«Engaña mucho, Madrid, o eso le parece a Castor. Madrid es el anuncio, pero nunca el producto, la oferta, pero no la demanda. En Madrid parece que hay de todo, que te regala mil y una cosas, pero la verdad es que Madrid no te da nada de nada, no da ni las gracias por venir, de eso te das cuenta demasiado tarde, cuando quien lo ha dado todo eres tú.»
(Gordo de feria)
Encontramos a Castor en pleno corazón de Madrid desde el inicio de la novela: “Un borracho de Semana Santa atraviesa la plaza Mayor de la capital de España”. Esther García Llovet ejerce de avezada guía para conducir a sus personajes a través de la ciudad logrando un retrato contemporáneo, certero y a la vez emocional de la villa y corte.
Sin tiempo para conocer al protagonista ya nos lo encontramos observando las zanjas de Madrid:
Unas zanjas que se convierten en las “hondas trincheras de Madrid, en guerra permanente contra todo lo contemporáneo” (Gordo de feria). La cotidianidad del protagonista observando una de las miles de obras que perforan las grandes ciudades le sirve a la escritora para sugerirnos un Madrid de conflicto, aquel que los españoles no acaban de cerrar y que se reproduce de alguna manera en la ciudad actual. Además no desaprovecha la ocasión para incidir en el carácter poco cosmopolita o vanguardista de Madrid, alejada de lo contemporáneo más de lo que debería esperarse de una gran ciudad europea.
Acodado en la barra de un bar, Castor se ve interpelado por ese negrito que vivió en Pitis, un barrio tradicionalmente obrero y conflictivo del extrarradio norte de Madrid
Ahora hay incluso quienes quieren cambiar su nombre: “es que echarse un piti (fumar un cigarrillo, un pitillo)» ya no está bien visto (Change.org recibe una propuesta para el «Cambio del nombre de la estación de «Pitis» por su connotación negativa asociada al tabaco por «Miguel de Cervantes», personaje histórico de nuestra literatura que no cuenta con una estación de metro o cercanías.»)
“Pitis ya no existía. No está. Nada. Hay bloques y grúas. Y aparcamientos” (Gordo de feria). Un barrio donde el negrito vivía en la época de vacas flacas. Para cuando venían las gordas su hábitat era Ribera de Curtidores -en el Madrid más castizo (y uno de los más airbianbizados del momento). Al poder devorador de las hormigoneras de Pitis han sobrevivido sus gallinas: se las ha quedado uno que vive por detrás de Bravo Murillo.
De las diosas griegas ya no se acuerda ni Cervantes (al menos la Wikipedia nos lo recuerda).
Muy pronto descubrimos el golpe de fortuna que lleva a Castor desde el extrarradio al pisazo de 350 metros cuadrados de General Martínez Campos, en pleno barrio de Chamberí. Un piso de lujo, “ese era un piso de lujo y lujo es lo que no usas.”
García Llovet parece no ser partidaria de mucho lujo y más bien nos va dejando una imagen siniestra o desagradable del barrio: “El asfaltado de la calle Martínez Campos era de un denso y tupido y humeante color gris que le hacía pensar en la piel de caucho de las ballenas perdidas, varadas en la playa equivocada, muertas.» (Gordo de feria)
En el lado emocional opuesto se encuentra el templo de sus actuaciones, el Wam, Wam, en pleno barrio de Malasaña, refugio de cierta izquierda progre y abrigo y salvaguarda de un sentir más popular y reactivo. No en vano su centro neurálgico es la Plaza del Dos de Mayo, en homenaje a la revolución popular contra la invasión francesa de inicios del siglo XIX.
Mientras tanto los seguidores de nuestro humorista le asaltan en la plaza del Callao y le “obligan” a firmarles autógrafos en servilletas del Rodilla que reina en plena plaza.
Castor es un humorista que se convierte en detective en busca de su sosias, de Julio, quien recibe en la terraza de un bar del barrio de Chamartín, con sus pubs de reposabrazos de cuero y los supermercados más caros de Madrid, los Mantequerías Leonesas.
Su amigo, el cámara de televisión y su novia le llevarán en su coche hasta el Paseo de La Habana (los primeros estudios de Televisión Española en Madrid estuvieron en el Paseo de la Habana) para encontrarse con Julio Céspedes.
La aventura madrileña de Castor (y la nuestra) continuarán… (sin comentarios).
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