«Enero Rey, parado firme sobre el bote, las piernas entreabiertas, el cuerpo macizo, lampiño, el vientre hinchado, mira fijo la superficie del río, espera empuñando el revólver. Tilo, el muchachito, arriba del mismo bote, se dobla hacia atrás, la punta de la caña apoyada en la cadera, girando la manivela del reel, tironeando la tanza: un hilo de brillo contra el sol que se va debilitando. El Negro, cincuentón como Enero, abajo del bote, metido en el río, con el agua hasta las pelotas, también doblándose hacia atrás, la cara colorada por el sol y el esfuerzo, la caña arqueada, desenrollando y enrollando la tanza. La ruedita del reel que gira y la respiración como de asmático. El río planchado.
Muévanla, muévanla. Zaranden, zaranden. Que se despegue, que se despegue.
Después de dos, tres horas, cansado, medio harto ya, Enero repite las órdenes en un murmullo, como si rezara.»
No es un río
Esta primera escena nos introduce in media res en lo que acontece en la historia a la vez que nos sumerge en el universo literario de la autora: Enero Rey, Tilo y el Negro están pescando en el río. Cada uno desde su punto de partida se erige como centro de fuerzas y de resistencia: los cuerpos subsisten a duras penas a la inestabilidad del barco, que se ve zarandeado por el contrapunto que ejerce su poder desde el fondo del río, la raya. Sólo en el desenlace los sujetos reciben alivio y beben. Es un arranque en el que la novela nos sitúa a estos tres forasteros que habitan en un pueblo cercano desde donde acuden para pescar y, sin apenas darse cuenta, se ven atrapados en las playas de una isla que posee leyes propias, de un lugar misterioso en el que se da cabida a lo inefable, a lo que habla y ya no está.
Así lo cuenta Selva Almada:
Así que esta lectura viene a completar nuestra aventura en el propósito de este año en nuestro 4L4C: reflexionar sobre los vínculos entre naturaleza y literatura, ese concepto que nos prestó Gabi Martínez y que tan nuestro hemos hecho: liternatura. Las palabras de Almada nos provocan esa profunda reflexión a la que nos vemos arrojados en nuestro mundo contemporáneo, ese dilema de cuál debe ser nuestro papel y nuestro vínculo con la naturaleza. En su reseña del libro para Página 12, María Elvira Woinilowicz, nos sitúa en el papel y la acción precisas que, en este sentido, ejercen la escritura de esta autora: «Con No es un río, termina por instaurar una mirada sobre las cosas para hacer literatura. Como si lograra la lejanía exacta para la descripción que deja al descubierto las violencias naturalizadas, incluso con la tierra que se habita, al tiempo que se acerca para extraer de lo que quiere contar lo que hace a la esencia» («No es un río, la nueva novela de Selva Almada«, 11/10/2020).
Este breve viaje de dos viejos amigos con el joven ahijado de uno de ellos se va convirtiendo en un largo camino a las profundidades de sus vidas, en un principio las de Enero, la del Negro, pero también la de Eusebio. Vidas cómplices y alegres, no exentas de secretos y adornadas con alguna que otra desavenencia. Sin embargo, este descenso y entrada en los recovecos del alma de estos tres personajes nos va a ir empujando -como iréis comprobando- a otros hechos, otras historias, otros protagonistas que van fluyendo al compás de la trama hasta convertirse en eso, en hilos de un tejido narrativo que avanza y retrocede en el tiempo sin dejar abandonado al lector y componiendo una historia bella manejada por Selva Almada con la sutileza y maestría de la poesía. “La forma detallada y precisa pero bella en la que la historia se narra atrapa al lector desde el inicio. El estilo de Almada no es barroco, por el contrario, la riqueza de la narración se halla en la naturalidad, espontaneidad y autenticidad de los personajes y de los diálogos.” («Entre hombres y fiestas. “No es un río, de Selva Almada», por Mary Jacqueline Restrepo Díez, 9 de junio de 2021, en Contrapunto).
Para animaros a la lectura y al debate os dejamos el booktrailer:
Os invitamos a participar en el último club de lectura 4 Lecturas, 4 Continentes de este año, dedicado a la unión entre literatura y naturaleza, con la escritora Selva Almada (Argentina, 1973), considerada como una de las escritoras contemporáneas más destacadas de Argentina y de América Latina.
No es un río (Random House, 2020) es su tercera novela, con la que la finaliza la denominada trilogía de varones junto a El viento que arrasa y Ladrilleros. Al igual que en las novelas anteriores, Almada vuelve a tratar los vínculos emocionales y la violencia entre hombres, así como la naturaleza, o más específicamente el río en la novela, casi como un personaje más. La trama sigue a Enero Rey y al Negro, quienes deciden llevar al hijo de su amigo muerto, Tilo, a pescar al mismo río en el que el padre de este se ahogó quince años atrás.
En palabras de la autora, el disparador de la novela fue una anécdota de unos amigos que contaban la pesca reciente de una raya gigante en el río Paraná. A partir de esa escena de pesca, la autora, empezó a indagar acerca de quienes eran y qué unía a esos futuros personajes, los pescadores, hasta que fueron apareciendo todos los protagonistas del libro bien definidos: los isleños, que no tenían tanto protagonismo al principio pero que después fueron armándose, mostrando unas relaciones varoniles basadas en la violencia, unos pactos de masculinidad entre isleros que desafiaban al forastero, y que sin embargo muestran una entrega y nobleza impresionantes hacia los otros personajes de la novela: el monte y el río.
Durante tres semanas iremos proponiendo y comentando en este blog diferentes aspectos de esta novela y de su contexto y de la trayectoria literaria de la escritora a quien encontraremos en línea el sábado 14 de diciembre.
El sábado 5 de octubre tuvo lugar el tercer encuentro del club de lectura «4 lecturas 4 Continentes» dedicado este año a la temática de literatura y naturaleza. De la mano de Samanta Schweblin, además de pasar una tarde fantástica donde no faltó la risa, la verdad y la espontaneidad, descubrimos un mundo de ingenio y originalidad con uno de sus libros más enigmáticos: Distancia de rescate.
Samanta comenzó contándonos dónde empieza su pasión por la lectura, relacionada con todo lo que sus padres le leían de pequeña antes de irse a dormir, o con la poesía que le recitaba su abuelo. Quizás por esto, su apego por la lectura tiene que ver mucho con la figura del lector y la implicación de este en la lectura. La pregunta que se hacía al principio de su trayectoria era: ¿Cómo se escribe una historia? Y la respuesta la llevó a estudiar Dirección de Cine y no la carrera de letras, mucho más teórica. Empezó a escribir sus primeros cuentos a los 12 años, y a tomarse en serio la carrera de escritora cuando pudo comenzar a vivir de ello, es decir, a tener tiempo para escribir: El tiempo es una cosa carísima, nos decía en la reunión del sábado.
A lo largo del club, la escritora puso sobre la mesa sus artes como profesora de talleres de escritura, un mundo que le fascina, donde las reflexiones de los alumnos le sirven para reflexionar acerca de la importancia de la originalidad de los escritos, los lugares comunes y del encuentro con uno mismo y con su propio camino. El relato corto, además de ser tradición argentina, permite ver cómo se mueve la maquinaria narrativa, por eso, además de estar presente en sus inicios y escogerlo para su expresión literaria, es también lo que propone a sus alumnos en los talleres. Asegura que, como escritora, muchas veces ni siquiera decide por su cuenta si la obra será larga o corta, sino que el relato lo decide por ella, y si no es el relato son las emociones las que le guían en la escritura.
Acerca de la temática de sus novelas, confesaba que le gusta sacar de lo cotidiano su lado sorprendente, monstruoso, inquietante… la fina línea que separa lo extraño de lo normal o lo posible de lo imposible, le gusta asomarse a ese lugar sin pasarse a la literatura fantástica o a la ciencia ficción, el capricho de la arbitrariedad, lo que puede pasar y lo que normalmente no pasa pero podría pasar, seguramente por eso sus novelas son tan inquietantes… Esa inquietud en la escritura de Samanta Schweblin, ese estado de alarma, la detectaron los lectores desde que aparecen los gusanos en la primera página, una escritura precisa que busca producir sensaciones y emociones en el lector, en palabras de la autora: uno escribe sobre el papel, pero también sobre la cabeza del lector – somos nuestro propio lugar común- escribir es bailar con el otro. Otras preguntas estuvieron relacionadas con las dos voces narrativas presentes en la novela, que la escritora estimaba necesarias para narrar lo que no era urgente, porque los límites y las condiciones de la historia determinan para ella el cómo se cuenta el relato: con mecanismos que abren caminos, refracciones hacia todos lados, haciendo de la lectura una experiencia más completa e interesante.
Discutimos acerca del título del libro, Distancia de rescate, un término que aparece hacia la mitad de la novela y que supone además un concepto que empieza a utilizarse: la distancia que permite rescatar a los hijos de una amenaza. Una lectora destacó que si bien aparecen las madres conscientes tanto de este término como de otros relativos a los cuidados, los padres no están tan presentes en este relato, a lo que Samanta acertó a decir que en efecto, ellos, en esta historia, se quedan fuera. También preguntaron los lectores por el mundo mágico presente en la novela a través de la curandera, un tema que tiene mucho protagonismo en la novela, y que la escritora defiende, por la presencia de este mundo mágico de brujas y curanderos en América Latina o África, y porque la ignorancia acerca de lo que sucede en la muerte, permite indagar sobre estas situaciones en la literatura. Así, David, un personaje incierto al principio, también nos habla después desde ese otro lado, o cercano al mismo, la muerte.
Otro tema presente en la novela, hilo conductor de la misma, es el glifosato y la aberración medio ambiental que significa su utilización. Esta novela es la primera ficción que habla de este compuesto altamente contaminante. Samanta nos contaba que el problema comenzaba a principios de la década de los años 70 en Argentina, y en el momento en que estaba escribiendo Distancia de rescate era tremendo lo que estaban haciendo las compañías, se documentó mucho en el proceso, y descubrió cómo algunas compañías utilizaban avionetas que regaban los campos de semillas transgénicas que requerían después el glifosato para su cultivo, o los búnker de salvaguarda de semillas tradicionales en un lugar recóndito del globo terráqueo para su preservación frente a las transgénicas. Nos dice que los temas muchas veces llegan a ella, y nos ponía el ejemplo de Kentukis, una novela que parece que habla de tecnología pero que la única palabra relativa a este campo es WI-FI, y que de lo que realmente habla es de la relación con el otro.
Algunos lectores habían visto también la película de la novela de título homónimo, de la directora Claudia Llosa, 2021, donde Samanta Schweblin, en esta ocasión, sí participó. Asegura que en la mayoría de adaptaciones que se han hecho de sus cuentos y novelas cortas no ha participado, el cine le parece otro lenguaje y cree que ella hace lo que debe hacer exclusivamente en la fase de la escritura, sin embargo, con Distancia de rescate le pasó algo diferente, no podía soltar la historia. Esto, junto con la conexión con la directora Claudia Llosa, la llevó a escribir el guion a cuatro manos, como si fuera prácticamente otro libro, localizando lugares y situaciones que exige el lenguaje cinematográfico, donde el mayor reto era lograr llevar a la gran pantalla las mismas emociones contenidas en la novela. Y quizás lo consiguió, porque los lectores que vieron la película aseguraron que era exactamente como se lo habían imaginado.
Nos quedamos con ganas de seguir charlando con la escritora y de descubrir esta película y otras adaptaciones cinematográficas, porque todo lo que tenga que ver con Samanta Schweblin resulta ciertamente sorprendente y enigmático, lecturas que no dejan indiferentes, y que permiten charlar y charlar durante horas y horas. ¡Gracias a la escritora y a los ávidos lectores que hicieron de esta lectura una fantástica experiencia!
«Los títulos de los libros de Schweblin —El núcleo del disturbio, Pájaros en la boca, Distancia de rescate, Siete casas vacías, Kentukis— llaman la atención, sea por el fraseo o por la imagen inesperada que suscitan. Son pequeños sacudones de extrañeza» (Carlos Brescia, «Samanta Schweblin, la excavadora de historias»).
Así que sigamos contando esa extrañeza.
Siete casas vacías, su siguiente libro de cuentos, recibe el premio Narrativa Breve Ribera de Duero en 2015. Es un libro que experimenta con la forma narrativa y donde las relaciones de familia vuelven a situarse en el centro de las historias. La escritora nos invita a entrar en esas casas donde se establecen enlaces insólitos, humorísticos, llenos de ternura, pero en los que, como señala Pablo Brescia, debemos hablar de “una sintaxis propia en donde campea el efecto de extrañamiento y, tal vez, cierta maravilla ante la existencia”.
En 2017, Schweblin es incluida en la lista de Bogotá 39 entre los 39 mejores escritores latinoamericanos de ficción menores de 40 años. En esa lista había escritores como Mónica Ojeda, Carlos Fonseca, Valeria Luiselli, …
Al año siguiente se publica su segunda novela, Kentukis, una novela en la que lo que bien podríamos entender como un relato de ciencia-ficción, pero que sin embargo es una visión sobre un mundo tecnificado muy parecido al nuestro. ¿Qué son los kentukis? Y dice la autora: ““Algo a medio camino entre un teléfono y un peluche”. Así surgió el título:
Jorge Morla en una entrevista para El País se refiere al contenido de la obra: “la estructura de la novela de Schweblin sigue a diversos personajes a lo largo del mundo: un padre que ve cómo la aparición de un topo de peluche (o quien está detrás) trastoca a su familia, una mujer que a través de su nuevo cuervo comienza a ver a su novio con otros ojos, un hacker que se aprovecha del terreno aún no regulado de los kentukis para ofrecer experiencias a la carta” (Jorge MORLA, Samanta Schweblin: “El mal no es la tecnología; es quien está al otro lado”, El País, 25 de octubre de 2018).
El sábado 5 de octubre se acerca y nos encontraremos con la autora para saber si la Distancia de rescate es la adecuada. ¡Nos os lo perdáis!
Samanta Schweblin nació en Buenos Aires en 1978 y ha sido considerada como una de las mejores escritoras latinoamericanas de cuentos de su generación. Pero, ¿a qué generación pertenece? Cuenta el profesor universitario y escritor Pablo Brescia -de quien hemos tomado la imagen de Schweblin como “excavadora de historias”- que la conoció en una antología publicada en Buenos Aires en 2005, La joven guardia: “El libro reunía a los escritores en aquel momento “jóvenes” que, nacidos después de 1970, se encontraron, con veinte o treinta años, asfixiados por la debacle económica y política argentina de diciembre del 2001” (Pablo BRESCIA, “Samanta Schweblin, la excavadora de historias”, febrero de 2019, en Latin America Literature Today ).
Su generación se ve marcada por el triunfo del neoliberalismo de la década de los 90 del siglo XX y recibe el nombre sugerido por la crítica de 00 o NNA, es decir, Nueva Narrativa Argentina. Según Brescia era un conjunto de narradores “que rehusaba integrarse en un colectivo o formar parte de algún círculo literario y que asistía, seguramente con la boca abierta, a un colapso histórico y a un panorama editorial inédito”.
En esa aparición antológica, Schweblin ya se manifiesta como una gran cuentista y no en vano en 2001 ganará el primer premio del Fondo Nacional de las Artes con el libro de cuentos El núcleo del disturbio. Su relato “Hacia la alegre civilización de la capital” recibe el premio del Concurso Nacional Haroldo Conti.
Sandra Gasparini, en el artículo que le dedicó al libro en el dosier de Latin American Literature Today se pregunta dónde está ese núcleo y cuál es el disturbio al que se refiere. “Y si hay un núcleo hay una periferia, tanto como que si hay disturbio hay un orden resquebrajado”. En este libro, la autora ya muestra el cuidado y la perfección con la que construye sus historias. En ellas todo va encajando como si cada una de las piezas tuviera que desembocar necesariamente hacia ese final. Sin embargo, los finales nos sitúan ante la duda, ante el asombro y ante la incomodidad que genera una reelaboración de la realidad. Lo fantástico aquí ya aparece como sinónimo de lo normal.
En 2009, publica el segundo libro de cuentos, Pájaros en la boca, y obtiene el Premio Casa de las Américas en Cuba. Es un libro que ya tiene muchísimo éxito sobre todo si consideramos las más de catorce lenguas a las que fue traducido. Es un libro que sitúa a la autora en una larga tradición de escritoras argentinas del siglo XX y XXI que cultivan con maestría el género: Silvina Ocampo, Sara Gallardo, Ana María Shua, Hebe Uhart, Liliana Heker, Gabriela Bejerman o Angélica Gorodischer.
Tal y como afirma Lucía de Leone, una buena manera de leer el libro es la de establecer vínculos temáticos: “los tópicos recurrentes (maternidades, agenciamientos vinculares, la enfermedad física y mental, gradaciones de la violencia y la crueldad, las intervenciones seudocientíficas sobre las anatomías humanas, la puesta en crisis de lo humano y lo animal), las extrañas ambientaciones que, salvo contadas excepciones, no son ubicables en topografías con referencias conocidas (desde rutas perdidas, pueblos costeros fantasmales y ciudades no identificables, hasta llanos, valles, jardines incrustados en casas urbanas, zonas de fronteras y biomas atípicos al territorio nacional argentino como las estepas), y los modos de narrar, que muchas veces ponen en cuestionamiento las temporalidades y los niveles de significación del relato”.
En este vídeo la autora nos cuenta su libro:
En el año 2010, la revista Granta la elige como una de las mejores escritoras jóvenes hispanas y en 2012 el cuento “Un hombre sin suerte” es galardonado con el prestigioso premio Juan Rulfo que otorga Radio Francia Internacional en París.
El paso del cuento a la novela corta fue un salto natural en la carrera de Schweblin. Cuando publica en 2014 Distancia de rescate sucede un éxito anunciado: recibe el premio Tigre Juan y su traducción al inglés (Fever Dream) es nominada al premio Man Booker International Prize en 2017. El libro, además de la extraordinaria repercusión que supuso para su autora, se rodea de muchas de las inquietudes que ya aparecían en sus relatos anteriores, tal y como le cuenta la escritora a Gisela Hiffes en esta entrevista:
Además, más allá de las altas cualidades literarias de la obra, pone de actualidad el tema que abordamos en nuestro 4Lecturas/4Continentes de este año: la naturaleza y, en esta ocasión, contada como crisis ecológica. Afirma Gisela Hiffes que “Distancia es una novela sobre mutaciones y monstruosidades, sobre un imaginario en el que una discursividad acerca del fin —la muerte prematura, la muerte generalizada, la mutación de chicos en seres deformes, casi fantasmagóricos— como así también la agonía en ciernes sobre ese mismo fin”. El fotógrafo Pablo Ernesto Piovano mostró ese drama desde el ojo de su cámara:
En febrero de 2019, en una conversación con Arthur Dixon, Samanta Schweblin afirmaba: “La literatura es la posibilidad de probar los caminos de nuestras guerras más profundas y volver a la vida real con información vital”.
Tras la repercusión de su primera novela su trabajo cuidadoso continuó desde su refugio de Berlín, pero esa última parte de su trayectoria la dejamos para la siguiente entrada del blog.
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