
Llegamos a la última lectura del club de lectura virtual 4 Lecturas, 4 continentes. Este 2025 lo hemos dedicado al viaje literario, leyendo La pasadora de Laia Perearnau, a Quebrada de Mariana Travacio y Los rojos de ultramar de Jordi Soler. Como última lectura del año tenemos Presentes de Paco Cerdà. De ahora hasta el viernes 12 de diciembre leeremos esta novela ganadora del Premio Nacional de Narrativa 2025.
La guerra ha terminado. España está en ruinas. En el cementerio de Alicante exhuman los restos de José Antonio Primo de Rivera. Sus camaradas falangistas van a llevarlo a hombros hasta enterrarlo en El Escorial, morada de reyes, sepulcro imperial. Durante once días y diez noches, el cortejo fantasmagórico avanzará por pueblos y ciudades entre hogueras, escarcha, brazos enhiestos y propaganda: una epopeya fascista de 467 kilómetros para demostrar quién manda en la nueva España.
Sin embargo, la guerra no ha terminado. Una memoria se está construyendo y otra memoria se quiere borrar. En esos días crudos del otoño de 1939, miles de vidas humildes sufren la zarpa de la represión. Presos, fusilados, exiliados, trabajadores forzados, internos en campos de concentración, maestros depurados, vencedores desgraciados para siempre. El régimen trata de esconderlos. Pero ahí están: presentes.
Paco Cerdà (Genovés, 1985) es periodista y escritor. Es autor de los libros 14 de abril (Premio de No Ficción Libros del Asteroide 2022, Premio de la Crítica Valenciana y Premio de las Librerías de Navarra); El peón (Premio Cálamo al Libro del Año 2020 y finalista del Premio al Mejor Libro Extranjero de Francia y de los galardones Avignonnais, Virevolte, Ville d’Arles y Pierre-François Caillé); Los últimos (2017).
¡Empezamos la lectura! Esperamos vuestros comentarios.
El sábado 18 de octubre nos reunimos con Jordi Soler para comentar Los rojos de ultramar, la primera de las obras de su trilogía La guerra perdida. Tres novelas y diez años explican la situación de este escritor mexicano y español, al tiempo que la de miles de personas exiliadas a propósito de una guerra que no era la suya. Una novela que le costó escribir ya no sólo por ser parte de su vida, sino por la cantidad de referencias históricas que tuvo que tener en cuenta para ser fiel a todas esas vidas truncadas.

Como es habitual, empezamos el club comentando los inicios en la literatura de este gran escritor, los orígenes de su pasión, que confesaba haber descubierto de manera autodidacta en los libros que le rodeaban en su casa de La Portuguesa en plena selva mexicana, jugando al aire libre y sin ir al colegio, y de la inquietud de escuchar tantas lenguas y tan distintas a su alrededor. Un entorno, esa naturaleza exuberante, para el que se necesitaban otros instrumentos para sobrevivir y que aprendió a utilizar desde su más tierna infancia. Y aunque después se formó en Ciudad de México en el colegio y en la universidad, reconoce haber aprendido de literatura sin talleres ni formación alguna, como en la naturaleza, a partir del instinto, de manera subjetiva y personal. El primer libro que le deslumbró fue un poemario de Miguel Hernández al que le siguió otro de Lorca, mientras escuchaba a Serrat, para descubrir con veinte años a Carlos Fuentes y seguir después con otros escritores franceses como Balzac o Breton, con los que se fue forjando ese bagaje como lector.
Jordi Soler asegura comenzar sus libros con una imagen, una idea o un verso, y a partir de ahí desarrollar la novela sin dar marcha atrás, recomponiendo, porque la lógica de la novela siempre le lleva a buen puerto. Para este escritor, entre La Ilíada y La Odisea ya está todo contado desde hace más de dos mil años: el odio, las guerras, las envidias, los enredos familiares, la culpa o el amor, todo lo escribió ya Homero. Desde su adolescencia, la mitología le mantiene enganchando y por eso en uno de sus último libros, En el reino del toro sagrado (Alfaguara, 2024), combina mitología griega y mexicana.
Otros temas recurrentes en sus novelas son la violencia territorial y la idealización de la naturaleza. Considera que, en la actualidad, existe una cierta ingenuidad al hablar de la naturaleza, quizá porque su propia experiencia vital proviene de un territorio donde bajar la guardia implica perder: cuando una serpiente se acerca para atacarte, debes adelantarte para sobrevivir. Creció, por tanto, con una conciencia ecológica distinta, más ligada a la realidad y al instinto que a los discursos idealizados. Desde su perspectiva, el buenismo que impregna el discurso ambiental contemporáneo no beneficia ni a la naturaleza ni a quienes convivimos con ella.
Los lectores iniciaron el diálogo preguntándole si, veinte años después y con la Ley de Memoria Histórica ya en vigor, habría escrito el mismo libro. Él respondió que sí: habría contado exactamente la misma historia, porque más allá del trasfondo político, su intención principal fue construir una novela que funcionara narrativamente. Otro lector le planteó una cuestión sobre su visión fatalista de la sociedad mexicana, reflejada en la corrupción y la aparente conformidad de los pueblos indígenas descritas en la obra. Jordi Soler explicó que su familia sufrió mucho en ese contexto y que lo narrado —aunque recibió duras críticas en México— es una descripción fiel de la realidad, sin adornos ni invenciones, una realidad que, recordó, ya había retratado magistralmente Octavio Paz en El laberinto de la soledad (1950). Tal vez, sugirió, el verdadero origen de la novela esté en su propia identidad dividida: siempre se ha sentido un catalán en México y un mexicano en Barcelona.
Al ser interrogado sobre su familia y la manera en que la retrata en la novela, un lector le preguntó si el conflicto de identidad estaba presente en la obra. Él respondió que no se sentó a escribir sobre su familia, sino a contar una historia que, según sus propias palabras, era perfectamente narrable y para la cual disponía de todos los elementos necesarios, sin importar si eran verdaderos o no. De este modo, dejó claro que en la escritura de esta novela no hubo un propósito terapéutico ni de reconciliación personal, sino únicamente ambición literaria. Para Jordi Soler la vida está llena de grandes historias y lo importante es saber contarlas en una frecuencia en la que no interfieran ni las ideologías ni las heridas familiares. Considera que, al hacerlo, contribuye —aunque sea de manera modesta— a la narrativa de la especie. Relatar la historia desde el yo narrativo le brindó una perspectiva más cómoda, que además le permitió involucrarse más profundamente en la novela. Esto no significa que todo lo narrado ocurriera exactamente como se cuenta, pero sí que cada elemento tiene un anclaje en la realidad.
«En una guerra nadie puede decidir realmente nada». Esta frase quedó grabada en la memoria de una lectora, y el escritor añadió que, en realidad, tampoco en la vida tomamos grandes decisiones: nacemos y nos desarrollamos dentro de unos cuadrantes determinados por circunstancias que, en gran medida, deciden por nosotros. A partir de esta idea, Jordi Soler respondió a las preguntas de otros lectores sobre la figura de Arcadi y su transformación —de comunista a capitalista— como un ejemplo de cómo las ideologías y las posturas personales se moldean a partir de los acontecimientos vitales, más que de decisiones plenamente conscientes.
Terminamos el club con una buena noticia: el escándalo que esta novela provocó en Francia al sacar a la luz aquellos campos de concentración que la historia había borrado del recuerdo colectivo tuvo, al menos, una consecuencia significativa. En la playa de Argelès-sur-Mer, el alcalde —hijo de un refugiado español— leyó la obra y decidió rendir homenaje a las víctimas: organizó una presentación del libro y mandó colocar una placa conmemorativa en el lugar donde tantos refugiados perdieron la vida, víctimas de una guerra que, probablemente, tampoco era la suya.

«Una mañana de hace veinte años estaba en mi oficina, en la embajada de México en Irlanda, cuando recibí una llamada de Madrid. Álex Martínez Roig, que entonces era el director de El país semanal, me pidió un artículo sobre mi lugar de nacimiento, un cafetal perdido en la selva, en el corazón de Veracruz (México), del que él tenía noticia porque un amigo suyo, Sergi Pàmies, lo había leído en la ficha biográfica que sale en la solapa de mis libros, y le había llamado para decirle: a ti que te gustan las historias raras, no te pierdas esta.
La historia no era tan rara, pero se había contado poco: una familia de catalanes que pierde la Guerra Civil y se exilia en Veracruz, donde funda una plantación de café, en medio de la selva mexicana, en la que se habla en catalán, para asombro de los vecinos que, a su vez, hablan en nahua y en totonakú.
Yo nací en ese cafetal y, a pesar de que había escrito ya cuatro novelas, nunca me había planteado utilizar aquel territorio fastuoso para una historia, seguramente por la excesiva cercanía, porque ese lugar del mundo es parte indisociable de lo que soy y me hacía falta afinar la perspectiva.» (Jordi SOLER, «He venido a hablar de mi libro: Jordi Soler», en El Periódico, 1 de septiembre de 2022)
La Portuguesa es el lugar al que se refiere Jordi Soler en este artículo, en el que cuenta el germen de su novela Los rojos de ultramar (2004) y con este descubrimiento desvela su lugar de nacimiento y asimismo la apropiación de un territorio literario que a partir de ese momento constituirá su propio Macondo o Comala, ese punto geográfico en la selva mexicana donde habitarán los personajes de La última hora del último día (2007), La fiesta del oso (2009), Usos rudimentarios de la selva (2018) Los hijos del volcán (2022) o En el reino del toro sagrado (2024).
Escritor, ensayista, traductor, locutor, y muchas facetas más que conoceremos mañana con detalle en el encuentro que tendremos con él en nuestro 4 Lecturas 4 Continentes. Os dejamos esta entrevista para acercaros a su universo literario:
«La historia de Los rojos de ultramar empieza en España, sigue en Francia y cruza el mar para instalarse en la selva de Veracruz, en ese territorio literario, fundado encima de un territorio físico, que he visitado durante muchos años a lo largo de la escritura de mis novelas. También he escrito historias que suceden en otros lugares, en Dublín o en Barcelona, en la Ciudad de México o en los Estados Unidos del siglo XIX, pero siempre regreso a La portuguesa, porque soy de ahí y también porque es la única forma que tengo de preservar aquel territorio físico que ya no existe» (Jordi SOLER, «He venido a hablar de mi libro: Jordi Soler»).
Mañana sucederá también en Chicago, Estambul, Tetuán y Bruselas, y en esos otros lugares reales o imaginarios que habitan las lectoras y lectores de nuestro 4L/4C. ¡No os lo perdáis!
Lo primero que hizo al levantarse fue quedarse boquiabierto, la playa de Argelès-sur-Mer era mucho más grande de lo que había calculado y había cuerpos tirados y personas deambulando hasta donde alcanzaba la vista. […] La población de la playa era un muestrario de las fuerzas de la república, había soldados, carabineros, guardias de asalto, artilleros, mossos d’esquadra, escoltas presidenciales, marinos, aviadores, cerca de cien mil personas que nos habíamos quedado, de un día para otro, sin país, dice Arcadi en las cintas de La Portuguesa. (Los rojos de ultramar)

Jordi Soler se introduce en la cabeza de su abuelo Francesc (Arcadi, en la novela) para describir con detalle los acontecimientos que éste le fue relatando y la descripción fidedigna de aquello que ocurrió en el campo de concentración de Argèles-sur-Mer: “Para los refugiados españoles en Francia había dos tipos de campos: centros de alojamiento para la población civil y campos de internamiento para los militares y personas “peligrosas”. Los centros de alojamiento tenían un aspecto más humano (aunque las condiciones de vida allí tampoco eran buenas) comparado con las condiciones en que tuvieron que vivir los milicianos en los campos de concentración.” (KORHONEN, Ella, La Guerra Civil y el Franquismo en la novela española actual. Curso de literatura española contemporánea, blog, 26 de noviembre de 2017).
En la novela de Jordi Soler, Los rojos de ultramar, el protagonista, Arcadi, también acaba en un campo de concentración. El narrador une ficción y realidad para describir con verosimilitud las peripecias de Arcadi y de otros personajes, en el marco de una historia verdadera, la contenida en las 120 páginas de las memorias que Francesc entregó a su nieto.
Arcadi lucha con el bando republicano en Barcelona, pero en febrero de 1939 la amenaza de las tropas de Franco le obliga huir a Francia con el fin de buscar posteriormente refugio en México. Confiando en que las autoridades francesas están a su lado, él deja que le trasladen a Argelès-sur-Mer donde descubre la horrorosa realidad de los campos de concentración.
“El primer campo creado para los milicianos republicanos españoles fue Argelès-sur-Mer en 1 de febrero 1939, en que también acabó Arcadi. Ya un mes después de la apertura del campo de concentración de Argelès, su población constaba de 77 000 internados. Las condiciones en que tenían que vivir eran inhumanos. No tenían nada, solo guardias y alambradas para vigilar a ellos, para evitar que se escapasen.” (Korhonen)

Arcadi pasaría más de un año en esa playa de Argelès antes de que Luis Rodríguez, el embajador mexicano en Francia, logrará sacarlo de allí al igual que a otros republicanos españoles que recibieron el apoyo expreso del presidente de México, Lázaro Cárdenas.
El siguiente reportaje es una ilustración gráfica de lo que nuestra imaginación está viviendo en esa terrible playa francesa que nos dibuja Soler en Los rojos de ultramar. Está en catalán (se pueden encontrar versiones con subtítulos en español), pero las imágenes reflejan tan bien el eco de la historia de Arcadi que se traspasan todas las fronteras idiomáticas:
“Desde que trabajaba en la recolección de datos sobre su vida en Argèles-sur-Mer, comencé a pensar que su idea de que la guerra la había peleado otro, que otro había sido el republicano y el artillero, era un asunto serio” (Los rojos de ultramar).
¿Qué guerra pensáis, lectores, que había peleado Arcadi?
Los habitantes de La Portuguesa no eran muchos y además eran todos adultos, sus hijos habían emigrado a Puebla, a Monterrey o a la Ciudad de México y allá habían nacido sus nietos. Vivíamos una vida mexicana y sin embargo hablábamos en catalán y comíamos fuet, butifarra, mongetes y panellets, y los 15 de septiembre, el día de la independencia, permanecíamos encerrados en casa porque los mexicanos de Galatea y sus alrededores tenían la costumbre de celebrar esa fiesta moliendo a palos a los españoles. (Los rojos de ultramar)

A pesar de que la novela es un alegato a la memoria, y esta podría entenderse únicamente como nostalgia, las únicas referencias al pasado como añoranza se dan en la utilización de la lengua, el recuerdo gastronómico, y las sesiones dominicales de diapositivas de las Ramblas.
Los exiliados siempre piensan que están en el país de asilo temporalmente. Sin embargo, Arcadi se va dando cuenta poco a poco de que lo que ha conseguido en México es una garantía de futuro y quizá lo que lamenta es que ese futuro le ha sido impuesto. Por eso afirma Rosario Colchero Dorado en su tesis “Recuperación del olvido en Los rojos de ultramar de Jordi Soler” (Universidad de Chapel Hill, 2008) que ante esa circunstancia de una vida más o menos impuesta la consecuencia es “la idea de participar en el complot para matar a Franco. Identificar a este personaje histórico como la razón por la que no han podido decidir acerca de su vida en España, y la idea de negarle cualquier opción a Franco, mediante un atentado contra su vida que está en manos de estos exiliados, supone un mínimo retazo de ese control perdido”.
La novela muestra este exilio mexicano de la familia de Arcadi como un relato de ida y vuelta, un intento de recuperar el futuro rindiendo cuentas con el pasado a través del complot contra Franco y, por otro lado, la conciencia de que su familia, de que las generaciones posteriores, son plenamente mexicanas y, por tanto, viven en su tierra y labran su propio futuro. Bien visto lo que le queda de España es la voz de su hermana que escucha al otro lado del teléfono una vez al año, una hermana a la que hace treinta años que ya no ve.
Si bien pudiéramos entender, como afirma Colchero, que hay un proceso de transculturización, la realidad es que, del lado de los exiliados, Arcadi se siente en México tan extraño como ese elefante que escapa del circo y se queda vagando por La Portuguesa. Los mexicanos, por su parte, siguen viendo a los españoles como los conquistadores, así la fiesta nacional -tal y como señalábamos- finaliza “moliendo a palos a los españoles”. Por mucho que los propietarios de la plantación quieran dar a sus empleados de unas condiciones igualitarias en un intento de expulsar aquello contra lo que lucharon como combatientes republicanos, la realidad es que las diferencias entre trabajadores nativos y patronos permanecen. No hay conflicto “siempre y cuando los morenos entiendan que los blancos mandan” (Los rojos de ultramar). Hay alambradas que se repiten, como la de la casa en la plantación que, en realidad, llama al recuerdo al lector de aquella que encerró a Arcadi en Francia.
Un elemento más que contribuye a esta separación irreconciliable es el privilegio de poseer una televisión. Mientras la familia se sienta delante del televisor a divertirse con “la magia” de Uri Geller, fuera de la casa se agolpa la gente intentando verla por la ventana.
Incluso cuando intentan que Lauro y su madre dejen de ser criados y tengan una vida igual a las suyas fracasan porque hay algo en el destino de los nativos, de “los morenos”, que no ha cambiado con el paso de las generaciones y que permanece como un signo de una desigualdad atávica. “Soler nos introduce los temas que han sido claves en la descripción de América desde las primeras crónicas de Colón, la naturaleza, el hombre y la hipérbole” (Colchero). Será Rodríguez, el representante del gobierno mexicano en Francia, quien le anticipe a Arcadi lo que se va a encontrar: “el fatalismo histórico, la imposibilidad de superar un tiempo cíclico y el determinismo que parece ser la historia de México en particular y de América Latina en general.” (Colchero).
Pero Arcadi ya está pensando que “su guerra fue la guerra de otro”: ya no es el mismo joven que tuvo que huir derrotado para salvar su vida y la de los suyos. Ahora es un empresario de éxito. Ya tiene un nieto en tierras mexicanas, la idea de matar a Franco parece incompatible con su nuevo futuro. A pesar de esta racionalización, hay elementos que constantemente juegan en la novela como metáfora y recuerdo de ese pasado que sigue muy presente en la vida de Arcadi: el brazo que pierde en un accidente (no adelantaremos cuál) nos recuerda “el exilio republicano [que fue] extirpado de la historia oficial de España” (Los rojos de ultramar); la prótesis del brazo que hay que limpiar para que no entre ningún bicho: “la imagen de blanquear, con polvos de talco lo que pudiera llamar la atención por su ausencia (es decir, el medio millón de personas que abandonaron el país)” (Colchero).
En la misma línea se manifiesta la enumeración de insectos que asolan a la familia. Si no estamos muy familiarizados con esta fauna, nos perderemos a partir del primer nombre “polillas, mayates, cigarrones, catarinas y campamochas”. Estamos ante un narrador mexicano y ante un relato que como las crónicas antiguas hablan de la exuberancia de la naturaleza. Es un espacio mexicano construido con la mirada europea, aunque transformado por los elementos autóctonos.
En La Portuguesa los lectores acabamos participando del distanciamiento, de la contradicción, del llanto de Arcadi, aquel que reconoce “que su guerra había sido la guerra de otro”, un desconsuelo “manso, bajito, atroz”. ¿Lo compartís?
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