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Blog del Instituto Cervantes de Estambul

Biblioteca Álvaro Mutis

El refranero

Se trata de una de las expresiones culturales más genuinas de un pueblo y que más hacen para explicar su modo de entender la realidad, que en el caso de la comunidad sefardí ha pervivido con más fuerza y generado nuevas frases en cada uno de los lugares donde se asentaron, desde Estambul a Rodas. En esta sección dejó una brevísima recolección de algunos de sus refranes.

Para la vida corriente, decían cosas como: «Avaz sin arroz, es komo boda sin tañedor» (habas sin arroz es como boda sin músicos); «De afuera vendrá, ken de mi kaza me echara» (de fuera vendrá y de mi casa me echará); o «De la madre a la ija, de la parra a la vinya» (que traduciríamos como «de tal palo tal astilla»).

En lo referente a la vida social utilizaban refranes como: «Un figure de pocos amigos» (Cara de pocos amigos) y «De Dio i del vizino no se puede eskonder» (no te puedes esconder ni de Dios ni del vecino); y para referirse al periodo entre el comienzo y el fin de la Pascua decían que eran días «Medianes».

De cara a su relación con el resto de súbditos del Imperio otomano, es conocida la expresión de enfado de «mira ke me ago turko» (como sinónimo de musulmán) o esta conocida copla sobre una sefardí, que harta de las quejas de su marido, decide cambiarse de ropa y de religión:

«…Ya se quita el tocadico

Y ya se mete el yashmaquito (velo musulman)

Por los negros yapraquitos (arroz envuelto en hojas de parra)

Que no los supo hazer,

Selamalikim, Effendem

Ya se quita el tocadico

Y ya se mete el yashmaquito»

Retrato de una dama judía de alta alcurnia.

La música

En el momento de llegar a Estambul, los sefardíes apreciaban principalmente los romanceros: largos poemas con estrofas musicales carentes de armonía instrumental que, con la influencia arabo-turca, se volverían muy ornamentados. A su vez, los sefardíes desarrollaron dos nuevas modalidades musicales: las kantikas populares, que podían ser en ladino e incluir términos griegos y turcos; y la música dedicada a la sinagoga, a menudo en hebreo, que tuvo en Yosef Karo (1488-1575) a uno de sus principales exponentes con el himno de Shabat «Lekhah Dodi».

En el siglo XVIII floreció el género de las coplas, que solían cantar los hombres en festividades anuales de toda índole (por ejemplo «De Boca del Rio» para eventos en sinagoga). Entonces las kantikas tomaron mucho prestado de la música balcánica, canciones tradicionales como «Los bilbilikos» comenzaron a entonarse al modo turco e instrumentos musicales como el pandero o los parmak zili (unos pequeños címbalos atados a los dedos) entraron los repertorios nupciales.

También la música clásica se vio profundamente influenciada por los músicos sefardíes como Isaak Fresko Romano, que fue profesor del sultán (y musicólogo) Selim III (r.1789-1807), o el cantor Hasan Rebi Isaak Maçoro (1918-2008) que cantaba en las sinagogas de Estambul, desde el ladino al clásico otomano. La fundación en 1978 de los Pasharos Sefaradies dio una nueva vida a la música ladina, siguiéndole Estreyikas de Estambul (2004) y el Coro Nes (2006).

Partitura de una melodia sefardí

El ladino

Durante el Antiguo Régimen otomano, uno de los puntales de la cohesión comunitaria era la religión (de ahí que se organizaran en torno a sinagogas); sin embargo, en tiempos más recientes el idioma ladino ocupó su lugar como elemento identificador, precisamente en un momento de claro retroceso frente al turco.

En la península ibérica no existe un dialecto especifico que podamos considerar el origen del ladino pues, en el Estambul del siglo XV, vinieron a encontrarse comunidades judías de lugares tan dispares como Granada o Navarra y, aunque el elemento castellano predominaba por razones demográficas, las influencias del italiano y otras lenguas mediterráneas le darían un carácter único.

Además, la convivencia con otras comunidades como la griega y la llegada en el siglo XIX de sefardíes de los Balcanes conllevarían una evolución en la lengua (por ejemplo, al tenedor le llaman «piroúni» como los griegos).

Campañas de acoso como la que en la década de 1930 apoyaría el judío Munis Tekinalp con eslóganes tipo «Ciudadano, ¡habla turco!» golpearon profundamente la voluntad de varias generaciones de preservar el ladino, lo que, junto a la entrada de la mujer en el mercado laboral, supuso el declive del idioma. A día de hoy, incluso la ceremonia religiosa del var-mitzbah se hace prácticamente toda en turco.

Antes del siglo XX era habitual escribir el ladino en
caracteres hebreos u arabigos.

Los impuestos

En el decreto del sultán Solimán contra la persecución a judíos de 1530, la razón principal que lo justifica es el pago de impuestos, de ahí que, por la seguridad de la comunidad, los sefardíes de Estambul no hubieran tardado demasiado en llegar a un acuerdo con los judíos romaniotes y crear una estructura federativa para gestionar el tema (inspirada en el «Reglamento de los judíos de Castilla» de 1432).

Mientras los rabinos se ocupaban de las cuestiones religiosas, el Consejo ejecutivo (o laico) censaba cada congregación, repartía los pagos y se los entregaban al sultán a través del kahya (a menudo un sefardí a pesar de verse uno de ellos ya en 1518 acusado de corrupción). Dado que pagaban por congregación, las autoridades locales hacían lo posible para que sus miembros no se trasladaran a otros lares.

En el siglo XVII cada hogar judío de Estambul contribuía con 660 aspros a través del Consejo, unas cifras que no llegaron a asfixiarlos como si sucedió en otras ciudades, pero que, al atrasarse los pagos por parte de los sectores más desfavorecidos de la comunidad, contribuyó a que paulatinamente una minoría sefardí acaudalada monopolizara la gestión del Consejo ejecutivo.

Además de las contribuciones obligatorias al Estado otomano (fueran ordinarias o extraordinarias), la comunidad sefardí desarrolló fundaciones para apoyar económicamente a los desfavorecidos de la hermandad de barqueros (1715) y de emigrados a Jerusalén (1726). La formación de la República turca terminó por igualar impositivamente a los súbditos musulmanes y judíos con la excepción del nefasto impuesto virlik (1942-1945) que supuso el 5% de los ingresos mensuales para los primeros y del 179% para los segundos.

La protección otomana dependía fundamentalmente
del pago regular de impuestos.

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