Cuando llegaron de la península ibérica, los sefardíes guardaban muchas tradiciones típicas de sus comunidades originales que se justificaban por su relación con la mayoría cristiana de aquel lugar, por ejemplo, a los niños que no se portaban bien se les asustaba con la llegada del apóstol cristiano «Sanpavlo». Asimismo, durante todo este tiempo se han caracterizado por gesticular mucho al hablar, tal como hacen españoles o italianos.
Como la mayoría de sus contemporáneos, los sefardíes guardaban una relación muy próxima con la religión y el mundo mágico, por lo que era habitual que portaran enrollados al cuerpo amuletos escritos en hebreo que los protegieran. Para asuntos más mundanos se valían de la crítica social, así que a las personas sin aspiraciones intelectuales las llamaban «pasador de ora», a aquellos que fracasaban en sus proyectos les denominaban «azno» (aunque también aplicaban dicha animalización a los que trabajaban arduamente).
No fueron por otro lado una comunidad inmune a las influencias ajenas: para los sefardíes estrechar la mano de otro se reservaba exclusivamente para cerrar acuerdos comerciales, pero con la estandarización de este saludo al modo francés, lo asumieron también en el siglo XX; del mismo modo que pronto asumieron fórmulas de respeto del estilo otomano, así que a un Yakub Levi, en lugar de llamarle señor Levi le decían Yakub Bey.
Estas filtraciones culturales a menudo procedían de las altas esferas, cuyos contactos con el extranjero menudeaban. En ocasiones estas relaciones se convertían en excesivamente estrechas y la comunidad sefardí, encerrada en sus tradiciones rechazaba (especialmente a raíz del pseudo-profeta Zevi): de este modo el medico de palacio Abravanel se convirtió a mediados del siglo XVII en el musulmán Hayatti Zade, y Abraham Camondo fue acusado de «cristianizar» a la juventud.
Tratándose de una población que en el Imperio otomano podría considerarse «clase media», un prudente alejamiento de la política nacional y una religiosidad calculadamente discreta, podemos afirmar que solo a través de las costumbres y el mantenimiento de algunas tradiciones llegaremos a comprender el mundo sefardí.
Los judíos habían vivido un periodo cultural de gran esplendor durante la etapa de Al-Ándalus que, incluso con el trauma de la Expulsión de 1492 se negó a desaparecer. Una forma de mantener vivo el legado de los antiguos sabios peninsulares fue con el uso de la imprenta: los hermanos David y Samuel ibn Nahmias montaron un taller en Estambul ya en 1494; y en 1547, otra familia sefardí, los Sonsino, realizaron nuevas aportaciones técnicas e imprimieron la primera Torá poliglota.
Durante años, el hebreo se mantuvo como el idioma de culto, empleado por rabinos e intelectuales, mientras el ladino era usado en las conversaciones corrientes (del mismo modo que el latín en la Europa cristiana). Tesalónica (en la actual Grecia) se convirtió en un centro de estudios prestigioso para la comunidad sefardí, compitiendo solo con Estambul: centro de publicación hebrea y por ser el sitio de la Gvira Yeshiva, la famosa institución educativa de Yosef Nasi.
El trauma comunitario del pseudo-profeta Zevi en 1666 conllevó un declive de la intelectualidad sefardí que, poco a poco, dejaron de comprender el ancestral idioma hebreo; afortunadamente, y sin renunciar a dicho alfabeto, una nueva generación comenzó a publicar en ladino, dándole un prestigio a la lengua que antes no tenía. Filósofos como Daniel Fonseca obtuvieron el respeto de figuras internacionales como Voltaire.
En el siglo XIX, periodo de declive del Imperio otomano, Francia le ganó a España la partida en la lucha por influir en la comunidad sefardí, e incluso en la fundación de centros educativos de origen local como La Escola de Abraham Camondo, el francés se convirtió en el nuevo idioma de culto. Sin embargo, la comunidad seguía leyendo un ladino escrito con caracteres hebraicos: el primer periódico fue el Or Israel (1853), siguiéndole otros como El Tiempo (1872-1930), La Boz de Turkiye (1949-1950) o La Luz (1950-1953).
Ya a comienzos del siglo XX, y fieles a las políticas promovidas por el gobierno republicano, las principales redacciones en el barrio del Galata de El Telégrafo y El Tiempo ya publicaban con letras latinas. La presión cultural turca y el cambio de generación llevó a que en 1983 el Shalom, el principal periódico comunitario, dejara de escribir en turco; afortunadamente, en 2003 Gad Nassi y otros sefardíes interesados por conservar el ladino, iniciaron la publicación de El Amaneser.
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