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Blog del Instituto Cervantes de Estambul

Biblioteca Álvaro Mutis

La Barcelona de los años 50

Además de un thriller filológico, Don de lenguas es una excelente radiografía de la Barcelona de los 50 en la que Rosa Ribas nos enfrenta a las grandezas y miserias de un país que lucha contra el hambre y la ignorancia, en un clima de miedo, violencia y corrupción.

En 1952, el año en que Ana Martí resuelve el asesinato de Mariona Sobrerroca, apenas hace cuatro años que ha acabado el estado de guerra, prolongado por el general Franco hasta abril de 1948. Todavía están frescas las heridas de la contienda, en la que muchos han perdido a sus seres queridos que han muerto o se han visto obligados al exilio, y los tribunales siguen firmando penas de muerte contra militares y civiles que durante la guerra se mantuvieron fieles a la República. Aún hay maquis, los últimos guerrilleros antifranquistas que resisten en las zonas montañosas, y republicanos perseguidos por el Régimen que no pudieron huir y se esconden en habitaciones secretas de sus casas. Otros, con más suerte, consiguieron salir vivos de la cárcel pero fueron expedientados y se les impidió trabajar en los puestos relacionados con la función pública, especialmente a maestros y profesores, que se vieron forzados a mal vender sus pertenencias en las casas de empeño, como Beatriz, o a trabajar de lo que podían para dar de comer a sus familias, como el padre de Ana, al que le costó dejar su trabajo como periodista en la Vanguardia a cambio de un empleo vendiendo judías y garbanzos.

Grafiti rememorando a los maquis españoles

Desde el final de la guerra civil el país ha estado cerrado al mundo y no tiene recursos suficientes para dar de comer a su población, que ha vuelto a niveles de miseria superados desde hacía más de un siglo. Para intentar controlar la situación, el gobierno pone en marcha las cartillas de racionamiento y con ellas  el estraperlo,  el mercado negro, controlado por los propios funcionarios del Régimen, en el que se pueden encontrar todos los alimentos de primera necesidad a un precio mucho más alto que el oficial. La imagen de Ana saboreando una taza desbordante de café con leche inundado de azúcar, o la de la empleada de correos con la línea de una media inexistente pintada en la pantorrilla, nos dan una idea de las penurias por las que pasan los ciudadanos de a pie en la Barcelona de los 50.

Más trágica es la situación de los marginados y los emigrantes ilegales que llegan en avalanchas desde las zonas rurales de toda España y se instalan en la periferia de la ciudad, donde levantan barracones y chabolas ilegales en los que guarecerse del frío. La mayoría son peones del campo, analfabetos, que encuentran en la mendicidad, la prostitución y el robo la única vía para sobrevivir. Algunas mujeres intentan escapar de la miseria empleándose como sirvientas a cambio de un techo y un plato de comida, como Encarni, la criada de Beatriz. Muchas de ellas, después de  sufrir el abuso de sus amos y quedar embarazadas, son desposeídas de sus hijos, que se donan a familias afectas al Régimen, y acababan en el Patronato de Protección a la Mujer, una institución encargada de encerrar en centros de monjas a las jóvenes que han caído en la «ruina moral». Mercedes, la joven prostituta que ayuda a Abel y lo esconde en su casa, se alegra de no haber acabado en uno de estos centros de internamiento y haber podido salvar a su hijo enviándolo al pueblo con los abuelos.

En la Barcelona de los 50, como en el resto del país, la mujer es mal aceptada fuera del ámbito doméstico. El ideal de la nueva mujer española es el de la esposa sumisa, que se contenta con lo que tiene, pulcra y esmerada, que acepta la voluntad de su marido y asume la violencia doméstica. Las mujeres  que fuman, que conducen, que trabajan o que tienen aspiraciones intelectuales están expuestas al acoso callejero de los piropos soeces y al desprecio de los hombres que, como el inspector Castro, rechazan a las mujeres «más altas que él», que se levantan para saludar y dan la mano con fuerza, «como los hombres».

Edificio de la antigua Dirección General de Seguridad de Barcelona,
en Vía Layetana

Aunque la represión franquista en la posguerra fue un proceso de violencia económica, política y cultural que afectó a todo el país, la violencia física contra los que desafían al Régimen y sus leyes es el elemento central de la dictadura.  Esta represión no sólo pretende castigar a los presuntos culpables, sino aterrorizar a la población recurriendo a la tortura de forma sistemática en cárceles, campos de concentración y comisarías.  En las sedes de la Dirección General de Seguridad, como la que Ana frecuenta en sus visitas al inspector Castro, la policía actúa impunemente con la complicidad de los jueces, que procesan por desobediencia a los detenidos que se atreven a denunciarlo. Uno de los cuerpos de policía más poderosos y sanguinarios en esa época es la Brigada de Investigación Social, a la que pertenece Goyanes en la novela, la policía política del Régimen, creada en 1941 con el asesoramiento de la Gestapo y más tarde del FBI y la CIA.

Pero la década de los 50 son también los años de las primeras negociaciones con estados Unidos para la instalación de sus bases en territorio español  a cambio de la ayuda económica y militar. De esta forma, España queda incorporada al sistema de defensa occidental y consigue integrarse en la ONU como miembro de pleno derecho, lo que supone el fin del aislamiento franquista. El turismo es el segundo pilar sobre el que se sustenta la apertura de España al exterior. Como pronostica Bernardo, el primo de Beatriz, a lo largo de la década de los 50 media Europa viene a tostarse a las playas españolas y España se convierte en un lugar exótico y novedoso, que atrae a figuras de la importancia de Ava Gardner, la estrella de Hollywood que aterriza en el aeropuerto de Barcelona dispuesta a descubrir por qué España es «beautiful and different», como afirma el eslogan del recién creado Ministerio de Información y Turismo.

Como vemos, la novela de Rosa Ribas está llena de alusiones, directas e indirectas, a la realidad cruel de esos años, pero también las hay a una cotidianidad entrañable y cercana que la humanizan. En sus páginas encontramos continuamente olores, sabores y hasta sonidos que están todavía en el inconsciente colectivo de los que vivimos una Barcelona no muy lejana a la de Ana Martí: los paquetes de cigarrillos sin filtro de Celtas y Bisonte, la Sal de Frutas Eno para la indigestión, los tebeos de Roberto Alcázar y Pedrín, el termómetro de la óptica Cottet, la nata con nueces de la Granja Dulcinea, las pastillas de jabón Lagarto para la ropa y Heno de Pravia para el baño semanal, el cenicero de Cinzano en las barras de los bares y en las mesitas de noche, los almacenes Jorba, las atracciones del Apolo en el Paralelo, el café Zurich y el emblemático Bar Pastís, un diminuto local en el que Edith Piaff todavía canta a «la vie en rose» desde hace más de 70 años. Afortunadamente, no todo era oscuro en la Barcelona de los 50.

En toda novela negra hace falta un buen cadáver

“Allí estaba Mariona. Blanca, rubia, carnosa y muerta”. Así comienza Don de lenguas. Mariona es Mariona Sobrerroca, una conocida viuda de la alta burguesía barcelonesa, y el cuerpo ha aparecido sin vida en su apartamento. Como dicen los expertos en novela negra, “la muerte es lo primero”.

No os asustéis lectores, no vamos a desvelar nada (“hacer spoiler”, para los anglófilos), pero seguro que la lectura os atrapó desde esa primera línea, diríamos mejor desde esa primera página donde las autoras sitúan ya un claro sospechoso en el lugar del “presunto” crimen: Abel Mendoza. ¿Qué hace allí, en la habitación de Mariona, removiendo libros, papeles y cajones?

Si no son suficientes las evidencias, una perífrasis verbal, ‘salió huyendo’, y un sustantivo, ‘ganzúa’, al final de la página, corroboran que estamos ante una novela de género. La propia Biblioteca Nacional de España en su guía de la novela policíaca lo afirma: “[…] es un género narrativo en donde la trama consiste generalmente en la resolución de un misterio de tipo criminal.”.

Si nadie lo evita, tenemos Caso, o como decía Sherlock Holmes, “The game is affot”.

¿Por qué murió Mariona Sobrerroca? ¿Pensáis que estamos ante un verdadero crimen? ¿Creéis que hay indicios suficientes para sospechar de Abel Mendoza?

¿Os gusta la novela negra? ¿Sois habituales del género? Acompañadnos en la aventura y poned vuestros comentarios

 “ Sanvisens […] la miró [a Ana Martí] y le dijo:

– ¿No es eso lo que siempre has querido? Pues es tu oportunidad. Aprovéchala.”

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