La muerte de un miembro de la comunidad también estuvo estrictamente codificada; por ello sabemos que, en el siglo XVIII, tras el fallecimiento se lavaba cuidadosamente su cuerpo y se le amortajaba, enterrándolo sin poner en una caja ataúd. Si era posible se le alojaba en un cementerio sefardí aunque, recientemente, muchos miembros de dicha comunidad eligieron el mayor cementerio askenazí de Estambul.
Era costumbre que los siguientes siete días a la muerte sus familiares no salieran de casa y en los treinta días posteriores los hombres de la familia no se rasuraban los cabellos; por su parte las viudas tenían la costumbre de vestir de negro el resto de sus vidas. Pasado un tiempo, los parientes disponían una lápida junto a la tumba donde grababan la edad del difunto, el día de su muerte y que empleo público tuvo. Era costumbre anual llevar a cabo el «Yahrzeit», la visita a la tumba de los padres.
Los judíos habían vivido un periodo cultural de gran esplendor durante la etapa de Al-Ándalus que, incluso con el trauma de la Expulsión de 1492 se negó a desaparecer. Una forma de mantener vivo el legado de los antiguos sabios peninsulares fue con el uso de la imprenta: los hermanos David y Samuel ibn Nahmias montaron un taller en Estambul ya en 1494; y en 1547, otra familia sefardí, los Sonsino, realizaron nuevas aportaciones técnicas e imprimieron la primera Torá poliglota.
Durante años, el hebreo se mantuvo como el idioma de culto, empleado por rabinos e intelectuales, mientras el ladino era usado en las conversaciones corrientes (del mismo modo que el latín en la Europa cristiana). Tesalónica (en la actual Grecia) se convirtió en un centro de estudios prestigioso para la comunidad sefardí, compitiendo solo con Estambul: centro de publicación hebrea y por ser el sitio de la Gvira Yeshiva, la famosa institución educativa de Yosef Nasi.
El trauma comunitario del pseudo-profeta Zevi en 1666 conllevó un declive de la intelectualidad sefardí que, poco a poco, dejaron de comprender el ancestral idioma hebreo; afortunadamente, y sin renunciar a dicho alfabeto, una nueva generación comenzó a publicar en ladino, dándole un prestigio a la lengua que antes no tenía. Filósofos como Daniel Fonseca obtuvieron el respeto de figuras internacionales como Voltaire.
En el siglo XIX, periodo de declive del Imperio otomano, Francia le ganó a España la partida en la lucha por influir en la comunidad sefardí, e incluso en la fundación de centros educativos de origen local como La Escola de Abraham Camondo, el francés se convirtió en el nuevo idioma de culto. Sin embargo, la comunidad seguía leyendo un ladino escrito con caracteres hebraicos: el primer periódico fue el Or Israel (1853), siguiéndole otros como El Tiempo (1872-1930), La Boz de Turkiye (1949-1950) o La Luz (1950-1953).
Ya a comienzos del siglo XX, y fieles a las políticas promovidas por el gobierno republicano, las principales redacciones en el barrio del Galata de El Telégrafo y El Tiempo ya publicaban con letras latinas. La presión cultural turca y el cambio de generación llevó a que en 1983 el Shalom, el principal periódico comunitario, dejara de escribir en turco; afortunadamente, en 2003 Gad Nassi y otros sefardíes interesados por conservar el ladino, iniciaron la publicación de El Amaneser.
Se trata de una de las expresiones culturales más genuinas de un pueblo y que más hacen para explicar su modo de entender la realidad, que en el caso de la comunidad sefardí ha pervivido con más fuerza y generado nuevas frases en cada uno de los lugares donde se asentaron, desde Estambul a Rodas. En esta sección dejó una brevísima recolección de algunos de sus refranes.
Para la vida corriente, decían cosas como: «Avaz sin arroz, es komo boda sin tañedor» (habas sin arroz es como boda sin músicos); «De afuera vendrá, ken de mi kaza me echara» (de fuera vendrá y de mi casa me echará); o «De la madre a la ija, de la parra a la vinya» (que traduciríamos como «de tal palo tal astilla»).
En lo referente a la vida social utilizaban refranes como: «Un figure de pocos amigos» (Cara de pocos amigos) y «De Dio i del vizino no se puede eskonder» (no te puedes esconder ni de Dios ni del vecino); y para referirse al periodo entre el comienzo y el fin de la Pascua decían que eran días «Medianes».
De cara a su relación con el resto de súbditos del Imperio otomano, es conocida la expresión de enfado de «mira ke me ago turko» (como sinónimo de musulmán) o esta conocida copla sobre una sefardí, que harta de las quejas de su marido, decide cambiarse de ropa y de religión:
«…Ya se quita el tocadico
Y ya se mete el yashmaquito (velo musulman)
Por los negros yapraquitos (arroz envuelto en hojas de parra)
Que no los supo hazer,
Selamalikim, Effendem
Ya se quita el tocadico
Y ya se mete el yashmaquito»
En el momento de llegar a Estambul, los sefardíes apreciaban principalmente los romanceros: largos poemas con estrofas musicales carentes de armonía instrumental que, con la influencia arabo-turca, se volverían muy ornamentados. A su vez, los sefardíes desarrollaron dos nuevas modalidades musicales: las kantikas populares, que podían ser en ladino e incluir términos griegos y turcos; y la música dedicada a la sinagoga, a menudo en hebreo, que tuvo en Yosef Karo (1488-1575) a uno de sus principales exponentes con el himno de Shabat «Lekhah Dodi».
En el siglo XVIII floreció el género de las coplas, que solían cantar los hombres en festividades anuales de toda índole (por ejemplo «De Boca del Rio» para eventos en sinagoga). Entonces las kantikas tomaron mucho prestado de la música balcánica, canciones tradicionales como «Los bilbilikos» comenzaron a entonarse al modo turco e instrumentos musicales como el pandero o los parmak zili (unos pequeños címbalos atados a los dedos) entraron los repertorios nupciales.
También la música clásica se vio profundamente influenciada por los músicos sefardíes como Isaak Fresko Romano, que fue profesor del sultán (y musicólogo) Selim III (r.1789-1807), o el cantor Hasan Rebi Isaak Maçoro (1918-2008) que cantaba en las sinagogas de Estambul, desde el ladino al clásico otomano. La fundación en 1978 de los Pasharos Sefaradies dio una nueva vida a la música ladina, siguiéndole Estreyikas de Estambul (2004) y el Coro Nes (2006).
Como la mayor parte de sociedades de la época, la sefardí estaba claramente dividida entre una clase alta alfabetizada y una baja poco formada, predominando además los textos de tipología religiosa. Para estos últimos el género favorito era el romancero, que habitualmente relataba experiencias de la comunidad en la península ibérica, y que se acompañaba de estrofas musicales.
Uno de los romances más populares en Estambul la historia de «Don Bueso y su hermana», sobre el viaje de este por Europa para rescatarla. El «Purim de Zaragoza» sería una aportación de la familia Samuel al corpus religioso de las comunidades otomanas, relatando el milagroso rescate de unas familias de la amenaza mortal de Fernando el Católico.
En 1730 el rabino Yakob ibn Kuli escribió Me’am Lo’ez’ («La enciclopedia de los sefardíes orientales») en el que hacían comentarios en ladino sobre la Torá, y que tendría sucesivas reediciones hasta 1899. De aquella época, y también en la línea de educar religiosamente a su comunidad, tenemos en 1749 el Shevet Musar («La vara de la moral») de Abraham Hakohen.
El laicismo impregnaría la sociedad sefardí en el siglo XX, muestra de ello son comedias teatrales tipo «Ocho días antes de Pesah» (1909) sobre las dificultades para modernizarse de una familia de barrio humilde, y «Musiu Jac el Parisiano quere esposar» (1929) a propósito de los esfuerzos de unos padres iletrados para emparejar a su hija.
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