“La memoria es el gran ejercicio político en el sentido amplio de la palabra. Te permite escalar las cosas. O por lo menos darles su justa medida. Está bien saber lo que vino antes de ti para que no cometas nunca la frivolidad de creer que estás inaugurando algo, que sepas que te debes a algo. La memoria supone recordar que vienes de un lugar”. (Karina Sainz Borgo, en la entrevista de Winston Manrique Sabogal para WMagazin, 4 de junio de 2019).
Estas palabras de Karina Sainz Borgo nos van acercando al encuentro con ella el próximo sábado 26 de marzo y, a la vez, nos hacen reflexionar sobre el tema principal de la nueva temporada de 4L/4C, la memoria.
En unos años en los que tenemos la impresión de que todo lo que hemos construido se desvanece, pierde sentido, desaparece, es precisamente cuando un gran número de manifestaciones artísticas y literarias concentran su mirada en la memoria: las Madres paralelas de Almodóvar, los últimos Marías (Tomas Nevyson o Así empieza lo malo, como muestra) o exposiciones como la de Anselm Kiefer en Paris, dedicada a Paul Celan -¡cuánto pesó el recuerdo sobre su vida y sus días finales frente al puente Mirabeau!-, o el Faire son temps, de la muestra de Christian Boltanski, sólo por poner algunos ejemplos, más los que cada uno de los lectores podría rastrear y citar en su entorno más cercano.
La hija de la española lo afronta desde un concepto que para la autora parece capital y que de alguna manera la define en su proceso creativo, la nostalgia: “La nostalgia es un tema recurrente. Sentimos nostalgia de lo que ya no podrá ser, de aquellas cosas que se estropearon, que caducaron. La nostalgia no es algo muy saludable, la verdad, pero a mí me alimenta y me guarece, sobre todo. Es una fuente de evocación de cosas hermosas. La nostalgia es como tener la posibilidad de resucitar a alguien…” (Karina Sainz Borgo, en la entrevista de Winston Manrique Sabogal para WMagazin, 4 de junio de 2019).
Y no es mucho desvelar que Adelaida Falcón se reconstruye, se transforma y abre un nuevo horizonte de posibilidades a través de la “resurrección” de Aurora Peralta. Sí, todos recordamos la cita de Juan Gabriel Vásquez: “Uno es del lugar donde están enterrados sus muertos”. Sin embargo, es muy sugerente contrastar las palabras del escritor colombiano con lo que nos cuenta Rosario López en su reseña del libro de Sainz Borgo para Latin America Literature Today, rememorando una idea del escritor peruano Fernando Iwasaki: uno en realidad es de donde nacen sus hijos:
“Adelaida entierra su patria con su madre, porque su madre es su patria y su tierra descuartizándose como líneas de vida en las manos. Se convierte en el escenario donde otra cosa, otra persona, sucederá. Esa persona es Aurora, su vecina. Aurora es, era, la hija de la española, una mujer de esa gente que llegó huyendo de la guerra civil española y la posguerra, gente que solo tenía una cosa para vivir: sus manos. Julia, la española, montó su negocio en La Candelaria, murió hace tiempo, y ahora Adelaida encuentra su casa abierta y a Aurora, la hija de la española, muerta, con los papeles preparados para irse a España, donde la esperan. No se sabe quién la mató, pero a Adelaida no le importa.”
Si analizamos la novela con perspectiva y distancia, podemos decir que la memoria no es únicamente la reconstrucción de los hechos del pasado, sino que se acaba convirtiendo en un hecho antropológico y social. Adelaida nos hace ir y venir al pasado idílico y al presente más terrible, idealizando el primero y denunciando y culpando al segundo por ser causante de la pérdida paradisiaca. “Sainz Borgo nos permite estar en la niña y la mujer a la vez, cuenta un relato personal y universal, de ir y venir, mantiene la tensión, calma el hambre del que lee para saber qué pasará y del que lo hace para entender qué ha pasado.” (Rosario López, reseña del libro de Sainz Borgo para Latin America Literature Today).
Además de este análisis distanciador, en el que la escritora apuesta por un sentido universalizante, buscando que el lector se vea reflejado más allá del punto de vista local, la novela no deja de ser una apuesta por describir unos hechos, unos personajes y una escenografía sin ningún tipo de ambigüedades: “La hija de la española pertenece al género de la novela testimonial –no necesariamente periodística ni autobiográfica– que obliga a un autor a narrar el miedo, el sufrimiento, la tortura, la muerte y la esperanza, acaso. Rara vez esas novelas son contemporáneas a los hechos relatados y, cuando lo son, sorprenden doblemente.”, Christopher Domínguez Michael, Letras Libres, septiembre de 2020.
Escuchemos lo que nos cuenta la autora:
Como reflexión final sobre estos apuntes dejémonos acompañar por un párrafo del libro:
“Cuando las puertas del ascensor se cerraron, me miré en el espejo. Mi aspecto era lamentable. Estaba agotada, envejecida, agria. Entre la mujer que era y la que me miraba de vuelta cruzaba una larga fila de espectros, versiones lavadas de un documento original. Había perdido mucho peso. Lucía mayor, pasada de moda, como si en lugar de venir de otro país llegara desde otro tiempo. Así debía ser el aspecto de la madre de Aurora Peralta cuando llegó a mi ciudad. Pero yo estaba viva. Ella ya no.” (La hija de la española, en un lugar en el libro que seguro que encontraréis).
“Dice la verdad
quien dice la sombra”
(Paul Celan)
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