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Blog del Instituto Cervantes de Estambul

Biblioteca Álvaro Mutis

El nacimiento

El nacimiento de un bebe era uno de los elementos más complejos de la comunidad, requiriendo varias ceremonias específicas. La primera de estas, programada para el quinto o séptimo mes del embarazo, era la «fashadura», en la que un grupo de mujeres cercanas a la familia quedaban un lunes o jueves para elaborar la «kamiza larga», una ropa para él bebe por nacer.

Tras la «paridura», nombre que se daba al tradicional parto en casa, madre e hijo debían permanecer confinados cuarenta días en el hogar. Para el día 31 de ese encierro, si se trataba de un primogénito, el padre debía ponerse en contacto con un responsable del Templo (o si no lo hubiera, de la prestigiosa familia Cohen) y darle el «pidyon aben», un pago para liberar al niño de sus obligaciones con la religión y a que día de hoy es simbólico, pudiendo limitarse a cinco cucharas de plata.

También se creía en el poder de la leche materna, ofreciéndose mujeres de la comunidad a amamantar a otros bebes y crear «lazos de leche» entre los pequeños sefardíes. Por otro lado, si estos se resfriaban, se creía que la leche de burra curaba sus males.

La ceremonia del «pidyon aben».
Foto de Deror Avi.

La boda

En las comunidades sefardíes existía una gran presión para que las mujeres se casaran con judíos, llamándoles la atención con el término «novya», sin embargo, la costumbre dictaba que las hermanas debían casarse por orden de nacimiento.

El jueves anterior a la boda el padre del novio suele costear los gastos de la «Tivilá» (inmersión), un baño de purificación ritual tras el que, una amiga de la familia en situación responsable se encargaba de la «noche d’alheyna» en la que se depilaba y maquillaba a la novia. Por su parte el novio dedicaba el «sabat de besamano», el sábado anterior a la boda, a ofrecer regalos a la novia.

En el «espozoryo», la fiesta de casamiento, invitados y familiares acudían para celebrar el acuerdo del novio con el padre de la novia con el testigo del rabino; ahí se hacía saltar a la novia tres veces por debajo del tálamo nupcial como símbolo de haber pasado el mayor peligro de su vida.

Luego se firmaba el contrato matrimonial («kontenyiendo las kondisyones del kazamiento») y se entregaba una primera parte de la dote («el kontado»). Después, unos miembros prominentes de la comunidad denominados «presyadores» examinaban la dote y daban un valor. Durante la exhibición del ajuar de la novia era costumbre que se cantara la kantika del «regateo de las consuegras» y al final de la comida de boda lo habitual era que las dos familias se enzarzaran en un duelo jocoso de coplas con frases tipo: «Las de la novia comen pescado, las del novio lamben los platos…».

Más tarde y para comprobar que el matrimonio hubiera sido consumado, una mujer tomaba las sabanas de la cámara nupcial y se las mostraba a los padres como prueba de la castidad de la novia. Se cerraban las ceremonias el sábado siguiente a la boda con el llamado «sabat del novio».

Escena previa al «espozoryo»

La muerte

La muerte de un miembro de la comunidad también estuvo estrictamente codificada; por ello sabemos que, en el siglo XVIII, tras el fallecimiento se lavaba cuidadosamente su cuerpo y se le amortajaba, enterrándolo sin poner en una caja ataúd. Si era posible se le alojaba en un cementerio sefardí aunque, recientemente, muchos miembros de dicha comunidad eligieron el mayor cementerio askenazí de Estambul.

Era costumbre que los siguientes siete días a la muerte sus familiares no salieran de casa y en los treinta días posteriores los hombres de la familia no se rasuraban los cabellos; por su parte las viudas tenían la costumbre de vestir de negro el resto de sus vidas. Pasado un tiempo, los parientes disponían una lápida junto a la tumba donde grababan la edad del difunto, el día de su muerte y que empleo público tuvo. Era costumbre anual llevar a cabo el «Yahrzeit», la visita a la tumba de los padres.

Ejemplo de lapida sefardí.

Lengua y cultura

Los judíos habían vivido un periodo cultural de gran esplendor durante la etapa de Al-Ándalus que, incluso con el trauma de la Expulsión de 1492 se negó a desaparecer. Una forma de mantener vivo el legado de los antiguos sabios peninsulares fue con el uso de la imprenta: los hermanos David y Samuel ibn Nahmias montaron un taller en Estambul ya en 1494; y en 1547, otra familia sefardí, los Sonsino, realizaron nuevas aportaciones técnicas e imprimieron la primera Torá poliglota.

Durante años, el hebreo se mantuvo como el idioma de culto, empleado por rabinos e intelectuales, mientras el ladino era usado en las conversaciones corrientes (del mismo modo que el latín en la Europa cristiana). Tesalónica (en la actual Grecia) se convirtió en un centro de estudios prestigioso para la comunidad sefardí, compitiendo solo con Estambul: centro de publicación hebrea y por ser el sitio de la Gvira Yeshiva, la famosa institución educativa de Yosef Nasi.

El trauma comunitario del pseudo-profeta Zevi en 1666 conllevó un declive de la intelectualidad sefardí que, poco a poco, dejaron de comprender el ancestral idioma hebreo; afortunadamente, y sin renunciar a dicho alfabeto, una nueva generación comenzó a publicar en ladino, dándole un prestigio a la lengua que antes no tenía. Filósofos como Daniel Fonseca obtuvieron el respeto de figuras internacionales como Voltaire.

Uno de los periódicos de la comunidad sefardí otomana.

En el siglo XIX, periodo de declive del Imperio otomano, Francia le ganó a España la partida en la lucha por influir en la comunidad sefardí, e incluso en la fundación de centros educativos de origen local como La Escola de Abraham Camondo, el francés se convirtió en el nuevo idioma de culto. Sin embargo, la comunidad seguía leyendo un ladino escrito con caracteres hebraicos: el primer periódico fue el Or Israel (1853), siguiéndole otros como El Tiempo (1872-1930), La Boz de Turkiye (1949-1950) o La Luz (1950-1953).

Ya a comienzos del siglo XX, y fieles a las políticas promovidas por el gobierno republicano, las principales redacciones en el barrio del Galata de El Telégrafo y El Tiempo ya publicaban con letras latinas. La presión cultural turca y el cambio de generación llevó a que en 1983 el Shalom, el principal periódico comunitario, dejara de escribir en turco; afortunadamente, en 2003 Gad Nassi y otros sefardíes interesados por conservar el ladino, iniciaron la publicación de El Amaneser.

El historiador Abraham Galante hizo grandes esfuerzos para armonizar la historia judía con el nuevo nacionalismo turco.

El refranero

Se trata de una de las expresiones culturales más genuinas de un pueblo y que más hacen para explicar su modo de entender la realidad, que en el caso de la comunidad sefardí ha pervivido con más fuerza y generado nuevas frases en cada uno de los lugares donde se asentaron, desde Estambul a Rodas. En esta sección dejó una brevísima recolección de algunos de sus refranes.

Para la vida corriente, decían cosas como: «Avaz sin arroz, es komo boda sin tañedor» (habas sin arroz es como boda sin músicos); «De afuera vendrá, ken de mi kaza me echara» (de fuera vendrá y de mi casa me echará); o «De la madre a la ija, de la parra a la vinya» (que traduciríamos como «de tal palo tal astilla»).

En lo referente a la vida social utilizaban refranes como: «Un figure de pocos amigos» (Cara de pocos amigos) y «De Dio i del vizino no se puede eskonder» (no te puedes esconder ni de Dios ni del vecino); y para referirse al periodo entre el comienzo y el fin de la Pascua decían que eran días «Medianes».

De cara a su relación con el resto de súbditos del Imperio otomano, es conocida la expresión de enfado de «mira ke me ago turko» (como sinónimo de musulmán) o esta conocida copla sobre una sefardí, que harta de las quejas de su marido, decide cambiarse de ropa y de religión:

«…Ya se quita el tocadico

Y ya se mete el yashmaquito (velo musulman)

Por los negros yapraquitos (arroz envuelto en hojas de parra)

Que no los supo hazer,

Selamalikim, Effendem

Ya se quita el tocadico

Y ya se mete el yashmaquito»

Retrato de una dama judía de alta alcurnia.

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