Los judíos habían vivido un periodo cultural de gran esplendor durante la etapa de Al-Ándalus que, incluso con el trauma de la Expulsión de 1492 se negó a desaparecer. Una forma de mantener vivo el legado de los antiguos sabios peninsulares fue con el uso de la imprenta: los hermanos David y Samuel ibn Nahmias montaron un taller en Estambul ya en 1494; y en 1547, otra familia sefardí, los Sonsino, realizaron nuevas aportaciones técnicas e imprimieron la primera Torá poliglota.
Durante años, el hebreo se mantuvo como el idioma de culto, empleado por rabinos e intelectuales, mientras el ladino era usado en las conversaciones corrientes (del mismo modo que el latín en la Europa cristiana). Tesalónica (en la actual Grecia) se convirtió en un centro de estudios prestigioso para la comunidad sefardí, compitiendo solo con Estambul: centro de publicación hebrea y por ser el sitio de la Gvira Yeshiva, la famosa institución educativa de Yosef Nasi.
El trauma comunitario del pseudo-profeta Zevi en 1666 conllevó un declive de la intelectualidad sefardí que, poco a poco, dejaron de comprender el ancestral idioma hebreo; afortunadamente, y sin renunciar a dicho alfabeto, una nueva generación comenzó a publicar en ladino, dándole un prestigio a la lengua que antes no tenía. Filósofos como Daniel Fonseca obtuvieron el respeto de figuras internacionales como Voltaire.
En el siglo XIX, periodo de declive del Imperio otomano, Francia le ganó a España la partida en la lucha por influir en la comunidad sefardí, e incluso en la fundación de centros educativos de origen local como La Escola de Abraham Camondo, el francés se convirtió en el nuevo idioma de culto. Sin embargo, la comunidad seguía leyendo un ladino escrito con caracteres hebraicos: el primer periódico fue el Or Israel (1853), siguiéndole otros como El Tiempo (1872-1930), La Boz de Turkiye (1949-1950) o La Luz (1950-1953).
Ya a comienzos del siglo XX, y fieles a las políticas promovidas por el gobierno republicano, las principales redacciones en el barrio del Galata de El Telégrafo y El Tiempo ya publicaban con letras latinas. La presión cultural turca y el cambio de generación llevó a que en 1983 el Shalom, el principal periódico comunitario, dejara de escribir en turco; afortunadamente, en 2003 Gad Nassi y otros sefardíes interesados por conservar el ladino, iniciaron la publicación de El Amaneser.
De la península ibérica los sefardíes trajeron un corpus ritual característico que, al llegar a Estambul, pervivió en nombre, forma y que en algunos casos se fusionó con el que practicaban los judíos romaniotes y askenazíes. Con la excepción del pseudo-profeta Zevi en 1666, los rabinos de cada congregación se abstuvieron de realizar modificaciones profundas en los ritos.
Es de destacar que un calendario que indicaba las fiestas, ayunos y horas para rezar se denominaba «Orario»; que llamaban «Tik» a la caja que protegía la Torá y «Puntero» o «Yad» al palo con el que podían seguir el texto sagrado sin tocar el libro. Asimismo, aportaron nuevas festividades al ancestral «Purim» (en Pascua), que conmemoraba la salvación de los hebreos en el Imperio persa, con una versión moderna ambientada en la Zaragoza de 1492 y que aún hoy es leída por las congregaciones en hebreo, ladino y turco.
La religión siguió trasmitiéndose a través de las escuelas rabínicas y/o mediante chicos mayores a los menores, en tiempos otomanos en ladino a través del alfabeto hebreo y con la Republica usando caracteres latinos. La imposición de una visión secular de la sociedad contribuyó a la gradual eliminación de los amuletos mágicos enrollados en el cuerpo, mientras que la educación obligatoria en turco llevó a que el ladino se perdiera como lengua de comunicación en la sinagoga.
En el decreto del sultán Solimán contra la persecución a judíos de 1530, la razón principal que lo justifica es el pago de impuestos, de ahí que, por la seguridad de la comunidad, los sefardíes de Estambul no hubieran tardado demasiado en llegar a un acuerdo con los judíos romaniotes y crear una estructura federativa para gestionar el tema (inspirada en el «Reglamento de los judíos de Castilla» de 1432).
Mientras los rabinos se ocupaban de las cuestiones religiosas, el Consejo ejecutivo (o laico) censaba cada congregación, repartía los pagos y se los entregaban al sultán a través del kahya (a menudo un sefardí a pesar de verse uno de ellos ya en 1518 acusado de corrupción). Dado que pagaban por congregación, las autoridades locales hacían lo posible para que sus miembros no se trasladaran a otros lares.
En el siglo XVII cada hogar judío de Estambul contribuía con 660 aspros a través del Consejo, unas cifras que no llegaron a asfixiarlos como si sucedió en otras ciudades, pero que, al atrasarse los pagos por parte de los sectores más desfavorecidos de la comunidad, contribuyó a que paulatinamente una minoría sefardí acaudalada monopolizara la gestión del Consejo ejecutivo.
Además de las contribuciones obligatorias al Estado otomano (fueran ordinarias o extraordinarias), la comunidad sefardí desarrolló fundaciones para apoyar económicamente a los desfavorecidos de la hermandad de barqueros (1715) y de emigrados a Jerusalén (1726). La formación de la República turca terminó por igualar impositivamente a los súbditos musulmanes y judíos con la excepción del nefasto impuesto virlik (1942-1945) que supuso el 5% de los ingresos mensuales para los primeros y del 179% para los segundos.
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