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Blog del Instituto Cervantes de Estambul

Biblioteca Álvaro Mutis

Miguelillo y Encarna

El 2 de diciembre de 2025 en 4 Lecturas 4 Continentes por | Sin comentarios

En Presentes, Paco Cerdà convierte a Miguel de Molina y a las novelas de Celia en dos polos de una misma geografía moral: la España que castiga y la España que se refugia porque ni los personajes célebres pudieron librarse de la represión del régimen. Miguel de Molina, coplero homosexual y republicano, encarna el cuerpo castigado por el franquismo: apaleado, expulsado de los escenarios y empujado al exilio americano por su disidencia estética y sexual. Cerdà lo introduce a través de Miguelillo, el chico pobre que acaba convertido en estrella: “ahora Miguelillo tiene treinta y un años, se llama Miguel de Molina y esta noche actúa en el Pavón de Madrid”. El brillo del teatro se superpone al miedo físico, como si cada ovación contuviera la amenaza del próximo golpe. Escuchemos en palabras del artista lo que sucedió aquella fatídica noche en que se lo llevaron del teatro:

El universo de Celia, en cambio, parece a primera vista un espacio de infancia, juego y literatura “inocente”. Pero Cerdà lo carga de ironía histórica. Elena Fortún, republicana y finalmente exiliada, escribió desde la derrota y el desarraigo; Celia en la revolución es uno de los testimonios más crudos del hambre y el miedo en la Guerra Civil. Y, sin embargo, en Presentes aparece la escena casi kafkiana en la que “La niña más poderosa de España quiere todos los libros de Celia”: la hija de Franco devorando la saga mientras su autora vive lejos, borrada del relato oficial. Sin embargo, Fortún, o mejor dicho, Encarnación Gertrudis Jacoba Aragoneses y de Urquijo, fue una escritora totalmente alejada de esa visión de las mujeres que quiso imponer el régimen franquista:

Así, Cerdà yuxtapone dos formas de cultura popular: la copla y la literatura infantil. Miguel de Molina, cuerpo visible y castigado; Fortún, autora invisible cuyo personaje es devorado por la hija del dictador. Ambos funcionan como contrapunto al cortejo fúnebre de José Antonio: mientras el régimen sacraliza a sus muertos, las vidas de Miguel y Elena quedan relegadas a los márgenes, pero siguen filtrándose en canciones y libros que muchos españoles aman sin saber la historia que llevan dentro. Presentes convierte esa paradoja en una poderosa máquina de memoria: escuchar una copla o abrir un libro de Celia ya no es solo nostalgia, sino un gesto de restitución. Alimentemos el recuerdo con la interpretación de Miguel de Molina de La bien pagá en la película Esta es mi vida, de Ramón Vinoly Barreto del año 1952:

¿Y vosotros, lectoras y lectores, encontráis otros lugares de memoria en la novela de Cerdà?

“Presentes”: Memoria, silencio y dignidad de los represaliados del franquismo

El 29 de noviembre de 2025 en 4 Lecturas 4 Continentes por | Sin comentarios
Homenaje a las víctimas de la Guerra Civil y el Franquismo ante el Tribunal Supremo, en 2012. Fuente: Associated Press

Tiene diecinueve años y escribir se ha convertido en un refugio entre tanta penuria. Los piojos, las pulgas a pasto, la plaga de ratas. Los platos con catorce garbanzos. La taza de agua color café con pedazos de pan. El frío del amanecer con dos mantas y periódicos encima. Las derrotas encadenadas desde que cruzaron, andando, Portbou, como medio millón de españoles. Los sollozos nocturnos de nostalgia, cállate ya y deja dormir. El espectáculo impresionante del hambre, con aullidos matutinos. Los gritos de los hombres que han soportado una guerra y que, súbitamente, lejos de casa, enloquecen. El dolor impotente de los mutilados. La agonía en la enfermería que precede a la estaca blanca con letrerio en un cementerio sin nombre […]

Presentes, de Paco Cerdà

En Presentes, Paco Cerdà reconstruye un paisaje humano marcado por la violencia política y el silencio impuesto. Las historias de quienes fueron fusilados, encarcelados o depurados emergen en el libro como un eco insistente, un “canto a tantas vidas perdidas” tal como subraya la reseña del blog Un libro al día. El autor convierte la memoria en un espacio de resistencia: las víctimas, invisibles durante décadas, reaparecen como presencias que exigen justicia. Esa recuperación de la memoria colectiva convive con el dolor de lo silenciado y el intento de humanizar a quienes fueron reducidos a números. Para capturar ese aire de desolación podemos ver el documental de Conrado Escudero Lágrimas de guerra, donde varias personas narran historias de represión, fusilamientos y posguerra, evocando muchas de las víctimas anónimas que Cerdà rescata.

En Presentes encontramos “un coro de voces olvidadas por la Historia” (Zenda Libros). Esa pluralidad define la obra: maestros depurados por su compromiso republicano, presos sometidos a juicios sumarísimos, mujeres humilladas en rituales de castigo público, exiliados que cruzaron fronteras o quedaron atrapados en un exilio interior. La diversidad de víctimas muestra que la represión franquista no fue un fenómeno aislado, sino un sistema total de control social.

Penal de Ocaña (Toledo), 11-7-1952.- Los presos formando en el patio  JAIME PATO / EFE. Fuente: La Vanguardia

Mientras la dictadura escenificaba pompas fúnebres, desfiles y ceremonias para glorificar su relato —como ejemplifica el traslado de los restos de José Antonio—, miles de personas afrontaban torturas, hambre o desapariciones. Ferrán Bono, en su crítica del libro de Cerdà para el suplemento «Babelia», de El País enfatiza este contraste entre liturgia y horror: el espectáculo oficial ocultaba la violencia que se vivía en celdas, cunetas y hogares marcados por la pérdida. El escritor lo corrobora con sus propias palabras en el mismo artículo: « “Un político que en vida solo atrajo al 0,4 % de electores y que, muerto, fue convertido en un mesías redentor. Un símbolo deformado y manipulado por Franco. Presentes es también el relato de cómo, en esos mismos días del otoño del 1939, miles de vidas humildes sufrían la zarpa de la represión y de la guerra. ”

La obra también se adentra en la búsqueda de restos y en el trabajo de exhumación, un proceso que Cerdà retrata de forma íntima. Los objetos encontrados —fotografías dobladas, cartas escondidas, botones conservados— se convierten en puentes con los desaparecidos. La memoria física y arqueológica es aquí una forma de reparación, un gesto que permite devolver nombre y dignidad a quienes fueron borrados de la historia oficial. Solo contemplar el mapa de las fosas difuminadas por todo el territorio español nos hace reflexionar en los miles de historias y de vidas rotas que provocó no únicamente la guerra sino las represalias de aquellos que presumían de nobles sentimientos al homenajear a los suyos-

Finalmente —y como hace Cerdà— el libro desafía al lector: recordar no es volver al pasado, es comprometerse con la justicia, con la memoria compartida, una dimensión ética y colectiva de la memoria histórica que se debería reivindicar ahora más que nunca.

«El mirador de la memoria», en el Valle del Jerte (Extremadura)

Seguro que todos nos acompañamos contra el olvido con la lectura del libro de Cerdà, uno de los múltiples miradores de la memoria desde donde vislumbrar la verdad. ¿Cuál está siendo vuestra experiencia, vuestro recuerdo?

Jordi Soler viene a hablar de su libro

El 17 de octubre de 2025 en 4 Lecturas 4 Continentes por | Sin comentarios
El escritor Jordi Soler, en su estudio.SANTI COGOLLUDO

«Una mañana de hace veinte años estaba en mi oficina, en la embajada de México en Irlanda, cuando recibí una llamada de Madrid. Álex Martínez Roig, que entonces era el director de El país semanal, me pidió un artículo sobre mi lugar de nacimiento, un cafetal perdido en la selva, en el corazón de Veracruz (México), del que él tenía noticia porque un amigo suyo, Sergi Pàmies, lo había leído en la ficha biográfica que sale en la solapa de mis libros, y le había llamado para decirle: a ti que te gustan las historias raras, no te pierdas esta.

La historia no era tan rara, pero se había contado poco: una familia de catalanes que pierde la Guerra Civil y se exilia en Veracruz, donde funda una plantación de café, en medio de la selva mexicana, en la que se habla en catalán, para asombro de los vecinos que, a su vez, hablan en nahua y en totonakú.

Yo nací en ese cafetal y, a pesar de que había escrito ya cuatro novelas, nunca me había planteado utilizar aquel territorio fastuoso para una historia, seguramente por la excesiva cercanía, porque ese lugar del mundo es parte indisociable de lo que soy y me hacía falta afinar la perspectiva.» (Jordi SOLER, «He venido a hablar de mi libro: Jordi Soler», en El Periódico, 1 de septiembre de 2022)

La Portuguesa es el lugar al que se refiere Jordi Soler en este artículo, en el que cuenta el germen de su novela Los rojos de ultramar (2004) y con este descubrimiento desvela su lugar de nacimiento y asimismo la apropiación de un territorio literario que a partir de ese momento constituirá su propio Macondo o Comala, ese punto geográfico en la selva mexicana donde habitarán los personajes de La última hora del último día (2007), La fiesta del oso (2009), Usos rudimentarios de la selva (2018) Los hijos del volcán (2022) o En el reino del toro sagrado (2024).

Escritor, ensayista, traductor, locutor, y muchas facetas más que conoceremos mañana con detalle en el encuentro que tendremos con él en nuestro 4 Lecturas 4 Continentes. Os dejamos esta entrevista para acercaros a su universo literario:

Entrevista en el Instituto Cervantes de Dublín

«La historia de Los rojos de ultramar empieza en España, sigue en Francia y cruza el mar para instalarse en la selva de Veracruz, en ese territorio literario, fundado encima de un territorio físico, que he visitado durante muchos años a lo largo de la escritura de mis novelas. También he escrito historias que suceden en otros lugares, en Dublín o en Barcelona, en la Ciudad de México o en los Estados Unidos del siglo XIX, pero siempre regreso a La portuguesa, porque soy de ahí y también porque es la única forma que tengo de preservar aquel territorio físico que ya no existe» (Jordi SOLER, «He venido a hablar de mi libro: Jordi Soler»).

Mañana sucederá también en Chicago, Estambul, Tetuán y Bruselas, y en esos otros lugares reales o imaginarios que habitan las lectoras y lectores de nuestro 4L/4C. ¡No os lo perdáis!

Argèles-sur-Mer: la playa del olvido

El 15 de octubre de 2025 en 4 Lecturas 4 Continentes por | Sin comentarios

Lo primero que hizo al levantarse fue quedarse boquiabierto, la playa de Argelès-sur-Mer era mucho más grande de lo que había calculado y había cuerpos tirados y personas deambulando hasta donde alcanzaba la vista. […] La población de la playa era un muestrario de las fuerzas de la república, había soldados, carabineros, guardias de asalto, artilleros, mossos d’esquadra, escoltas presidenciales, marinos, aviadores, cerca de cien mil personas que nos habíamos quedado, de un día para otro, sin país, dice Arcadi en las cintas de La Portuguesa. (Los rojos de ultramar)

Combatientes internados en el campo, lavando sus ropas en el mar.

Jordi Soler se introduce en la cabeza de su abuelo Francesc (Arcadi, en la novela) para describir con detalle los acontecimientos que éste le fue relatando y la descripción fidedigna de aquello que ocurrió en el campo de concentración de Argèles-sur-Mer: “Para los refugiados españoles en Francia había dos tipos de campos: centros de alojamiento para la población civil y campos de internamiento para los militares y personas “peligrosas”. Los centros de alojamiento tenían un aspecto más humano (aunque las condiciones de vida allí tampoco eran buenas) comparado con las condiciones en que tuvieron que vivir los milicianos en los campos de concentración.” (KORHONEN, Ella, La Guerra Civil y el Franquismo en la novela española actual. Curso de literatura española contemporánea, blog, 26 de noviembre de 2017).

En la novela de Jordi Soler, Los rojos de ultramar, el protagonista, Arcadi, también acaba en un campo de concentración. El narrador une ficción y realidad para describir con verosimilitud las peripecias de Arcadi y de otros personajes, en el marco de una historia verdadera, la contenida en las 120 páginas de las memorias que Francesc entregó a su nieto.

 Arcadi lucha con el bando republicano en Barcelona, pero en febrero de 1939 la amenaza de las tropas de Franco le obliga huir a Francia con el fin de buscar posteriormente refugio en México. Confiando en que las autoridades francesas están a su lado, él deja que le trasladen a Argelès-sur-Mer donde descubre la horrorosa realidad de los campos de concentración.  

“El primer campo creado para los milicianos republicanos españoles fue Argelès-sur-Mer en 1 de febrero 1939, en que también acabó Arcadi. Ya un mes después de la apertura del campo de concentración de Argelès, su población constaba de 77 000 internados. Las condiciones en que tenían que vivir eran inhumanos. No tenían nada, solo guardias y alambradas para vigilar a ellos, para evitar que se escapasen.” (Korhonen)

Campos de internamiento de refugiados españoles en la zona meridional de Francia.

Arcadi pasaría más de un año en esa playa de Argelès antes de que Luis Rodríguez, el embajador mexicano en Francia, logrará sacarlo de allí al igual que a otros republicanos españoles que recibieron el apoyo expreso del presidente de México, Lázaro Cárdenas.

El siguiente reportaje es una ilustración gráfica de lo que nuestra imaginación está viviendo en esa terrible playa francesa que nos dibuja Soler en Los rojos de ultramar. Está en catalán (se pueden encontrar versiones con subtítulos en español), pero las imágenes reflejan tan bien el eco de la historia de Arcadi que se traspasan todas las fronteras idiomáticas:

“Desde que trabajaba en la recolección de datos sobre su vida en Argèles-sur-Mer, comencé a pensar que su idea de que la guerra la había peleado otro, que otro había sido el republicano y el artillero, era un asunto serio” (Los rojos de ultramar).

¿Qué guerra pensáis, lectores, que había peleado Arcadi?

¡¿Viva México?!

El 12 de octubre de 2025 en 4 Lecturas 4 Continentes por | Sin comentarios

Los habitantes de La Portuguesa no eran muchos y además eran todos adultos, sus hijos habían emigrado a Puebla, a Monterrey o a la Ciudad de México y allá habían nacido sus nietos. Vivíamos una vida mexicana y sin embargo hablábamos en catalán y comíamos fuet, butifarra, mongetes y panellets, y los 15 de septiembre, el día de la independencia, permanecíamos encerrados en casa porque los mexicanos de Galatea y sus alrededores tenían la costumbre de celebrar esa fiesta moliendo a palos a los españoles. (Los rojos de ultramar)

Manuel ÁLVAREZ BRAVO, Coronada de palma, Chachalacas, Veracruz), 1936.

A pesar de que la novela es un alegato a la memoria, y esta podría entenderse únicamente como nostalgia, las únicas referencias al pasado como añoranza se dan en la utilización de la lengua, el recuerdo gastronómico, y las sesiones dominicales de diapositivas de las Ramblas.

Los exiliados siempre piensan que están en el país de asilo temporalmente. Sin embargo, Arcadi se va dando cuenta poco a poco de que lo que ha conseguido en México es una garantía de futuro y quizá lo que lamenta es que ese futuro le ha sido impuesto. Por eso afirma Rosario Colchero Dorado en su tesis “Recuperación del olvido en Los rojos de ultramar de Jordi Soler” (Universidad de Chapel Hill, 2008) que ante esa circunstancia de una vida más o menos impuesta la consecuencia es “la idea de participar en el complot para matar a Franco. Identificar a este personaje histórico como la razón por la que no han podido decidir acerca de su vida en España, y la idea de negarle cualquier opción a Franco, mediante un atentado contra su vida que está en manos de estos exiliados, supone un mínimo retazo de ese control perdido”.

La novela muestra este exilio mexicano de la familia de Arcadi como un relato de ida y vuelta, un intento de recuperar el futuro rindiendo cuentas con el pasado a través del complot contra Franco y, por otro lado, la conciencia de que su familia, de que las generaciones posteriores, son plenamente mexicanas y, por tanto, viven en su tierra y labran su propio futuro. Bien visto lo que le queda de España es la voz de su hermana que escucha al otro lado del teléfono una vez al año, una hermana a la que hace treinta años que ya no ve.

Si bien pudiéramos entender, como afirma Colchero, que hay un proceso de transculturización, la realidad es que, del lado de los exiliados, Arcadi se siente en México tan extraño como ese elefante que escapa del circo y se queda vagando por La Portuguesa. Los mexicanos, por su parte, siguen viendo a los españoles como los conquistadores, así la fiesta nacional -tal y como señalábamos- finaliza “moliendo a palos a los españoles”. Por mucho que los propietarios de la plantación quieran dar a sus empleados de unas condiciones igualitarias en un intento de expulsar aquello contra lo que lucharon como combatientes republicanos, la realidad es que las diferencias entre trabajadores nativos y patronos permanecen. No hay conflicto “siempre y cuando los morenos entiendan que los blancos mandan” (Los rojos de ultramar). Hay alambradas que se repiten, como la de la casa en la plantación que, en realidad, llama al recuerdo al lector de aquella que encerró a Arcadi en Francia.

Un elemento más que contribuye a esta separación irreconciliable es el privilegio de poseer una televisión. Mientras la familia se sienta delante del televisor a divertirse con “la magia” de Uri Geller, fuera de la casa se agolpa la gente intentando verla por la ventana.

Incluso cuando intentan que Lauro y su madre dejen de ser criados y tengan una vida igual a las suyas fracasan porque hay algo en el destino de los nativos, de “los morenos”, que no ha cambiado con el paso de las generaciones y que permanece como un signo de una desigualdad atávica. “Soler nos introduce los temas que han sido claves en la descripción de América desde las primeras crónicas de Colón, la naturaleza, el hombre y la hipérbole” (Colchero). Será Rodríguez, el representante del gobierno mexicano en Francia, quien le anticipe a Arcadi lo que se va a encontrar: “el fatalismo histórico, la imposibilidad de superar un tiempo cíclico y el determinismo que parece ser la historia de México en particular y de América Latina en general.” (Colchero).

Pero Arcadi ya está pensando que “su guerra fue la guerra de otro”: ya no es el mismo joven que tuvo que huir derrotado para salvar su vida y la de los suyos. Ahora es un empresario de éxito. Ya tiene un nieto en tierras mexicanas, la idea de matar a Franco parece incompatible con su nuevo futuro. A pesar de esta racionalización, hay elementos que constantemente juegan en la novela como metáfora y recuerdo de ese pasado que sigue muy presente en la vida de Arcadi: el brazo que pierde en un accidente (no adelantaremos cuál) nos recuerda “el exilio republicano [que fue] extirpado de la historia oficial de España” (Los rojos de ultramar); la prótesis del brazo que hay que limpiar para que no entre ningún bicho: “la imagen de blanquear, con polvos de talco lo que pudiera llamar la atención por su ausencia (es decir, el medio millón de personas que abandonaron el país)” (Colchero).

En la misma línea se manifiesta la enumeración de insectos que asolan a la familia. Si no estamos muy familiarizados con esta fauna, nos perderemos a partir del primer nombre “polillas, mayates, cigarrones, catarinas y campamochas”. Estamos ante un narrador mexicano y ante un relato que como las crónicas antiguas hablan de la exuberancia de la naturaleza. Es un espacio mexicano construido con la mirada europea, aunque transformado por los elementos autóctonos.

En La Portuguesa los lectores acabamos participando del distanciamiento, de la contradicción, del llanto de Arcadi, aquel que reconoce “que su guerra había sido la guerra de otro”, un desconsuelo “manso, bajito, atroz”. ¿Lo compartís?

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