Volvemos con la tercera lectura del club de lectura virtual 4 Lecturas, 4 Continentes, organizado desde las bibliotecas del Instituto Cervantes de Bruselas, Estambul, Tetuán y Chicago. En este año 2023 consta de nuevo de cuatro títulos destinados a amenizar los tiempos que corren con Amor y humor. En esta ocasión empezamos el otoño con humor con Gordo de feria de Esther García Llovet.
Castor, el apodo del protagonista de Gordo de feria, es un célebre cómico, conocido por sus monólogos televisivos. Su vida está guiada por el destino, y en ese azar de la vida acaba descubriendo a su doble, un camarero llamado Julio que se le parece en todo. Las aventuras de ambos dan lugar a una trepidante y enloquecida sucesión de acontecimientos que no dan tregua. De la mano de esta escritora tan singular, con una prosa seca, directa y enérgica, descubriremos las múltiples versiones que encierra la ciudad, sus luces y sus sombras, que son al mismo tiempo las que se esconden en cada uno de nosotros.
Gordo de feria (2021) es una novela conmovedora, estrambótica, y muy castiza, porque Madrid es el escenario de la tercera entrega de la Trilogía instantánea de Madrid, de la escritora Esther García Llovet, que conforma junto a las novelas Cómo dejar de escribir (2017) y Sánchez (2019).
Esther García Llovet nació en Málaga en 1963 y vive en Madrid desde 1970, donde estudió Psicología Clínica y Dirección de Cine. Ha publicado Coda (2003), Submáquina (2009), Las crudas (2009) y Mamut (2013), además de relatos y antologías, y esta trilogía. Es traductora del inglés y colabora habitualmente en la revista Jot Down. Su última novela es Spanish Beauty (2022).
El debate sobre Gordo de feria se lleva a cabo del 14 de octubre al 3 de noviembre en este mismo blog, esperamos vuestros comentarios y opiniones tal como vayáis avanzando en la lectura. El sábado 4 de noviembre tendrá lugar el encuentro con Juan Pablo Villalobos en la plataforma Zoom, con la moderación de Ángel Hernando. Una oportunidad única para dialogar con el escritor y poder comentar detalles de la novela y de su trayectoria literaria.
Seguro que a Juan Pablo le hubiera encantado conocer a este escritor jalisiciense que, sin pedir a nadie que lo creyera -ni a él ni a su obra- llegó desde su México natal a Barcelona donde vive y trabaja desde 2003. Lo que más le hubiera satisfecho es esa diversidad y peculiaridad de temas de los que se ocupa: la ergonomía de los retretes, los efectos secundarios de los fármacos en la disfunción eréctil o la excentricidad en la literatura latinoamericana de la primera mitad del siglo XX – a pesar de que hubiera sicarios seduciéndolo para que cambiara de idea. Seguro que Juan Pablo también hubiera gozado con esta versión de sí mismo ( no es autobombo sino una declaración de principios):
Este, pues, seguro que a Juan Pablo le hubiera gustado saber que la adolescencia de ese escritor mexicano fue el momento de su inmersión en la lectura: americanos, latinoamericanos y, sobre todo, esos escritores del boom contra los que parece querer escribir. Ah, y Pedro Páramo.
A nuestro Juan Pablo no le habría molestado que, a pesar de esa formación rigurosa, académica -licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Veracruzana- nuestro escritor fuera de lo más irreverente y se riera hasta de sí mismo. Le hubiera satisfecho saber que en realidad la tesis sobre Fray Servando no la escribió Vale, la novia mexicana de Juan Pablo, sino que es la tesis de licenciatura de nuestro personaje (los géneros literarios y la representación en las memorias de Fray Servando Teresa de Mier): igual que el fraile, sacerdote, filósofo y escritor proclamaba desde su famoso sermón que el culto a la virgen de Guadalupe era prehispánico, nuestro autor quizás pensara que la literatura latinoamericana tampoco le debiera tanto a la colonización. Seguro que Juan Pablo se hubiera extasiado escuchando al propio San Servando:
Esto…, esto le hubiera gustado mucho a J.P., así como saber que nuestro escritor fue becario del Instituto de Investigaciones Lingüístico Literarias de la Universidad Veracruzana donde estudió la influencia de las vanguardias en la obra del maravilloso escritor argentino César Aira. Estás en lo cierto, a J. P. no le hubiera gustado perderse esta entrevista:
«Bebe de las fuentes de Bohumil Hrabal, César Aira, Alfred Jarry y Jorge Ibargüengoitia; es decir, de las fuentes del humor delirante» (Patricio Pron)
A Juan P. le hubiera producido un gran placer saber que este autor es magister en Teoría Literaria y Literatura Comparada en la Universidad Autónoma de Barcelona con una tesina sobre sabotaje narrativo y “anti-literatura” en la obra del escritor ecuatoriano Pablo Palacio. A J. Pablo le hubiera hecho dar saltos de alegría conocer al Kafka ecuatoriano:
Sí, a Juan Pablo le hubiera encantado conocer el proyecto de 2019 “Todo el monte es orégano” que este escritor, nacido en Lagos de Moreno en 1973, realizó con la beca Leonardo a creadores e investigadores culturales. J.P. se hubiera apasionado sabiendo que el autor quería investigar sobre si se podía escribir una novela feliz sobre la felicidad.
Y claro, le hubiera parecido un goce sin igual leer todos los libros del autor: escuchar la voz del niño de Fiesta en la madriguera (2010), comerse las quesadillas que prepara esa madre en Si viviéramos en un lugar normal (2012), saber por qué alguien es capaz de cambiar de país por un partido de fútbol en Al estilo Jalisco (2014), o qué lleva a un señor de 78 años a ser un creyente de la Teoría estética del filósofo alemán Adorno en Te vendo un perro (2015) y, por supuesto, escuchar algún cuento de Yo tuve un sueño (2018). Si el que lo leyera fuera su autor, eso sería el culmen -como no hay que hurtarle placeres a Juan Pablo aquí se lo dejamos:
Sí, sí, le hubiera supuesto un éxtasis escuchar al autor de todas estas novelas decir que su obra no termina aquí, que faltan La invasión del pueblo del espíritu (2020): como se escribe en la novela “Demos la vuelta a la página: el futuro está ahí.”; y su Peluquería y letras (2022) en la que el escritor Juan Pablo Villalobos se pregunta si es feliz (¿les suena de algo este cuestionarse por la dicha?):
A Juan Pablo le hubiera parecido paradójico saber que el protagonista de esta última novela es un personaje que se autoficciona, el escritor Juan Pablo Villalobos, el mismo que protagoniza la novela que no se nos ha olvidado mencionar sino que es la que J P está leyendo en estos momentos, es decir, No voy a pedirle a nadie que me crea (2016).
No sabemos si lectoras/es estáis disfrutando de ella -si así es, un día habrá que agradecérselo al pinche primo. A lo mejor, el sábado que viene. No os olvidéis, os esperamos porque…
Eso también le hubiera gustado mucho a Juan Pablo.
“[…] parecéis el inicio de un puto chiste: Estaban una vez un mexicano, un musulmán y un chino. No soy musulmán, diche Ahmed, soy ateo.”
(No voy a pedirle a nadie que me crea)
Dos líneas bastan para reflexionar sobre una de las características de la novela: la construcción de un mundo literario transnacional que busca, por un lado, constituirse a través de las voces de los personajes -rasgo este que maneja Villalobos con habilidad de orfebre- y, por otro, tomar partido por una literatura que supere las fronteras y los límites conceptuales de lo propio, de lo autóctono, de lo genuino. En Villalobos la mezcla de culturas diferentes que conviven, la combinación de intereses y lenguajes es una apuesta militante.
“la autoficción de Villalobos construye un personaje mexicano, migrante, con un bagaje cultural sofisticado y capaz de convivir en diversos contextos sociales, ya sean éstos nacionales o internacionales. Juan Pablo se encuentra en constante movimiento, es un personaje desarraigado que huye de su lugar de nacimiento y convive con personajes de una amplia gama de orígenes en una suerte de código cultural mundial.” (Ricardo HERNÁNDEZ DELVAL, Alcances y limitaciones de lo posnacional en No voy a pedirle a nadie que me crea de Juan Pablo Villalobos y Ese príncipe que fui de Jordi Soler).
En el análisis que hace Hernández Neval se describe uno de los rasgos sobre los que se teoriza en la novela (reflexión sobre la ficción en la propia ficción que, a veces, provoca perplejidad en el lector): la voz de los personajes va construyendo estereotipos en los que desde la parodia y la exageración se hace una crítica velada a la influencia de la simplificación y reducción que realizan los medios de comunicación. Este diálogo de No voy a pedirle… al que acude como ejemplo Hernández es muy ilustrativo:
“¿Sabés lo que me más me gusta de vos, boluda? Que no sos como todos esos boludos que llegan a vivir a Barcelona y se la pasan con la boca abierta como tarados, que llegan acá y van todos los días a la Rambla o a la Sagrada Familia hasta que un día un gitano les afana la cartera, por boludos. Pero vos sos diferente, boluda, vos vas a tu bola, vos sabés lo que querés, no te dejás impresionar por el oropel de esta ciudad de mentira. ¿Entendés de lo que estoy hablando, boluda? […]
Escuchame, boluda – insistió Facundo –. Si necesitás el trabajo que se joda el boludo de Juan Pablo. […] haceme caso, boluda, aceptá el trabajo. […] ¿Necesitás una disculpa, boluda? Está bien, mirá que sos boluda. La cagué, de acuerdo, fui un boludo.”
Al igual que el ‘boludo’ que estereotipa la argentinidad, el ‘nen’ -niño en catalán, que correspondería al ‘tío’ en el español coloquial de España- que repite el catalán vendedor de drogas – que se llama Nen-, como el ‘pinche’ que utiliza como una muletilla Lorenzo, el primo de Juan Pablo, para destacar la mexicanidad juegan el mismo papel de parodia del cliché de nacionalidad.
Ninguna argentina utilizará hasta la saciedad ‘boludo’, pero este rasgo de inverosimilitud le permite al autor transmitir otros de los aspectos que guía la novela: el absurdo.
“Además de cáusticas y delirantes, dotadas de un grueso humor muy estilizado (por raro que parezca), las novelas de Juan Pablo Villalobos (México, 1973) no se someten a ninguna regla, excepto a la lógica del absurdo. Así fue en Fiesta en la madriguera (2010), Si viviéramos en un lugar normal (2012) y Te vendo un perro (2015), donde su escritura operaba con drásticas maniobras contra la convención.” (Francisco SOLANO, “Perspectivas dislocadas”, crítica de la novela en El País, 29 de diciembre de 2016)
¿Cuál es la intención del autor? ¿Busca desestabilizar al lector obligándolo a un ejercicio de recreación de ese mestizaje de lenguajes? ¿Tiene un espíritu transformador o la propia parodia reduce la amplitud de la crítica? Lo mejor es darle la palabra al escritor:
Seguro que ya estáis perdidos en las calles de Barcelona siguiendo el rastro de este escritor al que no sabemos qué deparará el futuro: ¿vosotros qué pensáis?
«Cierro los ojos y recito dentro de mi cabeza nombres de escritores de la Revolución Mexicana. Martín Luis Guzmán. José Rubén Romero. Le digo ajá de vez en cuando al celular. Respiro hondo. José Mancisidor. Mariano Azuela. Francisco L. Urquizo. No dejo de temblar. Me concentro en que la comezón disminuya, como si en verdad creyera en el poder de la mente sobre el cuerpo, como si no supiera que ese poder existe, pero solo al revés. Rafael F. Muñoz. Debería inscribirme al yoga. ¿Qué será de la F. de Rafael Muñoz? ¿Fernando? ¿Francisco? ¿Y la L. de Francisco Urquizo? ¿Luis?»
(No voy a pedirle a nadie que me crea)
Es curiosa como esta retahíla de nombres tiene un efecto apaciguador en el ánimo del personaje de Juan Pablo Villalobos tras una tensa conversación telefónica. En una novela tan literaria todas las referencias a libros, escritores, corrientes o movimientos juegan un papel importante, casi simbólico. Hay un subtexto que, además de ayudarnos a progresar en la ficción, permite al autor posicionarse teóricamente dentro de su gremio con continuas referencias a la literatura mexicana y latinoamericana: Facundo, el personaje argentino que comparte piso con Juan Pablo, tiene una ex esposa que lee con tal entusiasmo a Alejandra Pizarnik que incluso su hija de seis años, también llamada Alejandra, cita con regularidad versos de la escritora. Valentina no ahorra referencias cuando habla con el okupa italiano Jimmy: Pitol, Monsiváis, Monterroso, Ibargüengoitia.
La novela de Juan Pablo Villalobos parece situarse en una tradición literaria anterior, en la de la Revolución mexicana. Algunos críticos afirman que “surgiendo al mismo tiempo que la violencia de la Revolución mexicana se transformó y continuó en la del narcotráfico”. El tratamiento paródico de este género en el interior de la propia novela permite a Villalobos sustentar su postura, proteger su planteamiento y demostrar que tras de sí, por mucho que arriesgue, hay un profundo conocimiento de cuáles son sus orígenes y cómo han influido en su trabajo.
Además de la literatura de la Revolución, No voy a pedirle… dialoga con la literatura latinoamericana del realismo mágico. De algún modo, en ambos lados de la mesa lo que se pone en cuestión es la verosimilitud: “A pesar de que García Márquez solía estirar más de la cuenta el umbral de lo creíble, lograba asegurar la verosimilitud a través del tono de sus narradores y la reacción de sus personajes ya que unos y otros naturalizaban con gran espontaneidad los prodigios más increíbles. No voy a pedirle a nadie que me crea no incluye ningún prodigio pero pone a prueba la suspensión de incredulidad por parte del lector mediante la acumulación de situaciones improbables.” (Kristine Vanden Berghe, Université de Liège: “Auto, meta, narco, post, trans. El recetario (¿de los abuelos, para los nietos?) de Juan Pablo Villalobos en No voy a pedirle a nadie que me crea”).
Os dejamos aquí un pequeño vídeo que nos introduce sobre los matices y variantes del realismo en la literatura latinoamericana:
“Si alguien leyera estas páginas no me creería, diría lo contrario de la frase de Lacan, que la ficción usa la estructura de la verdad (especialmente en la literatura íntima). Pero como de todas maneras nadie las va a leer, no me importa que nadie crea que esto es un diario: no voy a pedirle a nadie que me crea” (No voy a pedirle a nadie que me crea).
Los propios personajes contribuyen en su anunciada poca credibilidad a que los acontecimientos, por disparatados y fantasiosos que parezcan, sean verosímiles, con lo que, de alguna manera, nos proporciona una visión retroactiva del realismo mágico.
Escuchemos para cerrar esta reflexión al mayor representante de este movimiento, el escritor colombiano Gabriel García Márquez:
Para cerrar el círculo de la rememoranza de la literatura latinoamericana citemos la literatura del boom con uno de sus mejores representantes, Julio Cortázar, quien en este fragmento de la maravillosa entrevista del programa “A fondo” de RTVE define con claridad el origen y las implicaciones de este movimiento en el vínculo cultural entre España y Latinoamérica .
Estamos ante una novela que logra aglutinar, en definitiva, “algunas de las tendencias, formas y temas dominantes en la literatura latinoamericana del pasado más reciente. Determinar cómo la novela evalúa estas tendencias depende de la lectura que se haga de ella y de los elementos que se privilegien”. (Kristine Vanden Berghe),
Y vosotros, ¿qué aspectos de la novela estáis privilegiando? ¿Qué es lo que más os está gustando?
“No quiero discutir otra vez por qué acepté una beca de la Fundación Katz para ir a estudiar en los Estados Unidos. La acepté y ya. No me importa que los Estados Unidos sean un país en donde existe la explotación del hombre por el hombre, ni tampoco que la Fundación Katz sea el ardid de un capitalista (Katz) para eludir impuestos. Solicité la beca, y cuando me la concedieron la acepté; y es más, Sarita también la solicitó y también la aceptó. ¿Y qué?”
(La ley de Herodes, de Jorge Ibargüengoitia)
Entre las tendencias literarias actuales no hay ninguna que triunfe y tenga más seguidores que la autoficción. Disfrazada de autobiografía, relato íntimo, memorias, diario, confesiones, o cualquier otro tipo de forma con la que queramos camuflarla, la autoficción es la apuesta segura de los escritores contemporáneos.
“A partir de los años 70 del pasado siglo se produjo una extraordinaria expansión de la literatura autobiográfica en todas las literaturas occidentales, desarrollo que casaba bien con los designios de una sociedad guiada por el predominio y el prestigio de lo individual.” (Manuel ALBERCA, El pacto ambiguo. De la novela autobiográfica a la autoficción).
A lo mejor, Ibargüengoitia, con el humor que le caracteriza y un posicionamiento literario como el que demuestra en La ley de Herodes, hubiera dicho que con esta tendencia nos “metieron el dedo. Dos dedos” o sea, que nos habían “doblegado ante el imperialismo” de la ficción “capitalista”. Resistir para el autor de Guanajuato era pensar en Sarita, personaje de este maravilloso relato, La ley de Herodes, donde se desvela su hazaña y su traición.
Por momentos parece que No voy a pedirle… rinda homenaje o dialogue con este cuento, sobre todo en el doble juego narrativo entre la primera persona del escritor Juan Pablo Villalobos intentando reflexionar sobre el humor en la novela latinoamericana y Vale(ntina), con su diario de resistencia. Por un lado, el autor sometiéndose al autoridículo, riéndose de sí mismo como parte del juego (su dermatitis, sus ronchas por todo el cuerpo, será la comidilla de todo aquel que pase por su vida a lo largo de la novela; su “este” -palabra que repite para todo- como dejadez no sólo en su forma de hablar sino también en su comportamiento); por otro, su novia, en esa labor de aguante, de oposición desde la propia autoficción, pero esta vez con una 3ª persona retratada en un diario: “Estoy segura de que no hay nada más falso que el hecho de que una persona que se ha pasado los últimos años estudiando diarios, memorias, autobiografías y todo tipo de escritura íntima se ponga a escribir un diario.” (No voy a pedirle a nadie que me crea).
El lector y la autoficción
En el trayecto que va de la biografía a la autoficción o, lo que es lo mismo, en el confuso camino que va de lo verdadero a lo verosímil se sitúa el lector:
“Esto pone a tambalear al lector para decidir cómo leer el texto que se le presenta, si como una ficción que no se corresponde con lo que existe en el mundo real o una autobiofrafía donde lo que se cuenta debe ser leído al pie de la letra, es decir, el pacto ficcional o el pacto autobiográfico.” (MUÑOZ ORTIZ, Antonio Miguel, Tesis «La autoficción como recurso para el humor en No voy a pedirle a nadie que me crea de Juan Pablo Villalobos»).
Teóricos como Cynthia Olguín Díaz, en una búsqueda por explicar el fenómeno y calmar la zozobra del lector, afirman que estamos ante un proceso de autoconocimiento del propio autor: “le permite a éste [al lector] concebir que si bien el texto que lee es autorreferencial, el relato de su vida [la del escritor] se articula mediante la autoficción, por lo que su intención ya no es simplemente representar al yo del escritor como sujeto real sino, sobre todo, como escritor y el modo en que reflexiona y cuestiona su identidad sobre la escritura. (Entre el diván y el espejo: la autonarración confesional y especular en El cuerpo que nací de Guadalupe Nettel y Canción de Tumba de Julián Herbert, 2018).
Aunque sólo sea para no naufragar en este tipo de textos, los expertos literarios afirman que lo importante es que se respete el pacto de lectura y que se distinga claramente que no estamos ante un relato en primera persona y sí ante un texto autobiográfico. En el caso del libro de Villalobos, podríamos asegurar siguiendo a diferentes críticos que estamos en el campo de la autoficción por la aparición de los siguientes elementos:
El objetivo de esta escritura autoficcional
“Villalobos emplea los mismos recursos formales que busca criticar para parodiar la formas en que este tipo de textos se construye y cómo han sido leídos.” (Tesis citada de Antonio Miguel Muñoz Ortiz).
El objetivo de Villalobos no es tanto que el lector problematice los alcances de la ficción o la metaficción sino que el humor sea el hilo transmisor y conductor de la novela en todos y cada uno de sus múltiples frentes: parodiando a profesores y críticos de la literatura (cuando Juan Pablo quiere cambiar de directora de tesis, ella le pregunta: “¿En quién has pensado para sustituirme?”, como si fuera la protagonista despechada de una ranchera); riéndose y caricaturizando la presencia de la violencia y del narcotráfico (hay una poderosa organización criminal mexicana que coacciona al escritor en su viaje a Cataluña para lavar dinero y que intente ligar con la hija lesbiana de un político catalán); ironizando sobre los tópicos de nacionalidad (“el chino”, “el pakistaní”, “el italiano”) o criticando y denunciando los nacionalismos rancios (sobre todo los mexicanos y los catalanes): “como la mayor parte de sus congéneres mexicanos, con respecto a su país Villalobos practica un humor bastante benevolente que, más bien que sugerir la crítica, termina una vez más por provocar la risa. Esta lectura concuerda con lo que el autor ha dicho en numerosas entrevistas, también y sobre todo respecto a Cataluña, insistiendo en que se siente catalán y que espera que sus compatriotas no tomen a mal que se burle de ellos.” («Auto, meta, narco, post, trans. El recetario (¿de los abuelos, para los nietos?) de Juan Pablo Villalobos en No voy a pedirle a nadie que me crea«, artículo de Kristine Vanden Berghe, Universidad de Liège).
Para concluir, podemos afirmar que en el caso de la novela de Villalobos, en contra de lo que diría Barthes, el autor no desaparece para que nazca el lector, sino que autor y lector dialogan a través del juego narrativo que plantea el primero. Sin embargo, este juego hay que tomárselo muy en serio:
“En la novela de Villalobos este recurso de autofiguración es una herramienta con la que pretende burlarse de la condición de escritor al mismo tiempo que parodia, mediante sus mismos recursos, un discurso que ha venido popularizándose de manera incansable desde hace ya varias décadas y que la crítica, al igual que muchos autores, comienzan a rechazar por su aparición constante y pocas variables.” (Tesis de Antonio Miguel Muñoz Ortiz).
En los cuatro primeros minutos de esta entrevista Villalobos reflexiona sobre la creación literaria:
“[…] asegurar enfáticamente que todo lo que voy a escribir es verdad. Todo. En plan Rousseau. La promesa de veracidad. El pacto autobiográfico. Como si alguien, de todas maneras, me fuera a creer. No voy a pedirle a nadie que me crea.” (del diario de Valentina en No voy a pedirle…)
Lectoras/es, ¿no es esto la ficción?
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