bares que nunca cierran.
El Madrid anónimo de gente que no sabe lo que quiere y cómo dejar de hacer nada y hacerlo todo.
Novela de perdedores en busca de una oportunidad. Sus nombres son Nikki y Sánchez. En el pasado compartieron vida, después sus destinos se separaron. Ella ha estado trapicheando con tabaco en La Línea y ahora ha vuelto a Madrid y se ha metido en el mundillo de las apuestas y las carreras de galgos. Él, con fama de gafe y dado a desaparecer, debe dinero y acepta ayudar a Nikki cuando ella lo llama. La propuesta de Nikki a Sánchez: que la ayude a entregar un galgo de nombre Cromwell a una italiana que se dedica al negocio de las carreras.
Un Madrid de extrarradio, de timbas, bingos, gasolineras de la M30, Casa de Campo y bares perdidos en la nada. Un Madrid crudamente real en el que de pronto puede suceder lo inesperado, e incluso lo mágico.
Las preguntas
El libro finaliza a lo grande, en la apoteosis del delirio chino que va arrastrando tanto a Castor como a Julio y que nos deja algunas cuestiones de difícil respuesta:
¿Por qué el terror y el humor se unen en las Panteras Rosas y el queso Cheddar?
¿Por qué Julio -ahora Julio Cheddar- piensa que “la gente a la que no le gusta la gente le gusta a todo el mundo y a la gente a la que le gusta la gente no le gusta a nadie?
¿Por qué la serie que producen se llama Un fantasma iba a recorrer Europa?
¿Qué consecuencias puede tener este final?
«La cara de Julio «Cheddar» Céspedes aparece en la superficie de un ovni interestelar que se manifiesta la tornasolada noche del 2 de agosto en Tabernas, Almería, y al día siguiente en el cielo de todos los aeropuertos internacionales, en el cielo de todos los estadios olímpicos, en el cielo de todos los océanos y del lago Titicaca y de la Antártida y de todos los desiertos calcáreos del planeta, simultáneamente. Luego, se va.»
Y última: ¿a dónde se va?
Mono de feria es la persona que se usa en las ferias para que se rían de ella. Y esa, al fin y al cabo, es la profesión de Castor, la de provocar a la gente con su humor para que se ría con lo que hace y con lo que cuenta. Solo que él ha decidido que ya está bien de ser humorista y ha buscado a Julio, su doble, para que lo sustituya y sea su gordo de feria.
La novela de Esther García Llovet juega con las palabras, con los sentidos y con las referencias. Narrada en tercera persona, Gordo de feria muestra un estilo mordaz, crítico, decadente, en la que no falta la reflexión y en la que sobre un trasfondo de búsqueda de identidad (“¿Quién eres?”, le grita Castor a Julio en un momento de disputa intensa), prevalece el elemento clave del relato, el humor y una reflexión sobre sus límites: algo así como quedarse atrapado en un torniquete del metro (p. 109).
Para mostrar algunos elementos del uso del humor en esta novela, hemos tomado como referencia el análisis de Antonio Luis Marín Benedicto para la revista Contrapunto dentro del ciclo “Narrativa del siglo XXI”:
Palabras que crean un ambiente desenfadado:
Uso de coloquialismos:
Uso de adjetivos perfectamente elegidos:
Del hombre que se acerca a Castor en la barra del bar y que desencadena la acción de la novela se dice que “era morenito, menudo, chato”. Marín Benedicto recuerda que Josep Pla decía que el acierto en el uso de los adjetivos es una de las claves del humor.
Exageraciones:
Deben ir en aumento para producir el efecto deseado. Así lo consigue García Llovet cuando habla de la casa de Martínez Campos:
Otra exageración: al chaval que mira las zanjas al lado de Castor al inicio de la novela “no le ha dado el sol en los últimos cincuenta y cinco años” (p. 10).
Uso de refranes y frases hechas
La autora los coloca de forma sorprendente o con algún tipo de transformación:
Lo absurdo y lo inesperado:
Hay muchos elementos que van haciendo de la novela un edificio lleno de humor, sin embargo nos gustaría destacar con Marín Benedicto otro aspecto que se intuye por toda la novela y que Llovet va administrando con pericia para dejar en el lector un sabor agridulce al final de la historia. Este elemento es la tristeza: “la tristeza es el fantasma que no ves” (p. 103).
La anécdota de Louis C.K. anticipa esta tristeza refiriéndose a los humoristas : “la gran tragedia que es que casi nadie sepa nunca cuándo estás hablando en broma y cuándo estás hablando en serio”. (p. 36). Algo parecido reflexionaría el genial Eugenio, un humorista muy serio y al que el escritor y director de cine David Trueba acaba de rendir homenaje en esta película:
Saben aquel (que diu)…
«Madrid es muy grande y luego la realidad es que casi nadie se aventura mucho más allá de su barrio, ya puede ser grande Madrid o la fiesta o la movida que yo me quedo en mi esquina»
Gordo de feria
Cuenta Pedro Almodóvar que la movida madrileña surgió precisamente de la gente de barrio que en diversas oleadas se acercaban al centro para habitarlo y liberarlo de la imagen gris y oscura con la que lo había cubierto el franquismo.
La suerte de Castor cambió en el centro de Madrid, en la Puerta del Sol, cuando decidió comprar a una gitana un décimo de la lotería de Navidad, fue entonces cuando le tocó el Gordo (otro gordo, esta vez el primer premio de la lotería que se conoce precisamente con este nombre).
Pero solo el descendimiento por Preciados hasta desembocar de nuevo en Puerta de Sol le hace descubrir que la Jennifer López que tiene ante sus ojos no es otra que la gitana que le vendió el decimo: “Y así fue como se enteró de que no le habían tocado trescientos pavos. Le habían tocado cinco millones.” (Gordo de feria)
Si alguien recorre Madrid no puede evitar toparse con El Corte Inglés, omnipresente en muchos de los barrios del centro, reina como un buque amarrado en la calle Preciados esquina a Sol, sede inicial y punto de referencia y que genera tal energía que “parece conectado con todos los Corte Inglés de España, unidos bajo tierra como los hongos primigenios.” (Gordo de feria)
Desde allí, nuestro personaje volverá a su barrio de Chamberí paseando por Bravo Murillo, “el barrio más americano de Madrid”: Cuatro Caminos, Santa Engracia, la evangelista dominicana que recita la Biblia y el Seat 1430 que reverbera la música de Chimbala. Y es que como ya titulaba el periódico El País en 2004 «El ‘barrio rojo’ ahora es caribeño«.
Sin embargo, Bravo Murillo no es Pozuelo. Pozuelo de Alarcón, uno de los pueblos de extrarradio de Madrid, a la salida de la Carretera de la Coruña y uno de los lugares con la renta per cápita más alta de toda España (“Se toma una tónica, cinco euros, debe de ser de burbujas inmobiliarias.”). Un lugar que provoca graves cavilaciones filosóficas a Castor:
«Por qué hay tan pocas tiendas en sitios donde la gente tiene pasta y tantas tiendas en calles como Bravo Murillo, por ejemplo, es algo que no alcanza a entender.» (Gordo de feria).
Con el Paseo de la Castellana hemos topado amigo Castor. General Martínez Campos hacia abajo le permite una huida pasajera del peligro. En este paseo con nombre tan tradicional “hay muchos coches y autobuses y camiones. Y bicicletas.” Y una de ellas se convertirá en molino y lo dejará maltrecho y yacente en la cama de un hospital. Un hospital que le devuelve a un duermevela en el que cree entender las voces del cámara y de Julio hablando de las obras de ensanche de las aceras de la Gran Vía (una vía es también aquello que nos introducen en las venas en los hospitales y que sirve para alimentarnos y suministrarnos los medicamentos).
El principal pulmón de Madrid es la Casa de Campo, un enorme bosque a menos de 1km de la Puerta del Sol y que, sin embargo, la disección de García Llovet lo convierte en un conjunto de árboles “cascados, aburridos y sedentarios” (¿cómo los habitantes de esta ciudad?) que nada tienen que ver con “la naturaleza de verdad, la indomable y salvaje naturaleza americana” (¿la de Bravo Murillo?).
La Casa de Campo es un buen lugar para divisar el skyline de la ciudad, pero los ojos del Castor de Llovet no observan un paisaje idílico: “Se queda mirando Madrid ahí al fondo del abismo, bajo el peso del cielo, debajo de una gigantesca nube de barro cocido”.
Es la lejania de Madrid, un paraíso agreste, un lugar virtual al que le conducen a Castor sus pensamientos mientras camina de la Casa de Campo hasta Moncloa:
«Madrid está en el centro pero siempre lejos. Madrid es un horizonte virtual en realidad, sus cuatro rascacielos medievales son virtuales, la polución, virtual, las señalizaciones reflectantes en la M-30, los olivos secos, virtuales, el Hipódromo de la Zarzuela, el Palacio del Jamón, la plaza de toros de Las Ventas, todo virtual como en los videojuegos, eso piensa Castor cuando lleva hora y media caminando hacia Moncloa y le sigue pareciendo que la ciudad se desplaza cada vez más lejos.» (Gordo de feria)
Plaza de San Amaro, el Buenos Aires de Castor y uno de los sitios menos madrileños de Madrid. Allí se dirige en busca de un cura, un sacerdote que reniega de la competencia del Primack de la Gran Vía en las mañanas del domingo.
No nos dejemos embaucar por los anuncios luminosos sobre las azoteas de Madrid ni nos dejemos engatusar por los sueños vanos del antiguo Palacio de Congresos de AZCA: es un congreso de economía neoliberal, y ya vemos a donde nos conduce la fórmula.
Pero a nuestro Stephen Dedalus le queda el penúltimo viaje en busca de Julio y del humor. Nada mejor para emprenderlo que a lomos del 27: Embajadores – Plaza de Castilla, una nueva vía de salvación, aunque sea la que atraviesa Castellana y Recoletos, aunque tengamos que atravesar María de Molina y descubrir por qué Lola Flores no pagaba a Hacienda (que somos todos, como ella misma nos recordó):
Castor se baja en el Circo Price, pero para lograr su objetivo tendrá que deshacerse de su dálmata y recordarlo -sin nombre- en la calle Miguel Ángel y adentrarse por el barrio de Salamanca: tan racional, tan ordenado, tan de verdes, tan de azules, tan de psicoanalistas argentinos, de los que hay que huir aunque sea en una barca del estanque del Parque del Retiro (con sus carpas albinas) que, al fin y al cabo, no deja de ser el barrio de Salamanca tomado por el pueblo.
La última prueba es una prueba de chinos y de gitanos, ambos en el barrio de Usera, lugar de acogida de la mercancía del Polígono Cobo Calleja.
De Usera a Occidente se sale en la estación de metro de Gregorio Marañón, otro nombre de doctor para librarnos del mal.
El Casino de Torrelodones, el edificio España de la plaza de España, el restaurante Pato Laqueado de Pekín en la plaza de Castilla van configurando el destino final de Gordo de feria. La serie se llama Un fantasma iba a recorrer Europa. Adivinen los lectores quién se esconde debajo de la sabana.
Sin noticias de Castor. Sin comentarios.
«Engaña mucho, Madrid, o eso le parece a Castor. Madrid es el anuncio, pero nunca el producto, la oferta, pero no la demanda. En Madrid parece que hay de todo, que te regala mil y una cosas, pero la verdad es que Madrid no te da nada de nada, no da ni las gracias por venir, de eso te das cuenta demasiado tarde, cuando quien lo ha dado todo eres tú.»
(Gordo de feria)
Encontramos a Castor en pleno corazón de Madrid desde el inicio de la novela: “Un borracho de Semana Santa atraviesa la plaza Mayor de la capital de España”. Esther García Llovet ejerce de avezada guía para conducir a sus personajes a través de la ciudad logrando un retrato contemporáneo, certero y a la vez emocional de la villa y corte.
Sin tiempo para conocer al protagonista ya nos lo encontramos observando las zanjas de Madrid:
Unas zanjas que se convierten en las “hondas trincheras de Madrid, en guerra permanente contra todo lo contemporáneo” (Gordo de feria). La cotidianidad del protagonista observando una de las miles de obras que perforan las grandes ciudades le sirve a la escritora para sugerirnos un Madrid de conflicto, aquel que los españoles no acaban de cerrar y que se reproduce de alguna manera en la ciudad actual. Además no desaprovecha la ocasión para incidir en el carácter poco cosmopolita o vanguardista de Madrid, alejada de lo contemporáneo más de lo que debería esperarse de una gran ciudad europea.
Acodado en la barra de un bar, Castor se ve interpelado por ese negrito que vivió en Pitis, un barrio tradicionalmente obrero y conflictivo del extrarradio norte de Madrid
Ahora hay incluso quienes quieren cambiar su nombre: “es que echarse un piti (fumar un cigarrillo, un pitillo)» ya no está bien visto (Change.org recibe una propuesta para el «Cambio del nombre de la estación de «Pitis» por su connotación negativa asociada al tabaco por «Miguel de Cervantes», personaje histórico de nuestra literatura que no cuenta con una estación de metro o cercanías.»)
“Pitis ya no existía. No está. Nada. Hay bloques y grúas. Y aparcamientos” (Gordo de feria). Un barrio donde el negrito vivía en la época de vacas flacas. Para cuando venían las gordas su hábitat era Ribera de Curtidores -en el Madrid más castizo (y uno de los más airbianbizados del momento). Al poder devorador de las hormigoneras de Pitis han sobrevivido sus gallinas: se las ha quedado uno que vive por detrás de Bravo Murillo.
De las diosas griegas ya no se acuerda ni Cervantes (al menos la Wikipedia nos lo recuerda).
Muy pronto descubrimos el golpe de fortuna que lleva a Castor desde el extrarradio al pisazo de 350 metros cuadrados de General Martínez Campos, en pleno barrio de Chamberí. Un piso de lujo, “ese era un piso de lujo y lujo es lo que no usas.”
García Llovet parece no ser partidaria de mucho lujo y más bien nos va dejando una imagen siniestra o desagradable del barrio: “El asfaltado de la calle Martínez Campos era de un denso y tupido y humeante color gris que le hacía pensar en la piel de caucho de las ballenas perdidas, varadas en la playa equivocada, muertas.» (Gordo de feria)
En el lado emocional opuesto se encuentra el templo de sus actuaciones, el Wam, Wam, en pleno barrio de Malasaña, refugio de cierta izquierda progre y abrigo y salvaguarda de un sentir más popular y reactivo. No en vano su centro neurálgico es la Plaza del Dos de Mayo, en homenaje a la revolución popular contra la invasión francesa de inicios del siglo XIX.
Mientras tanto los seguidores de nuestro humorista le asaltan en la plaza del Callao y le “obligan” a firmarles autógrafos en servilletas del Rodilla que reina en plena plaza.
Castor es un humorista que se convierte en detective en busca de su sosias, de Julio, quien recibe en la terraza de un bar del barrio de Chamartín, con sus pubs de reposabrazos de cuero y los supermercados más caros de Madrid, los Mantequerías Leonesas.
Su amigo, el cámara de televisión y su novia le llevarán en su coche hasta el Paseo de La Habana (los primeros estudios de Televisión Española en Madrid estuvieron en el Paseo de la Habana) para encontrarse con Julio Céspedes.
La aventura madrileña de Castor (y la nuestra) continuarán… (sin comentarios).
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