“No quiero discutir otra vez por qué acepté una beca de la Fundación Katz para ir a estudiar en los Estados Unidos. La acepté y ya. No me importa que los Estados Unidos sean un país en donde existe la explotación del hombre por el hombre, ni tampoco que la Fundación Katz sea el ardid de un capitalista (Katz) para eludir impuestos. Solicité la beca, y cuando me la concedieron la acepté; y es más, Sarita también la solicitó y también la aceptó. ¿Y qué?”
(La ley de Herodes, de Jorge Ibargüengoitia)
Entre las tendencias literarias actuales no hay ninguna que triunfe y tenga más seguidores que la autoficción. Disfrazada de autobiografía, relato íntimo, memorias, diario, confesiones, o cualquier otro tipo de forma con la que queramos camuflarla, la autoficción es la apuesta segura de los escritores contemporáneos.
“A partir de los años 70 del pasado siglo se produjo una extraordinaria expansión de la literatura autobiográfica en todas las literaturas occidentales, desarrollo que casaba bien con los designios de una sociedad guiada por el predominio y el prestigio de lo individual.” (Manuel ALBERCA, El pacto ambiguo. De la novela autobiográfica a la autoficción).
A lo mejor, Ibargüengoitia, con el humor que le caracteriza y un posicionamiento literario como el que demuestra en La ley de Herodes, hubiera dicho que con esta tendencia nos “metieron el dedo. Dos dedos” o sea, que nos habían “doblegado ante el imperialismo” de la ficción “capitalista”. Resistir para el autor de Guanajuato era pensar en Sarita, personaje de este maravilloso relato, La ley de Herodes, donde se desvela su hazaña y su traición.
Por momentos parece que No voy a pedirle… rinda homenaje o dialogue con este cuento, sobre todo en el doble juego narrativo entre la primera persona del escritor Juan Pablo Villalobos intentando reflexionar sobre el humor en la novela latinoamericana y Vale(ntina), con su diario de resistencia. Por un lado, el autor sometiéndose al autoridículo, riéndose de sí mismo como parte del juego (su dermatitis, sus ronchas por todo el cuerpo, será la comidilla de todo aquel que pase por su vida a lo largo de la novela; su “este” -palabra que repite para todo- como dejadez no sólo en su forma de hablar sino también en su comportamiento); por otro, su novia, en esa labor de aguante, de oposición desde la propia autoficción, pero esta vez con una 3ª persona retratada en un diario: “Estoy segura de que no hay nada más falso que el hecho de que una persona que se ha pasado los últimos años estudiando diarios, memorias, autobiografías y todo tipo de escritura íntima se ponga a escribir un diario.” (No voy a pedirle a nadie que me crea).
El lector y la autoficción
En el trayecto que va de la biografía a la autoficción o, lo que es lo mismo, en el confuso camino que va de lo verdadero a lo verosímil se sitúa el lector:
“Esto pone a tambalear al lector para decidir cómo leer el texto que se le presenta, si como una ficción que no se corresponde con lo que existe en el mundo real o una autobiofrafía donde lo que se cuenta debe ser leído al pie de la letra, es decir, el pacto ficcional o el pacto autobiográfico.” (MUÑOZ ORTIZ, Antonio Miguel, Tesis «La autoficción como recurso para el humor en No voy a pedirle a nadie que me crea de Juan Pablo Villalobos»).
Teóricos como Cynthia Olguín Díaz, en una búsqueda por explicar el fenómeno y calmar la zozobra del lector, afirman que estamos ante un proceso de autoconocimiento del propio autor: “le permite a éste [al lector] concebir que si bien el texto que lee es autorreferencial, el relato de su vida [la del escritor] se articula mediante la autoficción, por lo que su intención ya no es simplemente representar al yo del escritor como sujeto real sino, sobre todo, como escritor y el modo en que reflexiona y cuestiona su identidad sobre la escritura. (Entre el diván y el espejo: la autonarración confesional y especular en El cuerpo que nací de Guadalupe Nettel y Canción de Tumba de Julián Herbert, 2018).
Aunque sólo sea para no naufragar en este tipo de textos, los expertos literarios afirman que lo importante es que se respete el pacto de lectura y que se distinga claramente que no estamos ante un relato en primera persona y sí ante un texto autobiográfico. En el caso del libro de Villalobos, podríamos asegurar siguiendo a diferentes críticos que estamos en el campo de la autoficción por la aparición de los siguientes elementos:
El objetivo de esta escritura autoficcional
“Villalobos emplea los mismos recursos formales que busca criticar para parodiar la formas en que este tipo de textos se construye y cómo han sido leídos.” (Tesis citada de Antonio Miguel Muñoz Ortiz).
El objetivo de Villalobos no es tanto que el lector problematice los alcances de la ficción o la metaficción sino que el humor sea el hilo transmisor y conductor de la novela en todos y cada uno de sus múltiples frentes: parodiando a profesores y críticos de la literatura (cuando Juan Pablo quiere cambiar de directora de tesis, ella le pregunta: “¿En quién has pensado para sustituirme?”, como si fuera la protagonista despechada de una ranchera); riéndose y caricaturizando la presencia de la violencia y del narcotráfico (hay una poderosa organización criminal mexicana que coacciona al escritor en su viaje a Cataluña para lavar dinero y que intente ligar con la hija lesbiana de un político catalán); ironizando sobre los tópicos de nacionalidad (“el chino”, “el pakistaní”, “el italiano”) o criticando y denunciando los nacionalismos rancios (sobre todo los mexicanos y los catalanes): “como la mayor parte de sus congéneres mexicanos, con respecto a su país Villalobos practica un humor bastante benevolente que, más bien que sugerir la crítica, termina una vez más por provocar la risa. Esta lectura concuerda con lo que el autor ha dicho en numerosas entrevistas, también y sobre todo respecto a Cataluña, insistiendo en que se siente catalán y que espera que sus compatriotas no tomen a mal que se burle de ellos.” («Auto, meta, narco, post, trans. El recetario (¿de los abuelos, para los nietos?) de Juan Pablo Villalobos en No voy a pedirle a nadie que me crea«, artículo de Kristine Vanden Berghe, Universidad de Liège).
Para concluir, podemos afirmar que en el caso de la novela de Villalobos, en contra de lo que diría Barthes, el autor no desaparece para que nazca el lector, sino que autor y lector dialogan a través del juego narrativo que plantea el primero. Sin embargo, este juego hay que tomárselo muy en serio:
“En la novela de Villalobos este recurso de autofiguración es una herramienta con la que pretende burlarse de la condición de escritor al mismo tiempo que parodia, mediante sus mismos recursos, un discurso que ha venido popularizándose de manera incansable desde hace ya varias décadas y que la crítica, al igual que muchos autores, comienzan a rechazar por su aparición constante y pocas variables.” (Tesis de Antonio Miguel Muñoz Ortiz).
En los cuatro primeros minutos de esta entrevista Villalobos reflexiona sobre la creación literaria:
“[…] asegurar enfáticamente que todo lo que voy a escribir es verdad. Todo. En plan Rousseau. La promesa de veracidad. El pacto autobiográfico. Como si alguien, de todas maneras, me fuera a creer. No voy a pedirle a nadie que me crea.” (del diario de Valentina en No voy a pedirle…)
Lectoras/es, ¿no es esto la ficción?
4L/4C 4Lecturas/4Continentes Jorge Ibargüengoitia Juan Pablo Villalobos literatura hispanoamericana No voy a pedirle a nadie que me crea
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