La llegada de los primeros sefardíes, con sus contactos comerciales allende de los mares, dieron a muchos una cierta influencia en el campo económico: había cambistas, vendedores de textiles de lujo, funcionarios de cecas y de aduanas…etc. Sin embargo, donde despuntaron durante más tiempo fue en el servicio médico del sultán (en cuyo equipo llegó a haber 41 doctores judíos frente a 21 musulmanes); lo que les daba una relevancia pública y determinados privilegios como el de montar a caballo o no pagar impuestos.
Ya en el siglo XVII sabemos que un 70% de los sefardíes se ganaban la vida como pequeños tenderos, incrementando sus modestos beneficios ofreciendo sus trastiendas para citas amorosas. La llegada de comerciantes europeos a Estambul y a Egipto (donde muchos sefardíes emigraban por trabajo) en el siglo XIX les ofreció nuevas oportunidades como agentes de compañías de seguros y de bancos, así como traductores y artesanos.
Para la mayor parte de sefardíes la entrada a la modernidad no fue un camino de rosas, dedicándose muchos en el distrito europeo de Pera a la prostitución, y otros a engatusar a los compradores extranjeros: se conoce que a los sorprendidos españoles se los ganaban con refranes en ladino, cantares medievales y asegurando que viejas llaves pertenecían a sus casas en la península ibérica.
En cuanto al oficio de las armas, los judíos habían sido excluidos del sistema de selección jenízaro de reclutas, sin embargo, de vez en cuando eran llamados a integrar una milicia y, para cuando el sistema militar se regularizó a comienzos del XX, con la excepción de algunos oficiales, buena parte de los sefardíes fueron dedicados a los trabajos pesados.
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