Esa noche mi abuelo durmió en la misma habitación que su hermano. Era la primera vez en meses que dormía en una cama. Recuerdo la acogedora sensación que me produjo el contacto con las sábanas limpias, violentamente contrastado con el tremendo hedor de las heridas de mi hermano, escribe Arcadi en una de sus páginas. (Los rojos de ultramar)
La novela de Jordi Soler busca establecer la identidad de aquellos exiliados que tuvieron que huir de España tras el fin de la guerra para no sufrir las represalias del régimen franquista. Arcadi, el abuelo del narrador, es el encargado precisamente de mostrarnos a través de su viaje de huida esa crisis de identidad que sufrirán miles de españoles después del conflicto. Sin embargo, no queremos centrarnos únicamente en esta búsqueda de autoafirmación del protagonista, sino que nuestra intención es reivindicar el papel de la memoria (entiéndase incluso desde el pleonasmo de histórica) a través del estilo narrativo, heredero de una forma de contar que empieza a tener su auge en la narrativa española en los años 90 del siglo pasado:
“Los rojos de Ultramar comparte muchos rasgos formales y temáticos con varias novelas de la memoria recientes de autores españoles, tales como Soldados de Salamina de Javier Cercas y Mala gente que camina de Benjamín Prado, en las que la investigación histórica de un narrador personaje funciona como motor narrativo.” (Liikanen, E. (2013). La herencia de una guerra perdida: La memoria multidireccional en Los rojos de ultramar de Jordi Soler. Olivar, 14 (20), 77-109. En Memoria Académica. )
Parece que aunque el planteamiento pudiera parecer poco original, ya que viene a sumarse a otros muchos ejemplos de eso que ha venido en denominarse novela de investigación, Los rojos de ultramar aporta un punto de vista novedoso en cuanto a su contribución al debate sobre la memoria histórica al situar su visión fuera de las fronteras nacionales, en esos territorios allende los mares, y al crear la voz de un narrador que aúna dos culturas (la mexicana y la catalana), dos lenguas (el castellano y el catalán), que proporcionan una perspectiva transnacional y multicultural, tal y como se afirma en el trabajo de Liikanen.
En las novelas de investigación se repite la estructura de un narrador-personaje más o menos protagonista del relato que trata de recopilar información, documentos y testimonios para una vez seleccionados los materiales, interpretar los datos y dar un sentido al pasado. Aunque pudiera parecer que se pretende crear una cierta antificcionalidad, una voluntad de contar la verdad, se acaba, al contrario, poniendo de manifiesto la subjetividad de la perspectiva del narrador-investigador. Al ser un personaje más de la novela termina, en definitiva, por desvelar todos los rasgos de falsedad y verosimilitud con los que se construye la ficción. En este sentido Los rojos de ultramar sigue estos patrones de elaboración: “La dedicatoria de estas memorias es su clave de acceso: Me he propuesto al escribir este relato compendiar en pocas cuartillas estos relevantes hechos de mi vida, para que mi hija Laia los conozca un día. Tengo la impresión de que Arcadi se disculpa con ella, con nosotros, de antemano, por esa historia de guerra que desde entonces había comenzado a heredarnos.” (Los rojos de ultramar).
La novela de Soler construye su trama a través de multitud de datos, muchos de ellos verificables tanto sobre la vida de los personajes como sobre los acontecimientos que menciona. Hay personajes históricos como el de Azaña o fundamentalmente el del embajador mexicano Luis Rodríguez, quien es el encargado de llevar adelante el proyecto del general Lázaro Cárdenas, que pretendía dar asilo en México a todos los republicanos españoles que lo quisieran. La novela incluye también pasajes como el de las condiciones de los refugiados en los campos de concentración que son comprobables al cien por cien. Soler ya había publicado en el periódico El País, en 2005, un año antes de que apareciera la novela, un reportaje en el que contaba los esfuerzos de Luis Rodríguez para socorrer a los republicanos españoles y al presidente Azaña (“México y la muerte de Azaña: La misión del embajador Rodríguez”, El País, octubre de 2003).
Asimismo hay numerosos pasajes de la vida de Francesc Arcadi que son también verificables: “La novela recorre los diversos momentos y escenarios por los que transcurrió la vida de Francesc-Arcadi: el puesto donde ejerció de artillero durante la Guerra Civil, en la montaña de Montjuïc de Barcelona; la huida a Francia a finales de enero del 39 en un coche destartalado; el largo confinamiento -más de un año- en la playa de Argelès-sur-Mer; la relación con el embajador de México en Francia, Luis Rodríguez –[…]; la llegada a México y la fundación de la plantación y colonia de La Portuguesa con otros socios catalanes, en plena selva.” («Jordi Soler novela la excepcional historia de su familia de exiliados«, Isabel OBIOLS, El País, 24/11/2004).
Así nos encontramos con una novela que desde la historia de derrota, exilio y desarraigo de Arcadi va construyendo un relato que además de divulgar el conocimiento del exilio republicano tiene el objetivo de servir de sanación al propio autor, al menos de intentar comprender y comprenderse desde una ficción que da cuenta de él mismo. Verdad o verosimilitud juegan una partida en la que el lector se ve comprometido a tomar partido.
Seguro que muchos lectores ya han llegado a La Portuguesa. Desde ese lugar se irán desvelando otros espacios y otros momentos del viaje y sobre todo servirá para encontrarnos con el único punto de encuentro entre nieto y abuelo. ¿Quién ayuda a quién?
Habíamos dejado a Arcadi escribiendo sus memorias entre las fiebres provocadas por la malaria. “Había zarpado un mes atrás del puerto de Burdeos, con destino a Nueva York, en un viaje lleno de dificultades y de una incertidumbre que fue creciendo a medida que se acercaba a México” (Los rojos de ultramar)
La llegada a México estará precedida de numerosas escalas que harán el viaje todavía más dificultoso. Nos sorprende en la narración de Soler que en la estación de San Luis Missouri se encuentra con un puesto de ayuda a los refugiados españoles, que la llegada a Galatea, el pueblo perdido en la selva de Veracruz, es inhóspita, con ese recibimiento hostil de ese pariente lejano de su abuela, que, en conclusión, toma conciencia de que su huida ya no tendría vuelta atrás y de que su única tarea sería “exorcizarse, […] sacarse de encima, a fuerza de escribirlo, al demonio de la guerra”. Experiencias como las de Arcadi hubo cientos. Quizás nos ayuden a imaginarnos lo que él sintió en su llegada a México la voz de los últimos exiliados españoles quienes nos narran con emoción cómo fue el viaje y la posterior adaptación al paisaje:
“¿Y por qué a México?”. Quizás ahora sea más necesario que nunca recordar cuál fue el detonante de ese viaje, las historia de aquel más de medio millón de españoles que tuvo que abandonar el país en 1939 para evitar las represalias de Franco, pero a eso llegaremos. De momento, quedémonos en la ruta de esa parte final del viaje. Es tal la importancia de este país en el exilio republicano que se ha creado incluso un mapa colaborativo del exilio español:
Sin embargo, la novela guarda un secreto, algo que permanece oculto en el relato de Arcadi, la historia de esos cinco excombatientes republicanos para quienes la guerra contra Franco todavía no había terminado…
Seguro que vosotros, lectores, habéis también detonado la mina de las memorias de Arcadi: ¿qué emociones, qué recuerdos, qué vivencias, qué sospechas, qué lecturas os despiertan?
Había una vez una guerra que empezó el 11 de enero de 1937. Lo que pasó antes fue la guerra de otros. Cada soldado tiene su guerra y la de Arcadi empezó ese día. Se alistó como voluntario en la columna Macià-Companys y salió rumbo al frente. Así empiezan las historias, así de fácil. A veces se toma una decisión y, sin reparar mucho en ello, se detona una mina que irá estallando durante varias generaciones. Quizá la decisión contraria, la de no alistarse, también era una mina, no lo sé, sospecho que en una guerra nadie puede decidir en realidad nada. Martí, el padre de mi abuelo, mi bisabuelo, se había inscrito días antes en la misma columna, había decidido que no soportaba más su cargo de jefe de redacción de El Noticiero Universal, un periódico que llevaba meses dedicando su primera plana a las noticias de la guerra.
(Los rojos de ultramar)
Martí había decidido “pelear por la república en una trinchera y con un arma”, así que decide dejar El Noticiero Universal para convertirse en reportero de guerra. Así cambian las vidas de las personas, en un momento, con una decisión o casi con un impulso. La verdad es que como nos cuenta Jordi Soler en las primeras páginas de la novela dos fueron los acontecimientos, las imágenes, que impulsaron a Arcadi a alistarse en el frente, como lo había hecho días antes su padre. La primera es esta:
seis columnas enorme de humo que oscurecían el cielo de Barcelona.
La imagen es la mirada del abuelo Arcadi desde la azotea de un edificio.
“La segunda debe de ser producto del mismo bombardeo, no estoy seguro, en esa parte su escritura tiende a lo caótico, está más preocupado por justificar su alistamiento en la guerra que por describir con precisión esas dos imágenes poderosas, sobre todo la segunda, que consiste en una sola línea breve y atroz: una pila de caballos muertos en la plaza de Cataluña.” (Los rojos de ultramar).
Los caballos han formado un remolino al caer. Quizás forzados por los arneses y empujados por el primero de ellos en morir. Centelles los había fotografiado con insistencia desde el momento en que llegó. Observando esas fotos, vemos como, con cada click, extraía materia hasta dejar al descubierto este grupo escultórico. (Agustí Centelles/Arxiu Centelles-Ricard Martínez)
¿Por qué el abuelo de Jordi Soler decidió ir a la guerra? ¿Por qué tomó la decisión de cambiar su vida y la de sus descendientes? “La dedicatoria de estas memorias es su clave de acceso: Me he propuesto al escribir este relato compendiar en pocas cuartillas estos relevantes hechos de mi vida, para que mi hija Laia los conozca un día.”. ¿Es una disculpa como apostilla Soler?
Esto lo vamos a ir descubriendo en Rojos de ultramar.
Dejamos mientras tanto a Arcadi escribiendo sus memorias en la selva de Veracruz, a cuarenta grados de temperatura y consumido por la malaria:
Mientras, en su cabeza, enfermo y “después de haber perdido la guerra y todo lo que tenía” quizás se dibujasen algunas de las imágenes que nos dejó como testimonio Agustí Centelles:
Lectores del 4L/4C, déjense mecer por este viaje.
Ya tenemos en marcha el tercer club de lectura de 2025. Empezamos a leer Los rojos de ultramar del escritor mexicano Jordi Soler.
En esta obra el autor rescata del olvido la historia real de su familia y la de tantos españoles que, por haber perdido la Guerra Civil, tuvieron que abandonar su país para siempre. Conocemos así el otro exilio, el de esa inmensa minoría sin nombre que logró sobrevivir en los campos de concentración franceses, libró su propia guerra para abandonar una Europa que los había convertido en parias y llegó a un país, México, donde tendrían que reconstruir sus vidas desde el principio. Y desde donde seguirían luchando contra el general Franco.
Jordi Soler nació en 1963 en La Portuguesa (Veracruz, México). Es autor de dos libros de poesía y trece novelas, traducidas a varias lenguas. Desde Bocafloja (1994), su primera novela, se convirtió en una de las voces literarias más importantes de su generación. Entre sus novelas destacan Los rojos de ultramar (2004), La última hora del último día (2007), La fiesta del oso (2009), Diles que son cadáveres (2011), Ese príncipe que fui (2015), El cuerpo eléctrico (2017) y Usos rudimentarios de la selva (2018). En el reino del toro sagrado (2024) es su última novela.
El club de lectura virtual 4 Lecturas 4 continentes se organiza desde las bibliotecas de los Institutos Cervantes de Chicago, Tetuán, Bruselas y Estambul. El programa de este año 2025 agrupa cuatro obras que tratan sobre el viaje literario. Iremos comentando esta lectura a través del blog y el próximo sábado 18 de octubre nos encontraremos en línea con Jordi Soler para su trayectoria y esta novela.
¡Empezamos la lectura! Esperamos vuestros comentarios.
El sábado 28 de junio celebramos el segundo club de lectura del programa 4 Lecturas 4 Continentes de 2025 con Mariana Travacio y su singular novela Quebrada (Las afueras, 2022). Una tarde de encuentro y reflexión en torno a grandes temas de la mano de una fantástica escritora, psicóloga y filósofa, y de grandes lectores que supieron desengranar las diferentes preguntas que sugiere este título.
Mariana Travacio comenzaba el encuentro hablándonos de su experiencia lectora, definiéndose como una lectora de trama desde bien pequeña, para quien la lectura era un entretenimiento apasionante, incluso en varios idiomas, debido a la trayectoria vital de su familia. Sin embargo, su verdadera transformación lectora llegó en la adolescencia, cuando recibió dos libros decisivos como regalo de cumpleaños: Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, y La casa verde, de Mario Vargas Llosa, en los que descubre la magia de las palabras y de la literatura en su lengua materna. Ahí comienza una voracidad lectora que la lleva a conocer a los grandes escritores hispanoamericanos desde José Donoso a Alejo Carpentier pasando por Jorge Luis Borges. Y es que para Mariana hay libros que son bibliotecas y que te van llevando de uno a otro título prácticamente sin descanso previo.
De la misma manera, para la autora, cada lengua es un universo que permite una cosmovisión del mundo, y que, sin embargo, tiene sus limitaciones, los indecibles, lo que hace que la escritura sea una aceptación del fracaso aunque haya que seguir haciéndolo de cualquier manera. Además de que para ella la escritura y la lectura están directamente relacionadas en el sentido de que escribe porque lee, y su escritura está hecha de todas las lecturas que la han deslumbrado a lo largo de su vida.
Y así comienza su andadura como escritora con el libro de relatos Cotidiano, donde narra la ruptura de un equilibrio vital en los personajes, ese instante en que se quiebra la certeza diaria y deben reinventarse. Es en la escritura donde Mariana Travacio cohabita con otras voces, con otras personas. En Cenizas de carnaval la imagen de un mosquito aplastado en una pared hacen sentir al protagonista en casa al ser el único escenario que no cambia con la rutina diaria. El personaje, el ambiente y la voz determinan todo en su literatura, y pasar del cuento a la novela sale de forma natural cuando estos personajes necesitan más páginas para explicar esas voces y los paisajes que los habitan.
Así llegamos a Quebrada, una novela que nace de los ojos melancólicos de una mujer que escribía a todo lo que había dejado atrás, esa nostalgia conmovió de tal manera a Travacio, que la impulsó a escribir esta historia sobre el desarraigo, la importancia las raíces, el drama de la migración, el viaje, el clima o la humanidad errante, la suya además de las que encontraba en el camino. La literatura, afirmaba, no está para respuestas, sino para formular preguntas. Una postura claramente vinculada a su formación filosófica. Para Mariana, además, la literatura existe porque la realidad es, en muchas ocasiones, inhabitable. La literatura nos devuelve algo de belleza, de amparo, un cierto cobijo.
La novela nos enfrenta también a la dureza del clima y de la condición humana, en un mundo donde no siempre es claro quién afecta a quién primero. Y donde el agua, como comentaba algún lector, es un elemento que acompaña cada pasaje: los ríos, el mar, las lluvias torrenciales… el agua en la novela, al tiempo que es algo indispensable para la vida, también te puede pudrir la hacienda. Los personajes, duros y entrañables a la vez, suscitaron emociones intensas, algunos lectores aseguraban haber sufrido en la lectura. Encontramos vidas tremendas, aunque también entrañables, y entre los que destacamos a Jumento, el burro que acompaña a Relicario en su viaje, que siempre encuentra el mejor camino y que además es capaz de escuchar, una metáfora, decía Mariana, de que no podemos escapar a nuestro propio destino.
Sobre la importancia de los muertos en la novela también pudimos hablar ampliamente, la autora compartía una teoría poderosa: no pertenecemos a una tierra hasta que no tenemos a alguien enterrado allí. El tema de los desaparecidos, muy presente en su obra, está vinculado a su propia experiencia de vida entre dos dictaduras. Lina abandona la Quebrada por hastío, pero Relicario, su marido, siente la necesidad de llevarse a sus muertos consigo. Mandatos de sangre que se cruzan con los lazos sociales que se construyen a lo largo de la vida. No faltaron lectores que evocaron Pedro Páramo, de Juan Rulfo, tanto por el tratamiento de la muerte como por la intensidad del paisaje.
Algunos lectores expresaron su desconcierto ante ese final tan abrupto, otros quisieron saber qué pasó con Relicario o las incógnitas que nos deja el personaje de Tala, por no entender su desaparición y la falta de noticias durante tanto tiempo, a lo que la autora confesaba que lo que quería describir en Quebrada era ese pintoresco pueblo en el que todos acaban, y que se encuentra actualmente escribiendo una novela sobre Tala, en la que podremos entender mejor su historia. Pensó en algún momento en salvarle, pero el tema del honor narrado en los capítulos previos la impidieron hacerlo. De igual forma, Mariana aseguraba que las decisiones narrativas a veces las toman esas voces y esos personajes que van manejando sus historias, aunque llegó a manejar hasta siete finales alternativos, y finalmente se quedó con el primero.
Terminamos con el deseo de seguir habitando universo de Quebrada a través de Como si existiese el perdón, novela previa que actúa como su continuación temática pero donde el protagonista, al contrario que en esta, es un personaje masculino. Y próximamente podremos también disfrutar de la novela en versión cinematográfica.
Cerramos una fantástica tarde de lectura, filosofía y humanidad con escritores recomendados por Mariana Travacio como Fernanda Melchor, Chico Buarque, Santiago Craig, Andrés Montero, Antonio Lobo Antúnez, Luís Sagasti, Natalia García Freire y Ana Paula Maya.
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