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Blog del Instituto Cervantes de Estambul

Biblioteca Álvaro Mutis

El ladino

Durante el Antiguo Régimen otomano, uno de los puntales de la cohesión comunitaria era la religión (de ahí que se organizaran en torno a sinagogas); sin embargo, en tiempos más recientes el idioma ladino ocupó su lugar como elemento identificador, precisamente en un momento de claro retroceso frente al turco.

En la península ibérica no existe un dialecto especifico que podamos considerar el origen del ladino pues, en el Estambul del siglo XV, vinieron a encontrarse comunidades judías de lugares tan dispares como Granada o Navarra y, aunque el elemento castellano predominaba por razones demográficas, las influencias del italiano y otras lenguas mediterráneas le darían un carácter único.

Además, la convivencia con otras comunidades como la griega y la llegada en el siglo XIX de sefardíes de los Balcanes conllevarían una evolución en la lengua (por ejemplo, al tenedor le llaman «piroúni» como los griegos).

Campañas de acoso como la que en la década de 1930 apoyaría el judío Munis Tekinalp con eslóganes tipo «Ciudadano, ¡habla turco!» golpearon profundamente la voluntad de varias generaciones de preservar el ladino, lo que, junto a la entrada de la mujer en el mercado laboral, supuso el declive del idioma. A día de hoy, incluso la ceremonia religiosa del var-mitzbah se hace prácticamente toda en turco.

Antes del siglo XX era habitual escribir el ladino en
caracteres hebreos u arabigos.

Vida diaria

Para entender la vida social de un sefardí en Estambul, es importante que tengamos en cuenta que la mayoría no solo tenía poco contacto con el resto de comunidades, sino que solía tratar exclusivamente con miembros de su congregación. Estas se habrían formado originalmente por procedencia geográfica (Soria o Aragón, por ejemplo) en torno a un kaal (denominación de sinagoga); adaptándose al barrio de Estambul donde vivían para el siglo XVII. En estas congregaciones y hasta muy recientemente, todos los vecinos se conocían por nombre y apellido.

Antes de abandonar la península ibérica los sefardíes habrían empleado el mismo sistema que los árabes para identificarse, por ejemplo, Yakub ibn Abraham (es decir Yakub hijo de Abraham); en el Imperio Otomano comenzarían a utilizar denominaciones geográficas para apellidarse (como Salamanca). Una costumbre que si se ha mantenido con cierta fuerza hasta nuestros días es la de transmitir el nombre del abuelo al nieto. Las familias se formaban muy pronto (la chica entre los 8-12 y el chico en los 13-16 años) y, aunque solían estructurarse como una familia nuclear bajo un solo techo, lo habitual es que los parientes vivieran en las casas contiguas.

Los sefardíes también tenian puestos en el
Gran Bazar de Estambul.

Las visitas a los baños públicos el viernes, y el día siguiente a la sinagoga para celebrar el Shabat, eran las mayores ocasiones sociales dentro de la comunidad. Los hombres que tuvieran un puesto en la Corte, fueran barqueros o tuvieran puestos comerciales en el Gran Bazar tenían la oportunidad de trabar un contacto regular con miembros de fuera de la comunidad, aunque lo habitual era que este se redujera a los clientes del mismo kaal.

Para las mujeres había pocas ocasiones de hacer vida fuera del hogar, encargándose del cuidado de los niños y la cocina, por lo que hasta muy recientemente las familias no trataban de darles una educación; de ahí que el confinamiento de ellas fuera instrumental para mantener vivo el uso del ladino en las familias. Fue a partir de la Primera Guerra Mundial que en sitios como la Compañía Tabacalera de Estambul comenzaran ellas a ganar un sueldo y que con los años incluso pudieran delegar las tareas del hogar en profesionales ajenas a la comunidad.

La mujer sefardí fue fundamental para la
supervivencia del ladino.

El vestido

En buena parte de las sociedades del Antiguo Régimen, la vestimenta y los adornos estaban estrictamente legislados para que se conociera el estatus de cada individuo a primera vista; por ello, ni en España ni en Turquía se vieron los sefardíes libres de elementos identificadores. Por ejemplo, los zapatos de color amarillo estaban vetados a todos los miembros de la comunidad judía con la excepción de los dragomanes.

Vestían una camisa interior (que llamaban también kamiza) y cubrían el resto del cuerpo con prendas de color violeta y capa negra, ambos colores distintivos de los judíos otomanos. A los hombres no se les permitía llevar el tullbent (una banda de muselina blanca que cubría la nuca y acompañaba al turbante) pero si un kalpak, que era una suerte de turbante que se prolongaba para tapar las orejas. Las mujeres llevaban un gabán hasta los pies y un gran pañuelo de muselina liado a la cabeza, pero que dejaba la cara al descubierto.

Es sabido que en el siglo XVI había un judío al frente del vestuario de la Corte y que mujeres como Esther Handali amasaron una fortuna vendiendo ropa y joyas al harén, transmitiéndose ese gusto por lo caro al conjunto de la comunidad sefardí. Indignado por la opulencia judía, el sultán Murad III (r.1574-1595) quiso tomar medidas drásticas, pero fue apaciguado por su médico Solomón Askenazi que, a cambio, forzó a las judías a dejar de llevar joyas por la calle.

Una de las vestimentas características de
los judíos otomanos.

Los oficios

La llegada de los primeros sefardíes, con sus contactos comerciales allende de los mares, dieron a muchos una cierta influencia en el campo económico: había cambistas, vendedores de textiles de lujo, funcionarios de cecas y de aduanas…etc. Sin embargo, donde despuntaron durante más tiempo fue en el servicio médico del sultán (en cuyo equipo llegó a haber 41 doctores judíos frente a 21 musulmanes); lo que les daba una relevancia pública y determinados privilegios como el de montar a caballo o no pagar impuestos.

Ya en el siglo XVII sabemos que un 70% de los sefardíes se ganaban la vida como pequeños tenderos, incrementando sus modestos beneficios ofreciendo sus trastiendas para citas amorosas. La llegada de comerciantes europeos a Estambul y a Egipto (donde muchos sefardíes emigraban por trabajo) en el siglo XIX les ofreció nuevas oportunidades como agentes de compañías de seguros y de bancos, así como traductores y artesanos.

Morris Schinasi, como tantos otros sefardíes, nació en Anatolia, se desplazó por negocios a Egipto y más tarde emigró a América.

Para la mayor parte de sefardíes la entrada a la modernidad no fue un camino de rosas, dedicándose muchos en el distrito europeo de Pera a la prostitución, y otros a engatusar a los compradores extranjeros: se conoce que a los sorprendidos españoles se los ganaban con refranes en ladino, cantares medievales y asegurando que viejas llaves pertenecían a sus casas en la península ibérica.

En cuanto al oficio de las armas, los judíos habían sido excluidos del sistema de selección jenízaro de reclutas, sin embargo, de vez en cuando eran llamados a integrar una milicia y, para cuando el sistema militar se regularizó a comienzos del XX, con la excepción de algunos oficiales, buena parte de los sefardíes fueron dedicados a los trabajos pesados.

Ejemplo de contrato redactado por un rabino.

La gastronomía

Se calcula que un 90% de la cocina sefardí tiene ascendencia ibérica, muestra de ello son platos estambulies que guardan un gran parecido con peninsulares: «de parida» con las toledanas rebanadas de parida, los «travados» y «mustuchudos» con los pestiños y mostachones andaluces. Al conjunto de la sociedad turca aportaron elementos como el «pandispaña» (bizcochos) y aprendieron platos como los «yapraquitos» (arroz envuelto en hojas de parra).

Burekas. Foto de Yoninah

La dieta sefardí en el siglo XVIII se basaba en las aceitunas, el aceite y el caviar, por lo que los anuncios rusos de prohibir su exportación causaban no pocas conmociones en la comunidad. También consumían vino, que fabricaban ellos mismos y no compartían con personas de otras religiones. En la celebración del Purim consumían «tishpishti» (pastel de nuez con sirope) y baklava con canela.

La madre judía, responsable tradicional de la cocina, aportaba además muchos conocimientos generales al mundo de la mesa como que: los buñuelos causan indigestión, el arroz acidez y que el té cura todas las enfermedades.

Boyoz. Foto de BSRF

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