«Cierro los ojos y recito dentro de mi cabeza nombres de escritores de la Revolución Mexicana. Martín Luis Guzmán. José Rubén Romero. Le digo ajá de vez en cuando al celular. Respiro hondo. José Mancisidor. Mariano Azuela. Francisco L. Urquizo. No dejo de temblar. Me concentro en que la comezón disminuya, como si en verdad creyera en el poder de la mente sobre el cuerpo, como si no supiera que ese poder existe, pero solo al revés. Rafael F. Muñoz. Debería inscribirme al yoga. ¿Qué será de la F. de Rafael Muñoz? ¿Fernando? ¿Francisco? ¿Y la L. de Francisco Urquizo? ¿Luis?»
(No voy a pedirle a nadie que me crea)
Es curiosa como esta retahíla de nombres tiene un efecto apaciguador en el ánimo del personaje de Juan Pablo Villalobos tras una tensa conversación telefónica. En una novela tan literaria todas las referencias a libros, escritores, corrientes o movimientos juegan un papel importante, casi simbólico. Hay un subtexto que, además de ayudarnos a progresar en la ficción, permite al autor posicionarse teóricamente dentro de su gremio con continuas referencias a la literatura mexicana y latinoamericana: Facundo, el personaje argentino que comparte piso con Juan Pablo, tiene una ex esposa que lee con tal entusiasmo a Alejandra Pizarnik que incluso su hija de seis años, también llamada Alejandra, cita con regularidad versos de la escritora. Valentina no ahorra referencias cuando habla con el okupa italiano Jimmy: Pitol, Monsiváis, Monterroso, Ibargüengoitia.
La novela de Juan Pablo Villalobos parece situarse en una tradición literaria anterior, en la de la Revolución mexicana. Algunos críticos afirman que “surgiendo al mismo tiempo que la violencia de la Revolución mexicana se transformó y continuó en la del narcotráfico”. El tratamiento paródico de este género en el interior de la propia novela permite a Villalobos sustentar su postura, proteger su planteamiento y demostrar que tras de sí, por mucho que arriesgue, hay un profundo conocimiento de cuáles son sus orígenes y cómo han influido en su trabajo.
Además de la literatura de la Revolución, No voy a pedirle… dialoga con la literatura latinoamericana del realismo mágico. De algún modo, en ambos lados de la mesa lo que se pone en cuestión es la verosimilitud: “A pesar de que García Márquez solía estirar más de la cuenta el umbral de lo creíble, lograba asegurar la verosimilitud a través del tono de sus narradores y la reacción de sus personajes ya que unos y otros naturalizaban con gran espontaneidad los prodigios más increíbles. No voy a pedirle a nadie que me crea no incluye ningún prodigio pero pone a prueba la suspensión de incredulidad por parte del lector mediante la acumulación de situaciones improbables.” (Kristine Vanden Berghe, Université de Liège: “Auto, meta, narco, post, trans. El recetario (¿de los abuelos, para los nietos?) de Juan Pablo Villalobos en No voy a pedirle a nadie que me crea”).
Os dejamos aquí un pequeño vídeo que nos introduce sobre los matices y variantes del realismo en la literatura latinoamericana:
“Si alguien leyera estas páginas no me creería, diría lo contrario de la frase de Lacan, que la ficción usa la estructura de la verdad (especialmente en la literatura íntima). Pero como de todas maneras nadie las va a leer, no me importa que nadie crea que esto es un diario: no voy a pedirle a nadie que me crea” (No voy a pedirle a nadie que me crea).
Los propios personajes contribuyen en su anunciada poca credibilidad a que los acontecimientos, por disparatados y fantasiosos que parezcan, sean verosímiles, con lo que, de alguna manera, nos proporciona una visión retroactiva del realismo mágico.
Escuchemos para cerrar esta reflexión al mayor representante de este movimiento, el escritor colombiano Gabriel García Márquez:
Para cerrar el círculo de la rememoranza de la literatura latinoamericana citemos la literatura del boom con uno de sus mejores representantes, Julio Cortázar, quien en este fragmento de la maravillosa entrevista del programa “A fondo” de RTVE define con claridad el origen y las implicaciones de este movimiento en el vínculo cultural entre España y Latinoamérica .
Estamos ante una novela que logra aglutinar, en definitiva, “algunas de las tendencias, formas y temas dominantes en la literatura latinoamericana del pasado más reciente. Determinar cómo la novela evalúa estas tendencias depende de la lectura que se haga de ella y de los elementos que se privilegien”. (Kristine Vanden Berghe),
Y vosotros, ¿qué aspectos de la novela estáis privilegiando? ¿Qué es lo que más os está gustando?
“No quiero discutir otra vez por qué acepté una beca de la Fundación Katz para ir a estudiar en los Estados Unidos. La acepté y ya. No me importa que los Estados Unidos sean un país en donde existe la explotación del hombre por el hombre, ni tampoco que la Fundación Katz sea el ardid de un capitalista (Katz) para eludir impuestos. Solicité la beca, y cuando me la concedieron la acepté; y es más, Sarita también la solicitó y también la aceptó. ¿Y qué?”
(La ley de Herodes, de Jorge Ibargüengoitia)
Entre las tendencias literarias actuales no hay ninguna que triunfe y tenga más seguidores que la autoficción. Disfrazada de autobiografía, relato íntimo, memorias, diario, confesiones, o cualquier otro tipo de forma con la que queramos camuflarla, la autoficción es la apuesta segura de los escritores contemporáneos.
“A partir de los años 70 del pasado siglo se produjo una extraordinaria expansión de la literatura autobiográfica en todas las literaturas occidentales, desarrollo que casaba bien con los designios de una sociedad guiada por el predominio y el prestigio de lo individual.” (Manuel ALBERCA, El pacto ambiguo. De la novela autobiográfica a la autoficción).
A lo mejor, Ibargüengoitia, con el humor que le caracteriza y un posicionamiento literario como el que demuestra en La ley de Herodes, hubiera dicho que con esta tendencia nos “metieron el dedo. Dos dedos” o sea, que nos habían “doblegado ante el imperialismo” de la ficción “capitalista”. Resistir para el autor de Guanajuato era pensar en Sarita, personaje de este maravilloso relato, La ley de Herodes, donde se desvela su hazaña y su traición.
Por momentos parece que No voy a pedirle… rinda homenaje o dialogue con este cuento, sobre todo en el doble juego narrativo entre la primera persona del escritor Juan Pablo Villalobos intentando reflexionar sobre el humor en la novela latinoamericana y Vale(ntina), con su diario de resistencia. Por un lado, el autor sometiéndose al autoridículo, riéndose de sí mismo como parte del juego (su dermatitis, sus ronchas por todo el cuerpo, será la comidilla de todo aquel que pase por su vida a lo largo de la novela; su “este” -palabra que repite para todo- como dejadez no sólo en su forma de hablar sino también en su comportamiento); por otro, su novia, en esa labor de aguante, de oposición desde la propia autoficción, pero esta vez con una 3ª persona retratada en un diario: “Estoy segura de que no hay nada más falso que el hecho de que una persona que se ha pasado los últimos años estudiando diarios, memorias, autobiografías y todo tipo de escritura íntima se ponga a escribir un diario.” (No voy a pedirle a nadie que me crea).
El lector y la autoficción
En el trayecto que va de la biografía a la autoficción o, lo que es lo mismo, en el confuso camino que va de lo verdadero a lo verosímil se sitúa el lector:
“Esto pone a tambalear al lector para decidir cómo leer el texto que se le presenta, si como una ficción que no se corresponde con lo que existe en el mundo real o una autobiofrafía donde lo que se cuenta debe ser leído al pie de la letra, es decir, el pacto ficcional o el pacto autobiográfico.” (MUÑOZ ORTIZ, Antonio Miguel, Tesis «La autoficción como recurso para el humor en No voy a pedirle a nadie que me crea de Juan Pablo Villalobos»).
Teóricos como Cynthia Olguín Díaz, en una búsqueda por explicar el fenómeno y calmar la zozobra del lector, afirman que estamos ante un proceso de autoconocimiento del propio autor: “le permite a éste [al lector] concebir que si bien el texto que lee es autorreferencial, el relato de su vida [la del escritor] se articula mediante la autoficción, por lo que su intención ya no es simplemente representar al yo del escritor como sujeto real sino, sobre todo, como escritor y el modo en que reflexiona y cuestiona su identidad sobre la escritura. (Entre el diván y el espejo: la autonarración confesional y especular en El cuerpo que nací de Guadalupe Nettel y Canción de Tumba de Julián Herbert, 2018).
Aunque sólo sea para no naufragar en este tipo de textos, los expertos literarios afirman que lo importante es que se respete el pacto de lectura y que se distinga claramente que no estamos ante un relato en primera persona y sí ante un texto autobiográfico. En el caso del libro de Villalobos, podríamos asegurar siguiendo a diferentes críticos que estamos en el campo de la autoficción por la aparición de los siguientes elementos:
El objetivo de esta escritura autoficcional
“Villalobos emplea los mismos recursos formales que busca criticar para parodiar la formas en que este tipo de textos se construye y cómo han sido leídos.” (Tesis citada de Antonio Miguel Muñoz Ortiz).
El objetivo de Villalobos no es tanto que el lector problematice los alcances de la ficción o la metaficción sino que el humor sea el hilo transmisor y conductor de la novela en todos y cada uno de sus múltiples frentes: parodiando a profesores y críticos de la literatura (cuando Juan Pablo quiere cambiar de directora de tesis, ella le pregunta: “¿En quién has pensado para sustituirme?”, como si fuera la protagonista despechada de una ranchera); riéndose y caricaturizando la presencia de la violencia y del narcotráfico (hay una poderosa organización criminal mexicana que coacciona al escritor en su viaje a Cataluña para lavar dinero y que intente ligar con la hija lesbiana de un político catalán); ironizando sobre los tópicos de nacionalidad (“el chino”, “el pakistaní”, “el italiano”) o criticando y denunciando los nacionalismos rancios (sobre todo los mexicanos y los catalanes): “como la mayor parte de sus congéneres mexicanos, con respecto a su país Villalobos practica un humor bastante benevolente que, más bien que sugerir la crítica, termina una vez más por provocar la risa. Esta lectura concuerda con lo que el autor ha dicho en numerosas entrevistas, también y sobre todo respecto a Cataluña, insistiendo en que se siente catalán y que espera que sus compatriotas no tomen a mal que se burle de ellos.” («Auto, meta, narco, post, trans. El recetario (¿de los abuelos, para los nietos?) de Juan Pablo Villalobos en No voy a pedirle a nadie que me crea«, artículo de Kristine Vanden Berghe, Universidad de Liège).
Para concluir, podemos afirmar que en el caso de la novela de Villalobos, en contra de lo que diría Barthes, el autor no desaparece para que nazca el lector, sino que autor y lector dialogan a través del juego narrativo que plantea el primero. Sin embargo, este juego hay que tomárselo muy en serio:
“En la novela de Villalobos este recurso de autofiguración es una herramienta con la que pretende burlarse de la condición de escritor al mismo tiempo que parodia, mediante sus mismos recursos, un discurso que ha venido popularizándose de manera incansable desde hace ya varias décadas y que la crítica, al igual que muchos autores, comienzan a rechazar por su aparición constante y pocas variables.” (Tesis de Antonio Miguel Muñoz Ortiz).
En los cuatro primeros minutos de esta entrevista Villalobos reflexiona sobre la creación literaria:
“[…] asegurar enfáticamente que todo lo que voy a escribir es verdad. Todo. En plan Rousseau. La promesa de veracidad. El pacto autobiográfico. Como si alguien, de todas maneras, me fuera a creer. No voy a pedirle a nadie que me crea.” (del diario de Valentina en No voy a pedirle…)
Lectoras/es, ¿no es esto la ficción?
“Una broma que encubre algo muy serio.”
(Los detectives salvajes, Roberto Bolaño)
“Mi primo me llamó por teléfono y dijo: Te quiero presentar a mis socios. Quedamos de vernos el sábado a las cinco y media en plaza México, afuera de los cines. Llegué, eran tres, más mi primo. Todos con una pelusilla oscura encima de los labios (teníamos dieciséis, diecisiete años), la cara llena de espinillas que supuraban un líquido viscoso amarillento, cuatro narices enormes (cada quien la suya), hacían la prepa con los jesuitas. Nos estrechamos la mano. Me preguntan de dónde soy, dando por hecho que no soy de Guadalajara, quizá porque al estrecharles la mano levanté el dedo pulgar hacia el cielo. Digo que de Lagos, que viví ahí hasta los doce años. No saben dónde queda eso. Explico que en Los Altos, a tres horas en coche. Mi primo dice que de ahí es la familia de su papá y que su papá y el mío son hermanos. Ah, dicen. Somos güeros de Los Altos, especifica mi primo, como si fuéramos una subespecie de la raza mexicana, Güerus altensis, y sus socios se miran entre sí, unos a otros, con un brillito socarrón en sus miradas de clase media alta tapatía, o clase alta baja, o incluso aristocracia venida a menos.”
(No voy a pedirle a nadie que me crea, Juan Pablo Villalobos)
No hay nada más serio que el humor. Ya se dice en Los detectives salvajes que “el poema (de Tinajero) es una broma que encubre algo muy serio”. ¿Cuál es, entonces, el misterio? Con la misma ligereza con la que los muchachos de los detectives responden a esa misma pregunta, nosotros podríamos homenajear a Bolaño y confirmar que en No voy a pedirle a nadie que me crea “no hay misterio, Amadeo”.
En fin, en la novela sí que hay algo que se esconde. Es el propio Juan Pablo Villalobos, convertido en personaje: un escritor mexicano, homónimo, que se traslada de México a Barcelona para hacer un doctorado sobre los límites del humor en la literatura latinoamericana del siglo XX. Su tesina había versado sobre otro escritor mexicano, Jorge Ibargüengoitia, que, paradójicamente, se opone a la autoficción a través del humor. “Desde Jorge Ibargüengoitia no teníamos en México un narrador que manejara con esa destreza los mecanismos del humor, sobre todo del humor paródico. “ (Fernando GARCÍA RAMÍREZ, “El malvado realismo cínico”, Letras libres, 16 de febrero de 2017).
Seguro que ya estáis inmersos en los primeros capítulos del libro, en ese inicio a lo Pulp fiction que nos deja esa profunda reflexión sobre el humor, esa escena que no sé por qué recuerda a esta otra de la película de Tarantino:
“¿Y si yo soy el que cuenta el chiste?” (No voy a pedirle a nadie que me crea)
Pero que el lector no tema nada. No hay misterio. En esta pequeña entrevista, el autor nos adelanta qué vamos a encontrar en el libro y deja claro que no va a pedirle a nadie que se ría:
A pesar de todo reírse va a ser inevitable en esta lectura. Escribidnos porque este blog depende de vosotros, es decir, de quien cuente el chiste.
Empezamos la segunda lectura del club de lectura virtual 4 Lecturas, 4 Continentes, organizado desde las bibliotecas del Instituto Cervantes de Bruselas, Estambul, Tetuán y Chicago. En este año 2023 consta de nuevo de cuatro títulos destinados a amenizar los tiempos que corren con Amor y humor. En esta ocasión caemos del lado del humor con No voy a pedirle a nadie que me crea de Juan Pablo Villalobos.
Es No voy a pedirle a nadie que me crea una novela variopinta y con una grandísima carga de humor, donde transitan diversos y excéntricos personajes, desde mafiosos peligrosísimos –el licenciado, el Chucky o el chino–, una novia que se llama Valentina, lectora de Los detectives salvajes, y que está al borde de la indigencia; Laia, cuyo padre es un político corrupto de un partido nacionalista de derechas; un okupa italiano que se ha quedado sin perro; un pakistaní que simula vender cerveza para no levantar sospechas, una perra que se llama Viridiana; una niña que recita versos de Alejandra Pizarnik, y hasta la propia madre del protagonista, trágica, abusadora y fanfarrona. Personajes entrañables y excéntricos a los que le suceden cosas extrañas y divertidísimas. Los distintos personajes de esta historia nos advierten con frecuencia: No voy a pedirle a nadie que me crea, pues todo lo normal y corriente acaba convirtiéndose, sin que se sepa cómo, en surrealista y raro, incitando al delirio y a la risa, como la vida misma.
Juan Pablo Villalobos nació en México en 1973 y vive en Barcelona desde 2003. En Anagrama ha publicado todas sus novelas, traducidas en más de quince países, algunas destacadas: Fiesta en la madriguera, Si viviéramos en un lugar normal, Yo tuve un sueño o La invasión del pueblo del espíritu, así como su más reciente novela, de 2022, Peluquería y letras. Ha investigado temas tan heterogéneos como la ergonomía de los retretes, los efectos secundarios de los fármacos contra la disfunción eréctil o la excentricidad en la literatura latinoamericana de la primera mitad del siglo XX. Destaca por deslumbrar al lector con un humor inteligente, por su perspicacia como observador, y por su capacidad para descubrir lo extraño en lo cotidiano. Arranca la carcajada sin mover un músculo, y esta característica le ha convertido en un autor imprescindible. En sus novelas nos habla de la realidad y de la ficción, o sea de la importancia de la literatura en nuestras vidas, y del papel fundamental del humor.
El debate sobre No voy a pedirle a nadie que me crea se lleva a cabo del 20 de mayo al 9 de junio en este mismo blog, esperamos vuestros comentarios y opiniones tal como vayáis avanzando en la lectura. El sábado 10 de junio tendrá lugar el encuentro con Juan Pablo Villalobos en la plataforma Zoom, con la moderación de Ángel Hernando. Una oportunidad única para dialogar con el escritor y poder comentar detalles de la novela y de su trayectoria literaria.
El sábado 18 de marzo celebramos el primer club de lectura del programa «4 Lecturas 4 Continentes» de 2023, tercera edición que dedicamos este año a obras de amor y humor para afrontar los tiempos que corren. El autor programado, Alexis Ravelo, nos dejó hace casi dos meses, el 30 de enero, de forma inesperada, sin darnos tiempo de poder celebrar con él esta sesión dedicada a una de sus obras más conocidas, Los milagros prohibidos, y disfrutar de la luz y la alegría que todos los que le conocieron aseguran que desprendía. Inauguró el club de lectura Ana Vázquez, directora del Instituto Cervantes de Bruselas recordando el paso del autor por Bruselas a finales de 2022, y esos abrazos que regalaba, y que eran bien conocidos allende los mares.
Y aunque no pudimos contar con él, pudimos contar con dos grandes amigos y expertos en su obra literaria: José Luis Correa, profesor de didáctica de la lengua y literatura de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, que tiene un largo recorrido con Alexis Ravelo, y un detective de cabecera en sus novelas: Ricardo Blanco. Y por otro lado, Antonio Becerra, un gran amigo de Alexis, y también profesor en la universidad de Las Palmas, doctor en literatura y teoría literaria, además de guionista, documentalista y editor.
Con esta gran compañía y rodeados de lectores fuimos descubriendo a Alexis Ravelo, el escritor autodidacta al que se le conocía en los primeros tiempos como el escritor del Cuasquías, así solicitaban sus primeros lectores sus libros en tiendas y bibliotecas, el libro del camarero del Cuasquías, el eterno bar en el que trabajaba y desde el que comentaba sus lecturas con todos los que querían discutir sobre literatura. Sus principios fueron caóticos como escritor, al igual que lo era como lector, leía todo lo que le caía en las manos, que le caía de manos de su padre, vendedor de libros de puerta a puerta, lo que le permitió hacerse con muchas lecturas desde bien pequeño. Su padre también le inculcó el valor de hacer las cosas bien. Sus influencias literarias fueron también cuentos y relatos cortos, y el primer país que le fascinó fue Argentina, seguido de México, donde la novela negra es de un negro muy oscuro. Este bagaje, junto con la formación posterior en diferentes talleres de escritura, le fueron conformando, muy rápidamente, como el gran escritor en el que se ha convertido, con novelas de ritmo trepidante, de una cadencia sobrecogedora… y que hacen una delicia la lectura de todas y cada una de sus obras.
Ambos invitados estuvieron de acuerdo en afirmar que la obra literaria de Ravelo es una reflexión filosófica sobre la sociedad y el mal, por eso se encontraba tan cómodo en la novela negra, un género que le permitía el análisis y la denuncia para llegar a expresarse como él quería, en un negro muy negro, sin grises, y con mucha violencia, que él mismo había experimentado en diferentes experiencias vitales. Mientras tanto, escribía también su novela soñada, su novela seria, que salió a relucir a lo largo del debate porque finalmente la publicó: La otra vida de Ned Blackbird. Otra importante característica del autor que discutimos durante la tertulia fue el inmenso respeto que Alexis Ravelo tenía por el lector, todo lo hacía pensando en ellos, los lectores, en un diálogo continuo, eran lo más importante y el punto principal de sus novelas, y de sus intervenciones como crítico y agitador cultural. También respetaba a sus personajes, a los que trataba con mimo, especialmente a los más frágiles.
Muchos lectores admitieron desconocer ese episodio histórico tan excepcional retratado en la novela: la semana roja de La Palma, y destacaron la preciosidad e inmensa tristeza a la vez del libro que nos ocupaba esa tarde, un pesimismo respecto al ser humano implícito desde la primera página, donde sin embargo queda patente cómo son también las personas las únicas capaces de salvar de la iniquidad. Otro lector comentó los juegos narrativos de la mano del autor, un multinarrador, y otro el tratamiento de la maternidad en ese lugar y en esa ápoca concreta. Fueron varios lectores los que destacaron la horrible figura de Floro, el malo malísimo de nuestra novela al que Antonio Becerra comparó con un importante personaje de la literatura canaria, Doramas, del que se dice que mudó de lengua pero no de traje. Otros personajes fluctuaban en función de las propias dinámicas de la guerra, pero Floro no, es malo y el precursor de las desgracias que suceden. Para Alexis Ravelo contar esta historia, basada en un hecho histórico real, era un acto de redención, su aportación personal para no dejar en el olvido a todos los Floros de la historia, la manera de Alexis de dibujar y personalizar el mal.
Otro compañero canario, que también quiso estar presente en este homenaje, destacó de la novela la identificación que los canarios hacen de ella, los lugares, el habla, la forma de ser, esa manera tan mágica que tiene el escritor de hacer reconocer al lector la entonación y la prosodia en la lectura, propio de un buen conocedor de la cultura y literatura canaria como era Alexis Ravelo. Para este amigo canario, la verdadera seña de identidad del autor era la expresión, que consigue convertir lo local en universal. Y el ejemplo perfecto en la novela, Rosita, la madre de Floro. José Luis Correa destacó en este sentido, la socarronería canaria tan presente, efectivamente, en el autor, tanto en sus letras como en sus palabras.
Despedimos la sesión con recomendaciones de otras obras del camarero del Cuasquías, donde destacaron Los nombres prestados, La estrategia del pequinés o Un tío con una bolsa en la cabeza, además de la ya mencionada novela seria, La otra vida de Ned Blackbird. Te invitamos a seguir leyendo a Alexis Ravelo, porque una vez que lo conozcas, no vas a querer dejar de disfrutar de este gran personaje que era el autor, muy literario también, y conocido especialmente por sus impresionantes abrazos.
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