La carrera literaria del escritor Julio Llamazares muestra su capacidad para indagar en la intimidad del ser humano a la vez que transmite el contexto social e histórico en el que se inserta la existencia individual de cada uno de los personajes dando fe de aquello que decía el filósofo alemán Karl Marx: “El hombre hace de su actividad vital el objeto de su voluntad y de su conciencia”.
“Notamos que los recuerdos se activan, las evocaciones generan imágenes visuales o sensoriales, las voces del pasado se hacen parte del presente según un proceso por el cual se afirma una posición frente a los dramas contemporáneos. Todo esto que pertenece al orden de la memoria y al propósito de la crítica adquiere sentido político y cultural al insertarse o concebirse como una reflexión que parece dialogar con el pensamiento crítico de la modernidad.” (Cárcamo, S. (2023). Memoria y resistencia en la obra de Julio Llamazares. Olivar, 23(37), e137. https://doi.org/10.24215/18524478e137)
Dos de los argumentos que constituyen el trasfondo de La lluvia amarilla, la memoria y la resistencia (a los que nos referíamos en detalle en la anterior entrada de este blog), están muy presentes ya desde el inicio de su carrera literaria, en los dos libros de poemas La lentitud de los bueyes (1979) y Memoria de la nieve (1981):
“En odres muy antiguos, tan antiguos que ni siquiera el dolor
puede alcanzarles, está guardado el tiempo. Y su costumbre deja posos
más ácidos y azules que el olvido.
Como hierba crecida entre ruinas, la soledad es su único alimento y,
sin embargo, su sustancia es tan dulce como nata crecida.
Absteneos, no obstante, de ponerle interrogantes amarillas
o de buscar dioses de trapo allí donde existen solamente aguas absurdas.
De todos es sabido que el tiempo no posee otra grandeza
que su propia mansedumbre.”
(La lentitud de los bueyes)
Ya sabemos que Llamazares nace en Vegamián -ese pueblo desaparecido bajo las aguas del pantano de Porma (Embalse Juan Benet)- en 1955. Su familia, como el resto de los habitantes del pueblo, se tuvieron que trasladar y el escritor va a pasar su infancia en Olleros de Sabero, un pueblo minero de León. Este pueblo es precisamente el escenario de la tercera novela del autor, Escenas de cine mudo (1994).
A los 12 años se traslada a Madrid para seguir sus estudios en un colegio religioso. Cuatro años después, con 16 cumplidos, se instala en León para estudiar el curso previo al ingreso en la Universidad. Cursará los primeros años de la carrera de Derecho en León y los dos últimos en Oviedo y Gijón, ciudades en las que pasaría tres años de su vida.
En la década de los 70 comienza a dedicarse al periodismo en Radio Popular de León. En esta ciudad surgirá en 1975 un grupo literario, Barro, que publicará en 1976 algunos poemas del autor en el libro Barro. Poesía. En este año recibe el premio Nacional de Poesía Universitaria. Sin duda, estamos ante un dominador de la palabra, es así como se conciben los poemas, y este es el lugar que trasciende su carrera como escritor. Ya hemos señalado que La lluvia amarilla es una novela concebida con el alma de los versos.
En 1981 se instala definitivamente en Madrid. Aquí va a colaborar con diferentes periódicos y revistas (Diario 16, El Urogallo, …). En estos primeros años en la capital finalizará su libro El entierro de Genarín, sobre el personaje esperpéntico que protagoniza la procesión de Jueves Santo en León. Memoria de la nieve sería galardonado con el premio “Jorge Guillén” en 1982. Una beca para jóvenes escritores le ayuda a finalizar su primera novela, Luna de lobos (1984). Es una época de premios, tanto de periodismo como de literatura.
El año 1983 marca el debut dentro del cine con la película El Filandón -a la que ya nos hemos referido en una entrada anterior del blog- donde además de participar en el guion de una de las partes podemos verlo también como actor. Es un momento en el que se ve atraído por el medio audiovisual colaborando en el programa cultural de TVE Tiempos Modernos (aquí podéis ver una de las emisiones con el deleite de incluir una entrevista al escritor argentino Jorge Luis Borges. Al final del programa, en los créditos, encontráis a Julio Llamazares entre los asesores).
En 1985 comienza su colaboración con El País y escribe el guion de su novela Luna de lobos junto al director Julio Sánchez Valdés. La lluvia amarilla aparecerá en 1988 y en el 90 El río del olvido, su primer libro de viajes, que se inspira en el recorrido que realizó en 1981 por la comarca leonesa del río Curueño.
En 1991 publica En Babia, libro recopilatorio de sus trabajos periodísticos y de viajes. El año 94 es el de la aparición de Escenas de cine mudo, así como la escritura del guion de la película El techo del mundo (1995) junto con el director Felipe Vega.
En 1998 ven la luz dos libros más, los relatos Tres historias verdaderas y el libro de viajes Tras-os-montes, un delicioso recorrido por la homónima región montañesa de Portugal (donde encontramos personajes llenos de amor y humanidad, como Antonio Alberto Pereira, quien guardaba un ejemplar del libro de Llamazares en su Barco do Amor: “El viajero, emocionado, le mira hacer en silencio, ahora ya de pie en la barca, sabiendo que este momento quedará ya en su memoria para siempre”). En 1999, colaborará como guionista con la directora Iciar Bollaín en la película Flores de otro mundo:
Llamazares dilata su entrada literaria en el siglo XXI, ya que no publicará hasta seis años después El cielo de Madrid, primera novela no ambientada en un paisaje rural. En 2008 aparece uno de sus proyectos más ambiciosos, Las rosas de piedra, un viaje por todas las catedrales de España -más bien una parte de ellas, las de la zona norte- porque en 2018 continuaría con este proyecto con la publicación de Las rosas del sur.
A partir de 2010 publica una recopilación de relatos, Tanta pasión para nada (2011), dos relatos de viajes, Atlas de la España imaginaria (2015) y El viaje de Don Quijote (2016), y dos novelas: Las lágrimas de San Lorenzo (2013) y Distintas formas de mirar el agua (una vuelta a la montaña leonesa). Sería finalista del Premio de la Crítica de Castilla y León con ambos libros. Nada mejor que contemplar la relación del escritor con su tierra para comprender el verdadero significado de su escritura. En 1999, TVE emite en su programa Esta es la tierra el capítulo “León, memoria de la nieve, por Julio Llamazares”:
Su última novela es de 2023, Vagalume, una novela de ocultación y desvelamiento, una reflexión sobre la necesidad de escribir. “Un homenaje, en definitiva, a todas esas personas que, desde la imaginación, como luciérnagas en la noche, crean vidas mientras los demás dormimos” (de la contraportada de la edición de la editorial Alfaguara). Una novela llena de belleza y en la que el escritor se descubre a sí mismo como el ciego de Llamazares (el pueblo del mismo nombre) que nunca deja de viajar y nunca llega a ninguna parte o como la del protagonista de Cenizas en la niebla (uno de los títulos inscritos en Vagalume): “un maquinista de trenes que tras cuarenta años de trabajo se jubilaba y se quedaba sin saber qué hacer con su vida: hasta entonces había consistido en ir de un lugar a otro sin detenerse en ninguno”.
Si queréis descubrir a este viajero errante y maquinista portentoso no os perdáis el encuentro que tendremos con él el próximo sábado. Os esperamos con vuestra mochila cargada de preguntas.
El óxido se posó en mi lengua como el sabor de una desaparición.
El olvido entró en mi lengua y no tuve otra conducta que el olvido,
y no acepté otro valor que la imposibilidad.
Como un barco calcificado en un país del que se ha retirado el mar,
escuché la rendición de mis huesos depositándose en el descanso;
escuché la huida de los insectos y la retracción de la sombra al ingresar en lo que quedaba de mí;
escuché hasta que la verdad dejó de existir en el espacio y en mi espíritu,
y no pude resistir la perfección del silencio. […]
“Descripción de la mentira”, poema de Antonio Gamoneda
La influencia de la poesía de Antonio Gamoneda en la literatura de Julio Llamazares nos puede ayudar a conocer mejor al novelista y su obra. A pesar de que el segundo quisiera matizar su interpretación únicamente en clave política de este poema, es necesario transitar por esa vereda al intentar discernir todos los significados de nuestra novela.
La lectura de La lluvia amarilla no puede evitar hacerse desde el recuerdo de toda una serie de sucesos que componen la historia del territorio, del espacio físico que ocupa Ainielle, pero también de aquellos otros lugares que fueron ocultados bajo las aguas, como Vegamián, el pueblo donde en 1955 nació Julio Llamazares y que fue cubierto por la construcción de un embalse. El escritor nos lo cuenta junto con el testimonio de otros habitantes en este capítulo de la serie documental Hundidos:
La naturaleza en esta novela es imagen literal e imagen simbólica, así debemos entender que el olvido en el que el agua sumergió parajes, pueblos y habitantes es evocación de otra ocultación, otra desaparición que buscó la invisibilidad tanto de Andrés, Sabina y todos sus vecinos como de una buena parte de la población española que sufrió las consecuencias de los vencidos:
“El régimen franquista presentó la victoria en la guerra civil como la salvación de España, el hecho que impidió que el país se convirtiera en una colonia soviética. Fue la victoria de la fe y las tradiciones frente al materialismo y la anti-España. Aunque los discursos oficiales insistían en que la victoria se administró en beneficio de todos los españoles, sobre los vencidos cayó la represión y el olvido.” (José Antonio LLERA, “Memoria, duelo y melancolía en La lluvia amarilla de Julio Llamazares”, en Revista de Literatura, 2019, vol. LXXXI, n.º 162, 533-548, ISSN: 0034-849X https://doi.org/10.3989/revliteratura.2019.02.021).
Pasados los años, algunos de estos pueblos sepultados por la losa del agua o por la del abandono y destrucción fueron reapareciendo, así en los años 80 Llamazares pudo volver a recorrer los caminos de Vegamián cuando tras una inspección técnica se decidió vaciar el pantano. Este momento coincidió con el rodaje de El filandón (1985), la película de José María Martín Sarmiento, basada una parte de ella en el cuento de Llamazares, “Retrato de bañista”:
Años antes, el autor había escrito un artículo, “Volverás a Región”, incluido en el libro En Babia, en el que homenajeaba a todos estos pueblos que habían sufrido las mismas consecuencias que el suyo:
“Como un pueblo maldito, arrojado de la tierra donde durante siglos vivieran sus abuelos y sus padres, aquellos campesinos montañeses tomaron el camino que habría de llevarlos a lejanas ciudades, desconocidas muchas veces, donde poder fundar un nuevo hogar y encontrar un nuevo puesto de trabajo: ajena a sus temores y problemas, la vida seguía rodando normalmente. Lo que ya nunca podrían encontrar sería aquella paz rural perdida y el remedio a una nostalgia que, lejos de extinguirse con los años, se acentúa y agranda.”
El ingeniero que proyectó aquel embalse de Vegamián fue Juan Benet, quien mientras dedicaba las mañanas a dibujar el futuro de la presa en las tardes escribiría la novela Volverás a Región, una de las cumbres de la renovación de la literatura en español, reflexión sobre la naturaleza y veladura, como la del autor leonés, de una región en la que era muy difícil vivir y transitar.
Aquellos planes hidráulicos que se divulgaban desde la propaganda franquista como un medio de enriquecer y beneficiar a los habitantes de esos pueblos no era otra cosa que un proceso de transformación de consecuencias poderosas: “Llamazares ha insistido en que la construcción de la presa fue un genocidio cultural y demográfico. Y añade al contemplar el paisaje de su infancia: «Impresiona verlo. Yo he conocido algunas personas de éstas que todavía viven y todavía siguen como fuera del mundo. La mayoría volvieron a emprender otra vida, pero nunca dejaron la vida anterior, ni nunca olvidaron, ni nunca se acostumbraron, porque lo que les ocurrió es muy duro». (citado por José Antonio LLERA). Finalmente, el interés era, sobre todo, económico, tal y como afirma Llera: “el salario del sector secundario urbano reemplaza el sistema autosuficiente de las casas, en las que casi no circulaba el dinero y solo en ocasiones se recurría al trueque.”
Llamazares conoce Ainielle en un viaje por el Pirineo aragonés en la primavera de 1986. Uno de sus acompañantes en el viaje es un libro de Enrique Satué, El Pirineo abandonado (1984), que le sirve como base documental para conocer el paisaje geográfico y humano. El libro había sido concebido con el carácter didáctico de explicar a los niños cómo se vivía en algunos pueblos aragoneses. Dentro del libro hay dos relatos que son fuente de inspiración para La lluvia amarilla. El primero es “La última casa”, en el que “el pastor Adrián de Casa Lucas, antes de marcharse del pueblo para siempre, desgrana los motivos del éxodo y la desaparición de un modo de vida ancestral que había contribuido a afianzar una identidad colectiva” (Llera). El segundo quizá es más significativo, ya que narra la historia del pastor Joselón de Ferrara, quien se niega a marcharse del pueblo y de quien se afirma que habla solo. Este personaje en el libro de Satué está inspirado en José de Casa Rufo, personaje real, que fue el último habitante de Ainielle, hasta que sus familiares le convencieron para que abandonara el pueblo en 1971. Los paralelismos con el protagonista de La lluvia amarilla son manifiestos. Recorramos de nuevo esos lugares abandonados de la mano del fotógrafo José Manuel Navia y de su proyecto Alma tierra:
Detengámonos en el significado oculto que parece recorrer la novela más allá del alegato en favor de la naturaleza, de la recuperación de los pueblos y del hábitat de sus pobladores y de la reflexión metafísica sobre el sentido de la vida, el amor y la asunción de la soledad y la muerte. Con José Antonio Llera preguntémonos: “¿Expone la novela tan solo la soledad universal de un hombre que odia al prójimo y que se autodestruye, la extinción irreversible del mundo rural?” Parece que la novela, de manera opuesta a como el escritor leonés hacía en Luna de lobos donde la guerra civil forma parte de su argumento, se ocupa subrepticiamente de una de las figuras representativas del bando de los derrotados en esa guerra, el resistente. La resistencia es la única arma de un vencido, y que en esta narración “muestra un personaje in articulo mortis contra un trauma que ha desintegrado su mundo interior y que se niega a olvidar. La extinción de la vida es tan inexorable como su capacidad para recordar sometimientos y negaciones cuyo responsable último es el poder político-económico, el que surge tras la guerra civil y se prolonga hasta esta última noche de principios de los setenta.” (José Antonio LLERA).
En La lluvia amarilla hay ecos y referencias explícitas a Hijos de la ira de Damaso Alonso (el narrador se nos presenta como un “triste cadáver insepulto”), además de los mencionados a Antonio Gamoneda y a Enrique Satué. No obstante, nos gustaría cerrar esta entrada con otra referencia insoslayable, un fragmento del Pedro Páramo, de Juan Rulfo:
“Aquí en cambio no sentirás sino ese olor amarillo y acedo que parece destilar por todas partes. Y es que éste es un pueblo desdichado; untado todo de desdicha”.
Os dejamos a vosotros, lectoras y lectores, que terminéis de descubrir todos los significados y referencias que tiene este color en la novela. Estaremos encantados de que lo compartáis con la comunidad 4L4C.
“El espacio, ¿pertenece a esos fenómenos primarios que, al ser descubiertos, despiertan en el hombre, según palabras de Goethe, una suerte de espanto que llega a convertirse en angustia? Pues parece que detrás del espacio no hay nada más a lo cual éste pudiera ser reconducido. […]
¿Y qué sería del vacío del espacio? Con demasiada frecuencia, el vacío aparece tan sólo como una falta de algo que llene los espacios huecos y los intersticios.”
Martin HEIDEGGER, El arte y el espacio
Esos huecos e intersticios del vacío a los que se refiere el filósofo parecen rellenados por el lenguaje y por el relato en La lluvia amarilla, son esos lugares que se van completando con la memoria, la de Andrés, pero también la de un escritor, Julio Llamazares, quien es capaz de reconstruir los recuerdos de un pueblo ya inexistente, Ainielle, quien, como cada uno de sus habitantes desaparecidos, también tiene memoria:
“En la historia de Ainielle está escrita la historia de la humanidad”, afirma una de las voces del documental, y es que en el transcurrir de su existencia y desaparición, en ese ir y venir de apropiación humana y desapropiación natural, se refleja el ser de las civilizaciones.
Sin embargo, en la novela, la memoria que cuenta es la de Andrés, a sus pensamientos y a su reflexión interior debemos acudir para intentar datar los hechos que suceden. A diferencia de la cronología clara y precisa de la existencia y desaparición del pueblo, los recuerdos de Andrés provocan que “”la novela es [sea] casi totalmente intemporal” [Francisco Reus] y que las alusiones al tiempo “son [sean] siempre vagas e indefinidas”. Efectivamente, el protagonista mismo se cuestiona, en muchas ocasiones, su memoria, y sus alusiones temporales son, a menudo, imprecisas.”
Pero también hay momentos que anuncia con precisión fechas exactas, fechas clave “la mayoría de las fechas relevantes, de hecho, o “están explícitamente indicadas o pueden ser computadas con exactitud” [López de Abiada]” (“La lluvia amarilla de Julio Llamazares: ¿un monólogo autónomo?”, tesina pro gradu de Elina LIIKANEN, Universidad de Helsinki, noviembre de 2003).
Fechas clave
La novela gira en torno a una de esas fechas clave en la vida de Andrés, la muerte de Sabina, “A partir de ese día, la memoria fue ya la única razón y el único paisaje de mi vida. Abandonado en un rincón, como un reloj de arena cuando se le da la vuelta, comenzó a discurrir en sentido contrario al que, hasta entonces, había mantenido.” (La lluvia amarilla, p. 41).
Parece que en este pequeño fragmento de entrevista, Llamazares quiere desvelar ese espacio del que a partir de la muerte de su mujer debe ocuparse la memoria de Andrés:
Las ruinas se van extendiendo por el territorio del pueblo, ya no quedan casi casas en pie de la misma manera que la memoria de Andrés va perdiendo aliento, desfallece:
“Fue […] en estos años últimos, desde que decidí no volver más a buscar fuera de Ainielle lo que nadie me daría, cuando la soledad se hizo tan fuerte que llegué, incluso, a perder la noción y la memoria de los días. No se trataba ya de aquella extraña sensación de desconcierto que me invadió el primer invierno, a raíz de la muerte de Sabina. Se trataba simplemente de que ya no era capaz de recordar lo que había sucedido el día anterior, ni siquiera si realmente había existido […] Era como si el tiempo se hubiera detenido de repente […] (La lluvia amarilla, p. 107).
Aunque quizá la clave esté precisamente en el interior del libro, allí donde la lluvia amarilla ejerce esa función constante en la que entre los huecos de la memoria no solo aparece el vacío
“Es extraño que recuerde esto ahora, cuando el tiempo ya empieza a agotarse, cuando el miedo atraviesa mis ojos y la lluvia amarilla va borrando de ellos la memoria y la luz de los ojos queridos. De todos, salvo de los de Sabina. ¿Cómo olvidar aquellos ojos fríos que se clavaban en los míos mientras trataba de romper el nudo que aún quería inútilmente sujetarles a la vida?” (La lluvia amarilla, p. 17)
Quizá a Andrés sea el antecedente del protagonista de Baumgartner, la última novela de Paul Auster, sobre la que Enrique Vila-Matas cuenta que “si tenemos la suerte de estar estrechamente conectados con otra persona, tan y tan cerca que el otro sea tan importante como tú mismo, la vida no solo se volverá posible, sino también vivida. Que es como decir que, con tumba fría o sin ella, el amor es más eterno que el silencio de la muerte. Y que, al final de nuestros días, solo cuenta si has querido a alguien y te han querido a ti.” (Enrique Vila-Matas, “El amor en la hora de la verdad”, El País, 27 de febrero de 2024).
¿Y vosotros estáis de acuerdo con la reflexión de Andrés y de Auster?
“En realidad, y pese a mis esfuerzos por mantener vivas sus piedras, Ainielle está ya muerto desde hace mucho tiempo. Lo estaba ya cuando Sabina y yo quedamos solos en el pueblo y antes, incluso, de que murieran o se fueran nuestros últimos vecinos. Durante todos estos años, no quise o no podía darme cuenta. Durante todos estos años, me resistí a aceptar lo que el silencio y las ruinas me mostraban claramente. Pero, ahora, sé que, con mi muerte, ya sólo morirán los últimos despojos de un cadáver que sólo sigue vivo en mi recuerdo.” (La lluvia amarilla)
Una de las características más originales y distintivas de la novela de Julio Llamazares es cómo se crea la ilusión de intimidad. El libro nos descubre a través del lenguaje cómo es su protagonista, cuál es su personalidad y en qué consiste su particular visión del mundo. Hay algunos elementos que nos ayudan a penetrar en ese universo tan particular
1.La mirada
Su narrador protagonista, Andrés, concentra la atención del lector en la mirada. “En La lluvia amarilla, la mirada es siempre intensiva y cargada de significación: en vez de expresar las cosas con palabras, se leen en los ojos.” (“La lluvia amarilla de Julio Llamazares: ¿un monólogo autónomo?”, tesina pro gradu de Elina LIIKANEN, Universidad de Helsinki, noviembre de 2003). La mirada es un elemento ejemplar, tal y como analiza Liikanen, y así en el capítulo seis de la novela encontramos, como ejemplo, la marcha del hijo de la casa de sus padres:
«La mañana anterior, Andrés nos lo había dicho. En realidad lo había dicho varias veces a lo largo de aquel último año. Pero aquella mañana, una extraña tristeza en su mirada y en su voz nos advirtió que al final había tomado la decisión definitiva. Ni su madre ni yo le respondimos. Sabina se escondió a llorar en algún cuarto y yo seguí sentado junto al fuego, inmóvil, sin mirarle, como si no le hubiera oído.»
(La lluvia amarilla, p. 52)
La madre se esconde a llorar y el padre actúa como si no lo hubiera oído: no lo mira. “El padre, según dice, ya había advertido a su hijo en una ocasión anterior que si éste abandonara el pueblo y su casa, nunca más volvería a entrar en ella, ni “nunca más volvería a ser mirado como un hijo” (La lluvia amarilla: p. 52).
Más adelante vemos cómo el hijo sube a la habitación del padre a despedirse:
«[…] se quedó quieto al lado de la puerta, mirándome en silencio, sin atreverse siquiera a acercarse hasta la cama. Yo le sostuve unos instantes la mirada y, luego, antes de que pudiera decir nada, me volví y me quedé mirando a la ventana hasta que se marchó.»
(La lluvia amarilla, p.53).
Como las referencias a los ojos o a la mirada para crear ese espacio de intimidad son múltiples, el relato requiere que el lector permanezca atento para adivinar la significación a través del fragmento de realidad al que nos permite acceder la visión del protagonista. En uno de los pasajes más dramáticos Andrés comprende a través de los ojos de la perra lo que le esperaba detrás de la puerta del molino:
2. El paisaje
Un elemento que nos irá descubriendo la intimidad y las vicisitudes de la vida de Andrés será el propio paisaje a través de la descripción detallada y precisa de los elementos que lo componen. Se produce un reflejo entre lo exterior y lo interior, una correspondencia en la que se muestra que las ruinas y el desgaste de Ainielle son los símbolos de la propia destrucción de Andrés:
“[…] descubrirán […] el perfil melancólico de Ainielle: ya frente a ellos, muy cercano, mirándoles fijamente desde los ojos huecos de sus ventanas
(La lluvia amarilla, p. 11).
[…] contemplarán […] el sólido bastión de la espadaña que todavía se yergue sobre la destrucción y la ruina de la iglesia como un árbol de piedra, como un cíclope ciego cuya única razón de pervivencia fuese mostrarle al cielo la sinrazón de un ojo ya vacío
(La lluvia amarilla, p. 13).
“La espadaña que todavía se yergue sobre la destrucción y la ruina de la iglesia se iguala con el protagonista, con la última persona que se ha quedado en Ainielle, con la que durante años ha contemplado como único testigo vivo la destrucción que le rodea. El protagonista expresa por medio de la metáfora del cíclope ciego la enorme frustración e impotencia que siente al estar acabándose su vida y al darse cuenta de la sinrazón de su resistencia y de su sufrimiento”, Elina LIIKANEN.
Como bien señala Liikanen, es una correspondencia que se produce todo a lo largo de la novela: “primero, se personifican los elementos naturales y los componentes que forman el pueblo; segundo, se aplican metáforas naturales a la descripción de los procesos físicos y psicológicos del protagonista; tercero, se concretan sentimientos y otros conceptos abstractos tanto con la ayuda de la personificación como con la concordancia con los elementos naturales; y cuarto, algunas experiencias del protagonista parecen encarnarse en objetos cotidianos los cuales se convierten en símbolos personales.”
3. Lo amarillo
El tercer elemento que nos conduce a la intimidad se encuentra en el propio título, ‘amarillo’, lo amarillo está presente a lo largo de toda la novela y en cada aparición va generando una imagen diferente y continua dejando su huella tanto en el paisaje como en el protagonistas así como en la interpretación que debe hacer el lector. La explicación de Liikanen es la siguiente: “El significado de la metáfora del amarillo no se revela al lector inmediatamente. Al principio de la novela parece que se menciona este color de modo casual, pero luego la repetición se hace tan insistente que resulta evidente que el amarillo constituye un elemento significativo. El color amarillo aparece en la novela en relación con fenómenos tan diversos como (1) los elementos y fenómenos naturales, (2) los objetos de la vida cotidiana, (3) los rasgos físicos de los personajes y (4) del pueblo, (5) los estados psicológicos y (6) los elementos abstractos:
(1) […] el círculo amarillo de la luna […] (La lluvia amarilla, p. 42).
(2) […] una antigua fotografía amarillenta […](p. 34).
(3) […] los ojos amarillos […] (p. 73)
(4) Las tapias, las paredes, los tejados, las ventanas y las puertas de las casas, todo a mi alrededor era amarillo (p. 120).
(5) […] la locura depositó sus larvas amarillas en mi alma […](p. 47).
(6) […] el silencio y la humedad se entremezclaban en una pasta espesa y amarilla (p.121).”
Julio Llamazares comenta así el título de la obra: “La lluvia amarilla es una metáfora del paso del tiempo, de ese color que cogen las fotografías con el paso del tiempo.»
Es Andrés quien nos ofrece la interpretación final: “todo a mi alrededor se ha ido tiñendo de amarillo como si la mirada no fuese más que la memoria del paisaje y el paisaje un simple espejo de mí mismo” (La lluvia amarilla, p. 119).
Esperamos vuestros comentarios en la intimidad de La lluvia amarilla.
«Cuando lleguen al alto de Sobrepuerto estará, seguramente, comenzando a anochecer. Sombras espesas avanzarán como olas por las montañas y el sol, turbio y deshecho, lleno de sangre, se arrastrará ante ellas agarrándose ya sin fuerzas a las aliagas y al montón de ruinas y escombros de lo que, en tiempos, fuera (antes de aquel incendio que sorprendió durmiendo a la familia entera y a todos sus animales) la solitaria Casa de Sobrepuerto. El que encabece el grupo se detendrá a su lado. Contemplará las ruinas, la soledad inmensa y tenebrosa del paraje. Se santiguará en silencio y esperará a que los demás le den alcance. Vendrán todos esa noche: José, de Casa Pano, Regino, Chuanorús, Benito el Carbonero, Aineto y sus dos hijos, Ramón, de Casa Basa. Hombres endurecidos todos ellos por los años y el trabajo. Hombres valientes, acostumbrados desde siempre a la tristeza y soledad de estas montañas. Pero, a pesar de ello —y de los palos y escopetas de que, sin duda alguna, han de venir armados—, una sombra de miedo y de inquietud envolverá esa noche sus ojos y sus pasos. Contemplarán también por un instante las paredes caídas del caserón quemado y, luego, el lugar que alguno de ellos señalará ya con la mano en la distancia.
A lo lejos, frente a ellos, en la ladera opuesta de la montaña, los tejados y los árboles de Ainielle, ahogados entre peñas y bancales, comenzarán ya entonces a fundirse con las primeras sombras de una noche que, aquí, contra el poniente, llega siempre mucho antes.»
La lluvia amarilla
Anielle existe. Y existe no solo en la ficción. Llamazares nos lo recuerda desde la antesala de la novela: “En el año 1970, quedó completamente abandonado, pero sus casas aún resisten […]”, aunque los personajes son “pura fantasía del autor”. Sin embargo, a lo mejor, “bien pudieran ser los verdaderos” (aunque él no lo sepa).
Volver a recuperar Anielle es una utopía, pero no lo es tanto hacer una ruta, recorrer sus caminos, encontrar las huellas de Andrés y seguir sus pasos: “Así, cada primer sábado de octubre, pueden subir a Ainielle para hacer una marcha cultural en las que charlan sobre arquitectura o etnografía de estos pueblos y suena la música. Es imposible volver a habitar el Sobrepuerto, sería una quimera. O no hay infraestructura o es imposible recuperarla. Pero sí queremos que sobreviva el recuerdo de aquellos hombres con un carácter forjado por la montaña, nos cuenta Isabel Manglano, la presidenta de la Asociación O Cumo, que organiza las marchas y el mantenimiento del camino.”
En la escritura del autor leonés no se oculta el homenaje a todos esos pueblos que fueron desapareciendo y la tragedia que sufrieron sus habitantes cuando se vieron obligados a emigrar y abandonar su casa y sus orígenes.
“Han pasado quince años desde entonces. Quince años de silencio y de nostalgia. Quince años marcados por el signo de la resignación y el éxodo. Como un pueblo maldito, arrojado de la tierra donde durante siglos vivieran sus abuelos y sus padres, aquellos campesinos montañeses tomaron el camino que habría de llevarlos a lejanas ciudades, desconocidas muchas veces, donde poder fundar un nuevo hogar y encontrar un nuevo puesto de trabajo: ajena a sus temores y problemas, la vida seguía rodando normalmente. Lo que ya nunca podrían encontrar sería aquella paz rural perdida y el remedio a una nostalgia que, lejos de extinguirse con los años, se acentúa y agranda…”
Julio Llamazares, En Babia, 1991.
Para acompañarlo en este homenaje os dejamos esta página donde podéis encontrar muchos de los pueblos que, como Ainielle, han sido abandonados en la provincia de Huesca:
Si ya estáis instalados en Ainielle y nos queréis contar que sentís escuchando la voz de Andrés entre las páginas de La lluvia amarilla, nos gustaría que lo compartierais para sentirnos acompañados en esta solitaria lectura.
Valentina, la bibliotecaria del centro de la UNED (Universidad Nacional de Educación a Distancia) en Barbastro, nos da unas sugerentes pautas de lectura. No os las perdáis.
Comentarios recientes / Son yapılan yorumlar